La Vanguardia

Tan monos que te los comerías

- Quim Monzó

Todos los que van habitualme­nte a restaurant­es saben que la desidia de muchos padres a la hora de educar a sus hijos ha llegado a tal punto que, cuando estás en una mesa y ves entrar a una familia con críos, lo mejor que puedes hacer es pedir inmediatam­ente la cuenta y largarte. Da igual que estés a mitad del segundo plato o que aún tengas que empezar el primero. Pide la cuenta, paga lo que sea y vete. Evidenteme­nte, no todos los padres son iguales, y los hay que educan a sus hijos suficiente­mente bien como para poder llevarlos a restaurant­es sin que molesten a los clientes de otras mesas. Claro que sí. Los hay. Pero, en general, los niños berrean y gritan y todo ese show acompaña desde buen principio su ritual deglutivo.

No es nada nuevo. Cuando hace veinte años, quizá más, Xavier Domingo escribía en la prensa sobre restaurant­es se quejaba ya de eso y proponía que a los niños se les prohibiese la entrada. De hecho creo que, así como hay hoteles donde no admiten niños –para preservar la paz, el silencio y la calma al resto de los clientes–, también hay restaurant­es que siguen esa misma norma. De entrada, todos los restaurant­es de esos hoteles. En otros han llegado a soluciones peculiares, que también sería bueno considerar. El mes pasado, la agencia Ap explicó el caso de un restaurant­e de Poulsbo,

Da igual que estés a mitad del segundo plato: pide la cuenta, paga lo que sea y vete

en el estado de Washington, en la costa oeste de Estados Unidos, que aplica un descuento en la factura si los niños se han comportado durante la comida. Es un restaurant­e de cocina italiana. Se llama Sogno di Vino. La noticia saltó cuando una familia –padre, madre y tres niños: de dos, tres y ocho años– fueron a comer y, al llegar a casa y repasar la cuenta, vieron que, bajo el subtotal (58 dólares) ponía: “Por niños con buen comportami­ento: –4.00 dólares”. Cuatro dólares de rebaja. Los camareros quedaron sorprendid­os por la actitud de los críos (incluso con la del de dos años, que se sentaba en una trona) que aplicaron el descuento. En casos así lo hacen habitualme­nte, dice Ap. El dueño del restaurant­e, Rob Scott, explica el motivo: “A veces acostumbra a pasar que los niños se levantan de su silla, o se ponen encima, de pie, o empiezan a gritar, y eso molesta a los demás clientes, que a gusto les pagarían un canguro. A todos los de mi generación nos enseñaron a comportarn­os en los restaurant­es. Parece que, ahora, en algunos casos la habilidad de saber criar a los hijos se ha perdido”.

No quiero ni imaginar las críticas que despertarí­a en nuestro país de papanatas una actitud así por parte de un restaurant­e. “Pero, por favor..., ¿no ven que son niños?”. “¡Los niños tienen que ser libres, hay que educarlos sin coacciones...!”. “Pues yo crío a mis hijos como me parece, ¡sólo faltaría!, ¿qué se creen?”. Herodes, oh, gran rey Herodes, ¿dónde estás y en qué restaurant­e comes cuando más te necesitamo­s?

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