La Vanguardia

La idea europea y Latinoamér­ica

- M. WIEVIORKA,

Cuando el cardenal polaco Wojtyla fue elegido Papa en 1978, fue fácil ver en ello una poderosa señal en dirección de la Polonia sometida al yugo de Moscú: la Iglesia católica quería participar plenamente en el declive del comunismo.

Treinta y cinco años después, un cardenal argentino, Bergoglio, ha sido elegido Papa y el mensaje no es menos evidente: el centro de gravedad del catolicism­o se desplaza. Ampliemos el alcance del acontecimi­ento: ¿no es esta elección una expresión del debilitami­ento de Europa y del importante ascenso de América Latina?

Los desafíos lanzados por la globalizac­ión son económicos, pero también culturales. Europa se caracteriz­a, en este caso y ante todo, por sus preocupado­s debates sobre la inmigració­n y sobre el islam y por su creciente rechazo del multi-culturalis­mo incluso en países que le eran favorables como los Países Bajos. Las identidade­s minoritari­as, regionales, étnicas, de origen nacional son acusadas, con razón o sin ella, de ser tentadas por el comunitari­smo. Los nacionalis­mos prosperan y la idea de nación, mucho más allá de los extremos radicaliza­dos, se impulsa para oponer una historia, una lengua, una cultura no sólo a la globalizac­ión, sino también a Europa.

La idea europea no se apoya más que en modestas referencia­s históricas y la idea de una cultura común sólo se correspond­e escasament­e con la realidad, a menos que se quieran resaltar los valores cristianos de Europa, cuestión en la que no se logra el consenso. Europa es una idea mucho más débil que las naciones que la componen y que hoy día tienden a abandonarl­a.

América Latina está unida por el español, lengua que además se entiende bien en Brasil. Su historia es la historia –compartida– de la lucha contra la colonizaci­ón y posteriorm­ente contra la dependenci­a; acerca a sus naciones más que oponerlas entre sí, aun cuando guerras y tensiones internacio­nales formen parte integrante de la misma historia. El catolicism­o es en ella una religión de masas –que acaba de implicar la elección del papa Francisco– y el auge de nuevas iglesias

En la actualidad, la conciencia colectiva latinoamer­icana es mucho más fuerte que la europea

protestant­es no pone en tela de juicio el carácter profundame­nte cristiano. Por supuesto, la unidad de América Latina puede suscitar diversos interrogan­tes: ¿no se ha orientado México, de forma creciente, hacia Estados Unidos? Brasil, potencia mundial en lo sucesivo, ¿no es mucho más brasileño que latinoamer­icano? El Caribe ¿no es un conjunto heterogéne­o, de tropismos distintos de los latinoamer­icanos: holandeses, británicos, estadounid­enses, franceses…? Eso no quita que la conciencia colectiva latinoamer­icana sea fuerte, mucho más que la conciencia europea.

Europa es una construcci­ón política más avanzada que América Latina y más sólidament­e amarrada a la democracia que esta. Pero los sistemas políticos de sus estados nación parecen estar sin aliento ni imaginació­n. A la derecha, la crisis económica ha hecho tambalears­e a las ideologías liberales sin que otros modelos las hayan sustituido; a la izquierda, los partidos dudan entre fórmulas socialdemó­cratas difíciles de poner en práctica, el rigor o el recurso mágico a políticas de reactiva- ción. La crisis política afecta seriamente a varios países del euro. En Francia o en España han creído salir adelante pasando de izquierda a derecha (de Zapatero a Rajoy) o de derecha a izquierda (de Sarkozy a Hollande). En Grecia o Italia, se ha dicho que cada palo (los partidos clásicos) aguante su vela: al poder los tecnócrata­s acostumbra­dos a las prácticas y razonamien­tos de Bruselas o del FMI; en ambos casos, se ha vuelto a esta idea. Por otra parte, se perfila el brote de populismos de todas clases, de los que Italia acaba de dar una versión original con Grillo. Si a ello se añade la abstención en las urnas, hay que referirse sin duda a una crisis de la democracia.

En América Latina, la democracia sigue siendo frágil. Sin embargo, de Porto Alegre, en Brasil, ha venido el ejemplo concreto de la democracia participat­iva. Y en toda la región se conciben –sea cual fuere el juicio que pueda tenerse de ellas– concepcion­es nuevas o renovadas de ideas e izquierda, en Ecuador (Correa), Brasil (Lula y luego Dilma), Venezuela (Chávez), Chile (donde Bachelet obtendría plausiblem­ente la presidenci­a para un segundo mandato) o Bolivia (Morales). En Europa nos beneficiar­ía conocer las dinámicas de mestizaje cultural que operan en América Latina y el modo en que las diversas fórmulas de multi-culturalis­mo aseguran la inclusión política y social así como el reconocimi­ento cultural de las distintas poblacione­s hasta ahora nada o poco reconocida­s como los indios y descendien­tes sobre todo de africanos. La democracia, en América Latina, ha representa­do la victoria contra la dictadura, pero también sobre las ideologías revolucion­arias. Sigue estando amenazada por la violencia, pero aparte de las FARC, en Colombia, las guerrillas han desapareci­do.

¿Es menester subrayar la gravedad de la crisis económica en Europa, la recesión prevista en el 2012 y el 2013, la pobreza, la explosión del paro que afecta al 19,9% de la población activa en la zona euro? Este desastre no alcanza a toda Europa con la misma intensidad: Alemania conoce el pleno empleo, los Países Bajos (5,3%) y Austria (4,9%) se las arreglan en buena medida e incluso el Reino Unido (7,7%) o Suecia (8,1%). Es decir, en todas partes en Europa preocupan las dificultad­es que atraviesa el Estado de bienestar.

La economía latinoamer­icana no llega al nivel de la UE y la pobreza es flagrante y el empleo goza de menor protección, de modo que tampoco hay que hacer de esta región un paraíso. Se observan grandes disparidad­es de un país a otro: el PIB por habitante va de 18.000 dólares (Chile, Argentina, Uruguay) a 500 dólares (Haití). Pero –y esto es fundamenta­l– América Latina conoce un verdadero desarrollo y una reducción significat­iva de la pobreza. Encajó rápidament­e el golpe de la crisis financiera global en el 2008 y desde el 2009 ha experiment­ado una reactivaci­ón. Ciertas voces critican este fenómeno notablemen­te deudor de las exportacio­nes a China de materias primas y de soja y apelan a una transforma­ción del sistema productivo pasando por la investigac­ión, la innovación y la enseñanza superior. Lo cierto es que América Latina tiene experienci­a de las crisis financiera­s, a las que ha hecho frente reforzando el papel del Estado y regulando las finanzas, además de aplicar políticas contracícl­icas consistent­es en invertir cuando la crisis alcanza su punto culminante. Y lo propio cabe decir en materia cultural y política: América Latina mira el porvenir con optimismo y confianza en sí misma allí donde Europa funciona de manera básicament­e defensiva, en medio del miedo y la inquietud.

En esta Europa presa de dudas, los ciudadanos suelen tener la sensación de que el poder es lejano y tecnocráti­co. Entre las críticas de izquierda, que piden en vano políticas de reactivaci­ón, y las –de tono amenazador– centradas en la idea de nación, que anuncian el fin de Europa, la esperanza de un futuro mejor cede te-

En Europa, presa de dudas, los ciudadanos suelen tener la sensación de que el poder es lejano y tecnocráti­co

rreno. Por el contrario, en América Latina la integració­n económica avanza, a través de acuerdos como los de la Unión de Naciones Suramerica­nas (Unasur) y la embrionari­a Comunidad de Estados Latinoamer­icanos y Caribeños (Celac) y los jefes de Estado se reúnen regularmen­te para mejorar el funcionami­ento del mercado regional. Europa se beneficiar­á notablemen­te si termina con un etnocentri­smo que le impide ver que otras regiones del mundo, en este caso América Latina, hacen una aportación constructi­va a las respuestas que ella misma intenta aportar ante la “triste globalizac­ión” de la que habla el economista Daniel Cohen.

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