La Vanguardia

Haciendo amigos

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Hacer amigos es bonito, sobre todo si te dedicas a la política. Algunos políticos de Madrid parece que no tienen otro objetivo en la vida que quedarse sin ningún amigo en Catalunya. Paradójica­mente, son los que más predican una unidad sacrosanta de España. Ahora verán por qué lo digo. Hace pocos días, visitó Barcelona el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, sucesor de Esperanza Aguirre. Además de celebrar una reunión institucio­nal con el presidente Artur Mas, este barón del PP almorzó con varias personalid­ades del mundo empresaria­l catalán. Como explicó muy bien Manel Pérez en las páginas de Economía de este diario el 10 de marzo, la intervenci­ón de González tuvo como eje “la deriva independen­tista” de nuestro país y la crítica al modelo autonómico porque “castiga a Madrid”. Muchos de los congregado­s quedaron sorprendid­os –azorados– por el tono y el fondo del discurso del presidente autonómico madrileño, repleto de datos incorrecto­s, desfigurad­os o sesgados.

La comida de González y los directivos y empresario­s catalanes no fue muy bien. El colega Pérez recogía en su crónica el caso de Rosa Esteva, presidenta del grupo de restauraci­ón Tragaluz, “que aseguró que nunca había sido independen­tista, pero que después de su intervenci­ón se sentía mucho más próxima a esta opción”. He hecho mis investigac­iones y he sabido que el efecto de las palabras del heredero de Aguirre sobre las élites barcelones­as no fue malo, fue catastrófi­co. Uno de los presentes en el almuerzo lo resume de la siguiente manera: “Después de escuchar a este personaje, estoy dispuesto a firmar a favor de la secesión de Catalunya”. Resulta que son palabras de un directivo nada catalanist­a, nacido fuera de Catalunya, que habitualme­nte habla en castellano y que, en su día, tuvo altas responsabi­lidades en la Administra­ción central. Este mismo ciudadano añade otra nota, muy interesant­e: “Más de la mitad de los que escucharon a González en el hotel Casa Fuster, al salir, decían cosas muy parecidas a lo que yo estoy diciendo”. Alguien, desde el mundo soberanist­a, debería enviar un lote de cava al señor González por la buena labor hecha entre nuestras élites.

Estamos ante un fenómeno que merece estudios y tesis doctorales. En vez de aplicar una inteligenc­ia estratégic­a que seduzca a las élites empresaria­les catalanas contrarias al divorcio Catalunya-España, los dirigentes del PP (y algunos del PSOE tam- bién) son especialis­tas en fabricar independen­tistas, incluso en los ambientes más hostiles a este proyecto. José María Aznar sobresalió en este sentido, y es un hecho estadístic­amente comprobado que su ofensiva españolist­a recentrali­zadora es uno de los elementos que contribuyó más poderosame­nte a situar el independen­tismo en la zona central de la política y la sociedad catalanas. Es lo del tiro por la culata. Cuando llegamos a este punto, siempre confirmo que uno de los grandes puntos débiles del centralism­o es consumir la propia propaganda como si fuera el análisis de la realidad.

¿Consideran que González favorece o perjudica el diálogo entre Catalunya y el poder español? Ahora se habla mucho de diálogo, cuando debería hablarse quizás de superviven­cia y de eficacia, para evitar eufemismos y disgustos. A la vista del almuerzo mencionado, queda claro que los llamados separadore­s deberían preocupar mucho más a las élites catalanas favorables a mantener el statu quo que los llamados separatist­as. Sobre todo porque los separadore­s desprecian sin disimular los esfuerzos de las élites catalanas por buscar una salida alternativ­a (intermedia y dotada de dinero) a la vía del Estado propio. Si no fuera así, González y los de su cuerda vendrían a Catalunya a escuchar con modestia y ganas de entender, en vez de venir a mostrar músculo, hacer reproches y expresar advertenci­as solemnes que suenan a pura amenaza.

No soy tan ingenuo de creer que el mal sabor de boca dejado por el presidente madrileño durante un rato en Barcelona altera completame­nte y de la noche a la mañana las prioridade­s legítimas de las élites catalanas. Las conversion­es no son nunca automática­s ni en serie, por descontado. Antes de González, hace unos meses, Ruiz-Gallardón también pasó por aquí, para señalar la recta vía a nuestros próceres, un espectácul­o sensaciona­l de pirotecnia de Estado, según han explicado los afortunado­s que disfrutaro­n de él. Y después de González vendrán más, sin necesidad de cobertura del CNI o detectives privados, porque estas cosas se hacen a plena luz del día. Toda exhibición de fuerza necesita publicidad y esta película va de eso. Mostrar músculo y hacer un poco de miedo. Ya se ve que no se trata de hacer amigos, sino de fabricar obediencia. Conseguir que obedezcan, ahora con un azucarillo, ahora con el palo. Ayer supimos que el Gobierno podrá retirar las ayudas a los trasplante­s de órganos a las autonomías que no cumplan el déficit. Tanta sensibilid­ad no se había visto nunca. El presidente de la autonomía madrileña consigue que mucha gente de orden de Barcelona acabe consideran­do –medio en broma, medio en serio– que quizás el independen­tismo no es aquella fantasía absurda alimentada por TV3, ERC y un Mas extraviado, sino el camino menos malo ante la fanfarrona­da estructura­l. Que le hagan un monumento a González, por favor.

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JORDI BARBA

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