La historia del casteller Serigne
El senegalés abre un negocio en su país
Ylas malas lenguas dijeron luego de terminar de leer la noticia sobre el regreso a Senegal del joven Serigne: “Seguro que ya está otra vez buscando un cayuco para volver y ponerse otra vez a vender bolsos falsificados o buscar en los contenedores”. Un programa del Ayuntamiento de Barcelona y varias oenegés financió aquel regreso a casa, y también buena parte de un pequeño proyecto empresarial que le diera sentido. Para que Serigne encontrara en su tierra el futuro que no encontró aquí. “Le pagamos entre todos unas vacaciones y encima le damos propina, y luego ya verás…”, repusieron en el bar las malas lenguas de esta sociedad.
Hace pocos días, en Touba, Serigne Mbacke Beye inauguró su flamante y humilde sastrería. Su sueño siempre fue montar una sastrería. Y a los clientes que le preguntan qué es Catalogne, qué significan esas rayas rojas y amarillas en la fachada, el senegalés responde que Catalogne es su otro país. Serigne aún se está dando a conocer en su barrio. Hacía años que nadie le veía. Pero confía en despegar pronto. Además, por fin conoció a su hija pequeña. Cuando se embarcó en aquel cayuco, seis años atrás, su mujer todavía estaba embarazada, y ni se le pasaba por la mente que pasaría tanto tiempo lejos de su hogar, que no se haría rico, que nunca abriría una sastrería en Europa…
La Vanguardia contó su historia en enero, la de un joven de 35 años que un lustro y pico atrás pasó cuarenta días en un centro de internamiento de extranjeros en las Canarias, y tres años vendien- do bolsos por las calles de Málaga, y otros tres probando suerte en Barcelona, aprendiendo catalán, haciendo amigos, encaramándose con los castellers de su barrio, el de Sagrada Família… Hasta que comprendió que difícilmente conseguiría los papeles, que estaba condenado a la búsqueda de chatarra, a pedir ayuda una vez tras otra a los servicios sociales… Que nunca abriría aquí una sastrería. Y entonces supo del programa municipal de retorno voluntario.
Según esta iniciativa, es más rentable social y económicamente pagar a los inmigrantes sin futuro el regreso a casa, ayudarles a montar un negocio que sea fuente de riqueza y desarrollo en su tierra, que tenerlos por aquí condenándose a la marginalidad, escarbando en los contenedores de basuras, convirtiéndose en parásitos del sistema. “El retorno no es sinónimo de fracaso, sino de segunda oportunidad para reemprender la vida”, dice Miquel Esteve, comisionado municipal de inmigración. El último año otras catorce personas participaron en este programa. Y mientras, los amigos de Serigne, los que pusieron el dinero que le faltaba, le echan de menos. Son sus excompañeros de clase, los Castellers de la Sagrada Família, un cantante de ópera menorquín…