Colgaduras: política y tradición
Se celebraba en la ciudad la ocupación de Barcelona. Los soldados que el 26 de enero la habían conquistado estaban encuadrados en el ejército que oficialmente se llamaba de Ocupación. No hubo lucha, merced a la retirada de las fuerzas republicanas en dirección a los Pirineos, al no poder ya ni intentar aquel “no pasarán” que tanto fruto había dado en la batalla de Madrid.
La ocupación no se celebró de inmediato. Se aguardó la venida de Franco, quien, el 21 de febrero, presidió el desfile de fuerzas por la Diagonal. Le improvisaron una tribuna en el principal del número 508. Ni siquiera quiso entrar en la ciudad: pasó la noche en el palacete Abadal, asistió al desfile y se largó.
El paisaje urbano permaneció cambiado algunos días: los balcones fueron engalanados con las habituales domassos Era ésta una tradición que venía de muy lejos, de la época medieval.
La colgadura es una pieza textil confeccionada con mate- riales nobles y que a menudo exhibe algún tipo de trabajo ornamental, tenga o no colores diversos. Los domassos se tendían en el exterior, aunque en su origen no podían colocarse como se hizo en tiempos recientes, al facilitarlo los grandes balcones asomados al espacio. También pendían en muros interiores, lo que mitigaba el frío de la piedra.
El hotel Lloret, que sigue en la cabecera de la rambla de Canaletes, no quiso substraerse a la celebración oficial. La exhibición de un domàs en cada balcón evidenciaba la toma de posición; y dados los vientos que ya soplaban, no era conveniente alentar ni la sospecha ni tampoco provocar siquiera unas ambigüedades que podían resultar funestas.
Y la decisión fue manifiesta: a domàs por balcón, pese a que la calidad de la colgadura no estaba a la altura de la tradición. Fuerza es reconocer que era un momento muy difícil y peligroso; no se podían cometer errores: el denunciante podía ser cualquiera, incluso el más amigo. Podía haberse resuelto con simples banderas, pero aún escaseaban por razones obvias.
Ya sabemos que la casa Milà fue el edificio modernista que más inspiró a los maliciosos ninotaires, principales arietes a la hora de desacreditar aquel estilo. El gran dibujante Junceda, con monumento en la rambla de Catalunya, publicó un acudit en el que un eventual inquilino de un piso de La Pedrera enmarcado en uno de los balcones realzados con las barandillas escultóricas, confiesa al administrador inmobiliario: “No lo alquilaré, pues con esos hierros no podré colocar domassos”.