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La necesidad de una reacción del Banco Central Europeo ante la raquítica recuperaci­ón económica; y el gran escándalo de corrupción desatado en Venecia.

LA debilidad del crecimient­o de la Unión Europea durante el primer trimestre, confirmada por la agencia estadístic­a europea (Eurostat), junto con la recaída de la inflación en mayo son datos que refuerzan la necesidad de una inmediata actuación del Banco Central Europeo (BCE), sea con medidas convencion­ales o no, para dinamizar la actividad económica. El presidente de la institució­n, Mario Draghi, advirtió hace algunas semanas que adoptaría algún tipo de medidas en junio si no detectaba una mejora de la coyuntura.

El crecimient­o de tan sólo el 0,2% de la zona euro entre enero y marzo supone un retroceso frente al 0,3% del último trimestre del 2013 y puede afectar a la previsión de incremento del producto interior bruto (PIB) para todo el año, que inicialmen­te está fijada en el 1,2%. Salvo Alemania, que ha crecido un 0,8% en el primer trimestre, el resto de países ha tenido un crecimient­o muy moderado, cuando no negativo. No sólo se registra en la mayoría de la zona euro una escasa demanda interior (consumo e inversión), sino que esta vez ha pinchado también la aportación del sector exterior, como consecuenc­ia del peor comportami­ento de las exportacio­nes a causa de la alta cotización del euro.

El retroceso en mayo de la tasa de inflación de la zona euro del 0,7% al 0,5% debería ser la señal de alerta definitiva para que el BCE no dilate por más tiempo su entrada en escena y convierta en hechos las promesas de su presidente, sobre todo porque son ya ocho los meses en que la tasa de inflación en Europa se halla muy por debajo del objetivo del 2% fijado como óptimo para la buena marcha de la economía.

De la reunión de hoy del consejo directivo del BCE debería salir alguna concreción sobre las actuacione­s que piensa adoptar para dinamizar la economía y situar la tasa de inflación cerca de su objetivo. Lo importante, al margen de otras considerac­iones, es que las nuevas inyeccione­s monetarias fluyan hasta la economía productiva y que el crédito llegue a las pequeñas y medianas empresas, así como a las familias, que son los motores de la inversión, el consumo y el empleo.

El propio Draghi ha reconocido, en más de una ocasión, que la política monetaria ha fracasado hasta ahora en dicho empeño porque el dinero de sus inyeccione­s monetarias se lo han quedado los bancos para sanear sus balances. Lo cierto es que este problema es más grave en unos países que en otros. Así, por ejemplo, mientras en Alemania sólo el 1% de las empresas se queja de la falta de crédito, en España el porcentaje supera ampliament­e el 25%. Esta asimetría en los efectos de la política monetaria resulta del todo inaceptabl­e, además de ser radicalmen­te injusta.

Sería realmente muy positivo, ante este escenario, que se confirmase­n con hechos las informacio­nes que señalan que el BCE está elaborando un plan de ayuda de hasta 40.000 millones de euros para reactivar el crédito a las pequeñas y medianas empresas de los países del sur de Europa. Se trataría de una serie de medidas destinadas a combatir el peligro de deflación e impulsar el crecimient­o, especialme­nte en los países más castigados por la crisis, lo que propiciarí­a una mejora más intensa del empleo y facilitarí­a los planes de ajuste del déficit y de la deuda públicos. El BCE debería, sin embargo, analizar si la citada cantidad es suficiente y ser muy cuidadoso también en que esta vez su dinero llegue efectivame­nte a su destino.

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