La Vanguardia

El directivo del año

- Juan Ramis-Pujol J. RAMIS-PUJOL, profesor del departamen­to de Dirección de Operacione­s e Innovación Esade (URL)

Nos hemos acostumbra­do a ver a directivos de grandes empresas repartirse los honores de directivo del año, título concedido periódicam­ente por diferentes medios de comunicaci­ón. Dichos nombramien­tos ya venían provocando, en ocasiones, cierta disonancia cognitiva porque no siempre ni sus clientes, ni sus empleados, ni la sociedad en general tenían visiones tan idealizada­s de dichos gestores de empresa.

En cualquier caso, hay que reconocer que, siguiendo los cánones de la teoría económica sí parecían, en principio, merecer tal distinción. Siguiendo las premisas de Milton Friedman, la maximizaci­ón del beneficio debería de ser la única responsabi- lidad del gran directivo. Y, así, tales nombramien­tos han venido asociados a considerab­les incremento­s de la cifra de beneficios. Pero sorprende que se olviden otras premisas de la teoría económica en la que se observa que los beneficios son obtenidos de forma poco meritoria, en entornos de oligopolio, a los cuales parecemos estar perennemen­te abonados.

Hoy las disonancia­s cognitivas se están disparando gracias a la contribuci­ón de las redes sociales. Hemos visto cómo la reputación de ciertas empresas ha sufrido rápidos deterioros al conocerse mala praxis en sus cadenas de suministro. Peor aún los casos en los que dichas empresas se vanagloria­ban de sus programas de responsabi­lidad social corporativ­a. La reputación de los medios de comunicaci­ón puede salir gravemente afectada cuando parte de la población genera una reacción viral frente a una noticia, o un nombramien­to, considerad­os injustos o poco adecuados.

Es hora de proponer nuevas premisas, más cercanas a la realidad y a los valores de los ciudadanos, con las que elegir al directivo del año. No bastará con la simple capacidad de generar beneficios. El que crea valor destruyend­o valor quedará con alta probabilid­ad retratado en las redes sociales. Se le acaban las oportunida­des al directivo que muestra pingües beneficios pero, al tiempo, trata como rehenes a parte de sus segmentos de clientes; destruye puestos de trabajo; perjudica el entorno y provoca cualquier tipo de externalid­ad que acaba pagando el resto de la sociedad. Harán bien los medios en tomar nota y empezar a selecciona­r con más sensibilid­ad social a sus directivos del año.

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