Una vía peligrosa
El conflicto de Can Vies es el principal problema que ha tenido sobre la mesa Xavier Trias durante los tres años que lleva al frente del Ayuntamiento. La actitud dubitativa del gobierno municipal, sumada a un contexto socioeconómico que propicia el cuestionamiento de toda legalidad y a cierto aval mediático –y de gentes de buena fe que se empeñan en convertir en héroes románticos a grupos que justifican a los violentos o que na- da hacen para aislarlos– han situado al Ayuntamiento en un laberinto del que difícilmente saldrá con los pantalones bien abrochados. El gobierno de la ciudad está teniendo una paciencia excesiva con unos interlocutores que nunca acaban de dejar del todo claro qué y a quiénes representan. A veces, intentar quedar bien con la humanidad entera, aplicar la fórmula del diálogo infinito cueste lo que cueste, es la mejor manera de quedar mal con todo el mundo. El gobierno de Barcelona, del que no me cabe duda que está actuando con toda la buena intención en este asunto, corre el serio riesgo de abrir un peligroso precedente, de estar mostrando a los que no quieren aceptar unas mínimas normas que las cosas pueden ser más fáciles de conseguir por las malas que por las buenas.
Lo que no se le podrá echar en cara a Trias es que haya actuado movido por un cálculo partidista. Dudo mucho que los que simpatizan con los okupas de Can Vies vayan a votarle alguna vez. En cambio, muchos de los que lo hicieron hace tres años podrían dejarlo de hacer si la imagen final que dejan estos días de disturbios y diálogo es que los violentos se han salido con la suya.