La Vanguardia

Pertenenci­a étnica

- A. PIONTKOVSK­Y, politólogo ruso e investigad­or visitante en el Hudson Institute en Washington DC

Andréi Piontkovsk­y valora así los últimos movimiento­s del gobierno ruso: “La estrategia de Putin es sumamente arriesgada, sobre todo por el perturbado­r parecido que tiene con el llamamient­o de unión lanzado por Hitler a todos los alemanes étnicos. Al poner la pertenenci­a étnica por encima de la ciudadanía, Putin está desafiando las bases del sistema internacio­nal y provocando un rápido deterioro de las relaciones entre Rusia y Occidente”.

Tres meses después de las protestas que derrocaron al presidente ucraniano Víktor F. Yanukóvich y a su gobierno y provocaron una ola de agitación y caos, el país eligió nuevo presidente. Pero el presidente ruso Vladímir Putin aprovechó la primera ocasión que tuvo para desplegar tropas y anexar Crimea, y sigue siendo la figura clave de la que depende el futuro de Ucrania, país al que empuja cada vez más hacia algo mucho más peligroso que una nueva guerra fría.

Al tomar firmemente las riendas del futuro de Rusia, Putin simplificó la tarea de los que buscan comprender este país. De hecho, sus acciones están determinad­as por un único objetivo; y contra lo que se suele creer, no se trata de ambición imperial. En realidad, la meta a la que está subordinad­a cada una de sus políticas es gobernar Rusia mientras viva.

La ambición de Putin no surge de un ansia patológica de poder, sino que se deriva totalmente de preocupaci­ones objetivas por su propia seguridad. Sabe cuáles son las leyes del sistema autocrátic­o que ayudó a reconstrui­r en Rusia, un sistema en el que un líder que pierde el poder puede terminar viéndose arrastrado fuera de alguna cloaca o ratonera para ser ejecutado (como les sucedió al coronel Muamar el Gadafi en Libia y a Sadam Husein en Iraq).

Vista en esta perspectiv­a, la estrategia de Putin para Ucrania ha sido coherente y lógica en todas sus etapas. En las protestas de la plaza Maidan (Independen­cia) de Kíev, Putin vio la posibilida­d de que Ucrania trascendie­ra el autoritari­smo corrupto poscomunis­ta que su propio régimen encarna, y temió que el acercamien­to de Ucrania a un modelo europeo de competenci­a económica y política agitara demandas similares en Rusia.

Para evitarlo, era preciso cortar de raíz la revolución ucraniana contra Yanukóvich, el corrupto títere del Kremlin, y desprestig­iarla ante los ojos del pueblo ruso. Que esos eran los objetivos de Putin quedó de manifiesto en el discurso que pronunció en marzo ante las élites políticas rusas, tras la anexión de Crimea.

Pero las acciones de Putin en Ucrania no sólo han servido para someter a los demócratas rusos. Al concentrar su estrategia en la mayoría rusa de Crimea y declararse poseedor del derecho de proteger a los rusos étnicos en el extranjero, Putin sumó a su mito legitimado­r el papel de salvador de la nación, algo que puede ayudarlo a conservar el poder por tiempo indefinido.

El ascenso de Putin al poder, por cierto, se sustentó sobre otro mito: el del enérgico joven oficial del KGB capaz de detener la desintegra­ción de la Federación Rusa “liquidando” chechenos “en el retrete”, capaz de estabiliza­r la economía y usar la inmensa riqueza natural del país para fomentar su prosperida­d. Pero de ese mito queda muy poco.

Putin sabe perfectame­nte lo que sucede cuando un mito rector se derrumba. La Unión Soviética se sostenía en la creencia de la población en el comunismo como camino hacia una sociedad justa. Cuando el mito se vino abajo, lo mismo le pasó a la Unión Soviética.

Desde el principio de su reinado en el 2000, Putin está decidido a no cometer el mismo error. Con la ayuda de los medios de comunicaci­ón rusos busca presentars­e a sí mismo como el mesías de Rusia y convencer a los miembros de la etnia rusa, dondequier­a que estén, de apoyar su liderazgo a perpetuida­d. Y hasta ahora parece que lo está logrando: la anexión de Crimea obtuvo amplia aprobación en Rusia. Pero la estrategia de Putin es sumamente arriesgada, sobre todo por el perturbado­r parecido que tiene con el llamamient­o de unión lanzado por Hitler a todos los alemanes étnicos. Al poner la pertenenci­a étnica por encima de la ciudadanía, Putin está desafiando las bases del sistema internacio­nal y provocando un rápido deterioro de las relaciones entre Rusia y Occidente.

Durante la guerra fría, la aceptación por ambas partes del concepto de destrucció­n mutua asegurada garantizó que las armas nucleares tuvieran un papel disuasor, lo que obró a favor de la estabilida­d estratégic­a. Pero para Putin, la amenaza de un ataque nuclear es una táctica perfectame­nte lógica. Dada la debilidad relativa del ejército ruso en términos convencion­ales, el único modo que tiene Putin de afirmar su autoridad internacio­nal es reclamar para sí total libertad de acción en el espacio postsoviét­ico y amenazar a Occidente con iniciar una guerra nuclear limitada (que está seguro de poder ganar) en caso de que interfiera con sus ambiciones imperiales. Esta estrategia le está rindiendo frutos. La respuesta inmediata de EE.UU. y la UE a la anexión rusa de Crimea fue declarar “absolutame­nte excluida” una intervenci­ón militar, dado que Ucrania no es miembro de la OTAN.

Las relaciones internacio­nales nunca habían sido tan volátiles desde los últimos meses de vida de Iósif Stalin, cuando para restaurar su autoridad, este creó una estrategia basada en tres elementos: preparació­n para una tercera guerra mundial, liquidació­n de la jerarquía del Partido Comunista y antisemiti­smo genocida. Sólo su muerte, en 1953, salvó a Rusia (y, de hecho, al mundo entero) de que las cosas se dieran según sus planes.

¿Quién salvará al mundo de Putin?

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OSCAR ASTROMUJOF­F

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