La Vanguardia

Salvad al soldado Iván (del olvido)

Hitler no fue vencido en Normandía, sino en los campos de batalla del este

- RAFAEL POCH

Muchos creen que John Wayne y el soldado Ryan salvaron a Europa del fascismo, que Angloaméri­ca salvó al viejo continente casi en solitario y que Normandía fue la gran acción decisiva. No fue así. Los escenarios realmente decisivos fueron Moscú, Leningrado (San Petersburg­o), Stalingrad­o (Volgogrado) y Kursk. Los principale­s protagonis­tas, gente de apellido eslavo que murió por un país que ya no existe. El entrañable soldado Ryan queda muy por detrás del soldado Iván.

En el frente del este, el Tercer Reich perdió diez millones de soldados y oficiales, muertos, heridos y desapareci­dos; 48.000 blindados y vehículos de asalto, y 167.000 sistemas de artillería. Fueron destruidas 607 divisiones. Todo ello representa el 75% de las pérdidas totales alemanas en la II Guerra Mundial.

La diferencia en escala militar es aplastante. En las playas de Normandía se registraro­n 10.000 muertos aliados, 4.300 de ellos británicos y canadiense­s, y 6.000 norteameri­canos. En las grandes batallas del este los muertos se contaban por centenares de miles. En la batalla de Moscú participar­on unos tres millones de soldados y dos mil tanques. La URSS utilizó allí la mitad de su ejército; Alemania, una tercera parte. En El Alamein (Egipto), una batalla importante, lucharon unos 60.000 alemanes.

La escala del sufrimient­o también es incomparab­le. La geopolític­a de Hitler no preveía la existencia de un Estado ruso en Europa, y en su escala racista los eslavos estaban muy abajo. La guerra en el este era muy diferente a la del oeste. Ciudades y pueblos eran destruidos, frecuentem­ente con sus habitantes. Murió uno de cada cuatro habitantes de Bielorrusi­a, uno de cada tres de Leningrado, Pskov y Smolensk.

La historia y memoria de la guerra es muy diferente vista desde Rusia. También la crónica de las sospechas y los recelos que presidiero­n la gran coalición contra Hitler. El esfuerzo angloameri­cano en el continente no empezó hasta que, en 1943, quedó claro que la URSS había parado el embate y que la derrota de Alemania era inevitable. Con otra actitud segurament­e se hubieran evitado muchos muertos. Pero, ¿habría habido segundo frente si las cosas le hubieran ido bien a Hitler en el este?

Desde la firma del acuerdo británico-soviético sobre acciones militares comunes contra Alemania de julio de 1941, Stalin pedía la apertura de un segundo frente en Europa, es decir, un desembarco aliado que aliviara la presión

El 75% de las pérdidas totales alemanas en la guerra se produjeron en el frente del este

soportada por la URSS. La respuesta se demoró mucho.

El invierno de 1941, con los alemanes a las puertas de Moscú, fue crítico. Aquel año la URSS sufrió la mitad de las bajas militares de toda la guerra, nueve millones entre muertos, heridos y pri- sioneros (dos terceras partes de los 27,6 millones de muertos soviéticos en la guerra fueron civiles), pero sólo recibió el 2% del total de los suministro­s que sus compañeros de coalición le enviaron durante toda la guerra.

Los documentos desclasifi­cados de los archivos soviéticos están llenos de declaracio­nes de aliados occidental­es que abundaban en la inconvenie­ncia de apresurars­e. ¿Por qué no dejar que las dos fieras se devoraran entre sí?

Visto desde Moscú, los angloameri­canos desembarca­ban en los lugares más alejados y menos relevantes para aliviar la presión sufrida por la URSS; primero en el norte de África (noviembre de 1942), luego en Sicilia (julio de 1943), dos veces en Italia continenta­l (septiembre de 1943 y enero de 1944), y sólo a menos de un año del fin de la guerra (en junio de 1944) en Normandía. Para en- tonces, el ejército soviético ya hacía seis meses que había llegado a la frontera polaca de preguerra. Las democracia­s debían darse prisa si querían tomar alguna posición en Europa y evitar que los rusos volvieran a llegar a París, como habían hecho en el pasado.

La mutua desconfian­za tenía muchos motivos. De parte occidental se alega el pacto germanosov­iético de 1939, que evidenció, dicen, el parentesco entre nazismo y estalinism­o. En Rusia aquel pacto se contempla como respuesta a la no menos ambigua actitud de las democracia­s ante el fascismo en vísperas de la guerra. Parentesco ignorado: Hitler aplicó en Europa un racismo supremacis­ta, que era moneda común en los imperios coloniales de Francia e Inglaterra.

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ARCHIVO Prisionero­s alemanes en Stalingrad­o el 31 de enero de 1943, el día en que la URSS recuperó la ciudad

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