Desnudando a los vascos
Phil Collins retrata una sociedad vasca sin complejos en la Feria Loop, que abre su edición más internacional
Phil Collins (Runcorn, 1970) –no confundir con el batería de Genesis– es un artista visual británico que se mueve como pez en el agua en el territorio de la baja cultura. A lo largo de su trayectoria –que el próximo año será objeto de una retrospectiva en el Reina Sofía–, ha trabajado con los fans de Morrissey en Bogotá, a los que invitó para grabar un disco de versiones de los Smiths, y con las víctimas de los reality shows, protagonistas de una magnífica película, The return of the real, que actualmente se exhibe en el Macba. En el 2002, invitado por la Donostiako Arte Ekinbideak a San Sebastián para realizar una nueva producción, insertó anuncios en la prensa local animando a la gente a posar para él en una sesión de fotos, a desnudarse, mostrar su intimidad y dar rienda suelta al/la modelo que llevaban dentro. Collins partía de la idea preconcebida de que la sociedad vasca era en extremo puritana y reprimida, atenazada por el miedo, pero la respuesta de los participantes fue espectacular.
Quien sienta curiosidad por la obra, estos días puede acercarse a la habitación de otro hotel, la 33 del hotel Catalonia Ramblas, donde la galería Moisés Pérez de Albéniz exhibe Real society, el resultado de aquella sesión de dieciocho horas convertida en un pase de diapositivas. Una divertida y desacomplejada paradoja dentro de un festival consagrado al videoarte, Loop, que vive su edición más internacional (de las 46 galerías participantes, sólo cuatro son catalanas y Pérez de Albéniz es la única llegada del resto del Estado). Y que, tras una primera jornada dedicada exclusivamente a profesionales y coleccionistas, hoy y mañana abrirá sus puertas al público general.
“Loop se ha convertido en una feria única en el mundo”, saludaba a primera hora un entusiasta Jean-Conrad Lemaître, coleccio- nista y presidente del comité de selección, al tiempo que avanzaba algunos de los rasgos distintivos de esta duodécima edición: la presencia abrumadora de galerías para las que se trata de su primera vez (un 40%), la entrada de
La feria de videoarte muestra en el hotel Catalonia Ramblas trabajos de 50 artistas de hasta 19 países
países como Nigeria, India o Sudáfrica, y, sobre todo –al fin y al cabo eso es lo que espera todo coleccionista, recuerda Lemaître–, hay nada menos que 21 estrenos mundiales. Buen lugar, por tanto, para tomar el pulso al momento actual de la videocreación y acaso para también arriesgar lecturas sobre las últimas tendencias del medio, aunque esto último, a la postre, si no imposible, resulta en exceso temerario.
Veamos: el vídeo se ha convertido en el medio hegemónico del siglo XXI, y por tanto existen tantas maneras de utilizarlo como artistas. Puede ser, y de hecho lo es, un excelente medio para la experimentación, como demuestran en la galería 22.48 m2 Émile Brout & Maxime Marion, tándem artístico que ha construido en Dérives una película infinita y siempre distinta compuesta de miles de escenas de filmes cuyo denominador común es el agua (de Titanic a El cuchillo en el agua, de Polanski). Un programa de ordenador va montando en tiempo real los fragmentos de acuerdo a diferentes criterios –el año de rea- lización de la película, la tipología de la escena, violenta, de amor, de intriga, su grado de intensidad– de tal manera que, como sucede con los ríos, es imposible ver dos veces la misma película, cada vez es distinta, incluso para sus propios autores.
Hay también quien, como el pintor polaco Dominik Lejman, desafía la convención y crea pintura en movimiento, ensanchando el medio hasta límites insospechables. En Portrait of a Philosopher, mezcla de forma fascinante las imágenes proyectadas con el lienzo pintado. El vídeo es exactamente lo que dice su título, un retrato de un filósofo de Nueva York del que el autor había oído hablar y en cuya casa había tal cantidad de libros que corría el riesgo de morir aplastado, por lo que vivía en casas de amigos, siempre distintos, nunca demasia- do tiempo. Lejman lo retrató en una de esas estancias, en su estudio de Berlín, de donde es también su galería: Zak/Branicka.
El vídeo es una herramienta para sacar a la luz conflictos en toda su crudeza, pero a menudo sorprende por el lirismo y la sutileza con la que es capaz de hablar de las cuestiones más dolorosas. Es ejemplar, en ese sentido, el trabajo de la artista de Jerusalén Sigalit Landau, de quien Marlborough ha traído Hands, un poema visual (dos manos abriéndose pa-
Dominik Lejman desafía la convención y consigue crear la pintura en movimiento
so y tratando de encontrarse bajo la arena de un acuario, en alusión al deseado apretón de manos que ponga fin al conflicto palestino-israelí, también a los túneles cavados bajo la frontera). Especialmente cautivadora resulta la pieza de Hugo Aveta en Ritmos primarios, la subversión del alma, realizada a partir de fotogramas extraídos de vídeos documentales de los sucesos de diciembre del 2001 en Argentina. Nos propone volverlos a mirar desde la oscuridad, justo en ese momento en el que deja de ser.
También propone una mirada a un pasado que ha dejado de existir (viejas minas de nitrato) pero que resuena en el presente la artista Rosell Meseguer en Senda; el sudafricano Mohau Modisakeng alude a la condición de ser negro en el contexto del colonialismo (Brundyn Gallery) y la marroquí Bouchra Khalili habla de deshumanización del trabajo en un puerto, como el de Hamburgo, en el que las máquinas han sustituido a los trabajadores (ADN). Y Jaime Pitarch consigue que visualicemos con una sonrisa el paso del tiempo gracias a su Acelerador de partículas (Àngels Barcelona).