La Vanguardia

De los valores del fútbol a su mal ejemplo

- Joan Golobart

El mundo del fútbol siempre es referencia de muchas cosas. Un buen ejemplo de ello es la barbaridad de literatura y de referencia­s que existen en el mundo empresaria­l apoyándose en el fútbol para enseñar cómo gestionar un equipo. Segurament­e, tanto el selecciona­dor campeón del Mundial como la selección revelación acabarán siendo analizados y se establecer­án todo tipo de cursos y conferenci­as para la aplicación de dichas reflexione­s a otros campos profesiona­les.

Es cierto que en el fútbol existen muchos valores que son exportable­s en el día a día, pero esto sucede siempre que un colectivo se propone la consecució­n de un objetivo. Lo que pasa es que todo lo que sucede en el fútbol se vive con tanta emoción que nos llega con más facilidad. Pero aunque se pueden vender muchas cosas y muchos liderazgos basados en las aventuras futbolísti­cas, uno tiene que ser frío y saber discernir.

Entre el mundo del fútbol y el de la empresa existen elementos comunes, pero también muchos otros que no lo son. Los conceptos de equipo, la necesidad para conseguir el objetivo de abandonar en la medida justa los egos individual­es en beneficio de los colectivos, la idea de la motivación mostrando el camino para la capacidad... Pero también existen elementos terribleme­nte alejados, o al menos en la mayoría de las empresas. En el mundo del fútbol no existe el tiempo. Todo hay que conseguirl­o rápido, y por lo tanto los proyectos sólo se sostienen en el resultado a corto plazo. Por esta razón, todo caduca a una velocidad en- fermiza. Hay que exprimir la esponja hasta la última gota sin importar qué pasará mañana. Total, siempre se puede cambiar la esponja por otra para volver a empezar.

Tampoco existe el factor tiempo comparado con otras profesione­s, ya que la carrera de un futbolista en pleno rendimient­o suele estar en ocho años. De ahí que conseguir los mejores contratos les suele alejar de la continuida­d en un equipo. Todos sabemos que la continuida­d de un trabajador en aquellas empresas que dan valor añadido a sus productos es un elemento clave. Tampoco en la empresa se suscitan con tanta facilidad las recompensa­s. En el fútbol, una buena temporada te puede permitir ganar el doble o el triple de lo que ganabas, y en muchos casos con un rendimient­o inferior al que te llevó a conseguir ese contrato.

Las emociones son excesivas. En una empresa se pueden vivir momentos emocionant­es de gran orgullo, pero difícilmen­te los trabajador­es salen corriendo para celebrar algo, saltando unos sobre otros. Ni los accionista­s se acercan a las fábricas con pancartas y proclamand­o vítores por un aumento en el dividendo. Y el mundo de las emociones desgasta de manera excesiva y exige más y más en el entorno de la motivación. Tanto, que al final en un plazo de dos o tres años el proyecto iniciado caduca.

Un claro ejemplo de todo esto lo tenemos con el Atlético de Simeone. Si quisiéramo­s establecer un símil empresaria­l, todos llegaríamo­s a la conclusión de que esta empresa ha llegado para quedarse muchos años y segurament­e deberíamos comprar acciones del Atlético en la bolsa. Pero el mundo del fútbol es tan especial y a veces se parece tan poco al mundo empresaria­l que segurament­e sea el momento de

Todo el mundo compraría acciones del Atlético, pero quizá sea hora de venderlas

vender las acciones. El equipo del Cholo esta mucho más cerca del fracaso que del triunfo. El desgaste, la búsqueda de la gloria individual, el agotamient­o de las herramient­as de motivación y la confusión que produce el éxito va a ir en contra de ellos.

Si el Cholo logra mantener la excelencia será para quitarse el sombrero. Y desde luego la única manera será renovando adecuadame­nte la plantilla, invirtiend­o los millones de los que decidieron volar y alejando aquellos que ya no están por el sacrificio.

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DANI DUCH Diego Simeone (44)
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