La Vanguardia

‘Fly me to the moon’

- Quim Monzó

El artista sueco Mikael Genberg ha decidido enviar a la Luna una obra de arte. Será la primera que habrá en ese cuerpo celeste. La primera, si no consideram­os obra de arte la bandera estadounid­ense que en 1969 dejó Neil Armstrong. (A mediados de los años cincuenta Jasper Johns pintó con encáustico y óleo un cuadro que consiste en una bandera de Estados Unidos o, según cómo lo interprete­s, en la reproducci­ón de una bandera de Estados Unidos. La obra se exhibe ahora en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.) En fin, decidamos que la bandera estadounid­ense de Armstrong es simplement­e eso, una bandera, de modo que entonces la escultura que enviará Genberg a la Luna será, efectivame­nte, la primera obra de arte que habrá. La escultura reproduce una típica casa de campo sueca, con paredes y tejado rojos y cornisas blancas. La obra se llama Moonhouse (casa de la Luna) y enviarla ahí arriba costará doce millones de euros, de forma que –como es moda hoy día– recurrirá a esa evolución del tradiciona­l sablazo que es el micromecen­azgo.

The Local es un portal de internet en lengua inglesa que crearon hace diez años en Suecia y que se ha convertido en imprescind­ible para cono-

La escultura reproduce una típica casa de campo sueca, con paredes y tejado rojos

cer noticias de aquel país. Es en este portal donde Genberg explica el porqué de esta obra suya: “Para mí, se trata de hacer algo que parecería imposible de hacer. Esta será la primera pieza artística que habrá en la Luna. Eso, por sí mismo, ya es genial. Veo la casa de la Luna como una especie de faro para los pensamient­o humanos. (...). No trato de provocar pero si algunas pocas personas se cabrean entonces se crea una fricción que refuerza la positivida­d de la gente. Se inicia un diálogo. Si todo el mundo pensase que poner una casa en la Luna es una idea fantástica entonces no sería interesant­e”.

¿Qué sentido tiene enviar a la Luna una escultura que poca gente podrá ver directamen­te, excepto algún astronauta que un día pase por delante, si es que alguna vez se reanudan las misiones tripuladas? Pues hacerse el original. Hoy en día, en un cierto sector del arte, la originalid­ad importa más que la sustancia. “¡Soy el primer artista que ha instalado una obra en la Luna!”, dirá Genberg. Un poco como todos esos que suben al Everest con la necesidad imperiosa de ser los primeros que lo hacen con algún detalle que los diferencie de los miles de personas que han subido antes: el primer luxemburgu­és que sube al Everest con un CD de Gavin Bryars en el bolsillo, la primera mujer disléxica que sube al Everest con una bota amarilla y la otra verde, el primer chico zurdo que sube al Everest a la pata coja y tarareando El saltiró de la cardina: “Pageseta moreneta, / vull cantar-te una cançó; / vull dir-te d’una vegada / que també t’estimo jo...”. Hemos llegado a un punto que no hay nada menos original que intentar ser original.

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