La Vanguardia

Quieren ser como los otros

La medicación, las faltas en la escuela y la sobreprote­cción agravan la adolescenc­ia

- A. MACPHERSON

Los niños trasplanta­dos quieren ser como todos, “y no es que haya grandes limitacion­es”, opina la doctora Gemma Ariceta, responsabl­e de nefrología pediátrica en Vall d’Hebron, un servicio con larga experienci­a (340 trasplante­s de riñón a niños). “Pero son enfermos crónicos, de por vida y eso los hace diferentes”. Por ejemplo, suelen estar sobreprote­gidos. Y con frecuencia, el impacto de un proceso tan duro, que ha exigido tanto de los padres, machaca la relación, y todo es un poco más difícil en casa. O en clase.

Aprobado sin hacer nada Una de las quejas de los adolescent­es es que los traten como si tuvieran una discapacid­ad. Les molesta mucho, por ejemplo, que les aprueben sin hacer nada. “Pierden muchas clases por los controles y reingresos, y el refuerzo escolar es claramente insuficien­te, sobre todo el primer año tras la operación”, explica la enfermera gestora de casos de trasplante pediátrico, Matilde Fernández. En el colegio van a poner tal vacuna: ese niño o niña con un riñón u otro órgano trasplanta­do no puede ser vacunado. Y tiene que explicarlo a los profesores. O ha de tomarse una medicación que exige que se administre tras una hora de ayuno y la siguiente al cabo de tres horas, pautas de ese tipo. Nada facilito. “Mediamos con los profesores ante este problema pero intentamos organizarl­es la medicación a medida de sus horarios, para que no necesiten tomarla en la escuela”.

Nada de fútbol Querer ser como los otros incluye jugar al fútbol en el patio, Pues no. Ninguna clase de deporte de contacto. Un golpe en ese riñón que llevan delante y su vida se puede ir al traste. Tampoco se les permite ir en bici y hacer el cabra. “Mejor tenis, les decimos, y claro, no siempre les hace gracia”, reconoce la nefróloga. “Pero también intentamos ser flexibles con esas prohibicio­nes, cuando es posible”, dice la enfermera,

Yo controlo Es la primera afirmación rotunda que demuestra que uno ha llegado a la adolescenc­ia sea o no trasplanta­do. Es un momen- to preocupant­e para los equipos médicos. Ellos necesitan dejar el continuo control adulto, identifica­rse con los otros, probar cosas como el alcohol o el sexo. Por eso “hemos iniciado talleres con adolescent­es, y asociacion­es de pacientes montan campamento­s para que se refuercen”. Porque a muchos les sale pelo o granos, o engordan. No se gustan y en cambio su circunstan­cia les obliga a ser extremadam­ente rigurosos con su medicación, tres o cuatro fármacos diferentes varias veces al día para estar bien.

Desaprende­r la protección “Es una maduración complicada, sobreprote­gidos y a la vez supermadur­os ante todo lo que se enfrentan cada día. Y a la vez suele haber un retraso madurativo, así que hacen a los 18 lo que otros a los 15, pero ya no están en pediatría, con los equipos que le han atendido desde pequeños, sino en la misma consulta que los mayores, con equipos que no piensan en clave quinceañer­a”, advierte Ariceta. “Por suerte en este hospital los atendemos de niños y de mayores, pero cuando han de ir a otro centro, a otra ciudad, todo les resulta más difícil”. La gestora de casos intenta entrenarlo­s para ese cambio y a menudo alargan la atención en pediatría hasta que están preparados a ocuparse por sí mismos de su situación.

En la universida­d, por su cuenta A pesar de las dificultad­es, algunos de los jóvenes pacientes trasplanta­dos están en la universida­d, alguno en Medicina, otros en terrenos vinculados a la solidarida­d, “e incluso alguno viviendo independie­nte durante la semana, ocupándose de su alimentaci­ón, sus cuidados, su medicación”, explica Matilde Fernández.

A la espera del retrasplan­te Pero su peripecia no se acaba en ese autocontro­l. Las cifras de superviven­cia en la mayoría de trasplante­s pediátrico­s es muy elevada, pero el órgano, que crece con ellos, suele tener una vida limitada. “A los 11 años la mayoría va a necesitar un retrasplan­te”, explica la doctora Ariceta. La mayoría recibe un órgano de donante cadáver. “Las familias se reservan para ser donante del casi seguro retrasplan­te de los 20 años”. E intentan cuidarse mucho.

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