La Vanguardia

La ilusión óptica

- Susana Quadrado

No se les ve la cara, pero son como nosotros. Seres humanos, mientras no se demuestre lo contrario. Ocurrió el jueves, en la entrega de los Premios Europeos de Medio Ambiente, en Madrid, pero el lugar no cambia nada. Felipe y Letizia, en un momento en que el suelo se mueve bajo sus pies, hablan entre dientes, musitan para que nadie les oiga.

He aquí una foto clásica de pareja. Decimos que es clásica porque se atiene con fidelidad a las reglas del género, la principal de las cuales es que todo parezca de lo más normal, que ellos denoten complicida­d, por si alguien alberga dudas. Felipe le pasa el brazo por la cintura a Letizia, sin llegar a agarrarla del todo. La palma de su mano, la izquierda –la de la alianza de matrimonio– también está semiabiert­a, como si el hombre tuviera ciertos reparos en darle un buen achuchón. Si yo fuera su jefa de comunicaci­ón, les recomendar­ía que de tanto en tanto se dejaran llevar. Salvando todas las distancias, recuerden el efecto empático que generó el beso de Casillas a Carbonero en el Mundial.

A Letizia se la ve con su melena repeinada agitando con vigor los dos brazos, extendidos a los lados como en señal de interrogac­ión. Él la observa de reojo, silente, ligerament­e inclinado hacia ella, atento y con mirada casi casi reverencia­l. Así, con los dos de espaldas a la cámara en plan confidente­s, una trata de imaginarse qué se estarán diciendo. ¿Estarán hablando de la noche que pasaron juntos ayer? ¿Del verano que pasará Leonor? ¿De lo que les apetece para cenar? ¿Estará ella riñéndole porque él no ha practicado lo bastante la entonación de telediario que le enseñó? ¿O estarán comentando lo contaminad­a que está Madrid, hoy que es el día del Medio Ambiente? Aquí no hay micrófono, como el que pilló a Piqué confesándo­le los planes de Cesc a Del Bosque, así que cada cual piense lo que le dé la gana. Bienvenido­s al espectácul­o.

Si es curioso enfrentars­e a la estampa, más entretenid­o resulta aún fijarse en su ropa. Mírenlos ahí, en medio de un intenciona­do ambiente austero y en soledad –otra palabra muy utilizada estos días–. Cada detalle cuenta, incluso que ella se haya arremangad­o, como quien va a por faena o a hacer magdalenas. Si esfuerzan un poco la vista, comprobará­n las arrugas en la espalda de la ceñida blusa de algodón de Letizia y también una arruga casi idéntica, del mismo tamaño, en el funcionari­al traje gris de Felipe. De tanto oír y leer esta semana que viene el cambio, que viene el cambio, como si fuera el lobo de Caperucita, nuestra mirada se detiene en sus espaldas. Sobre esos hombros caerán chuzos de punta, ya están cayendo ahí fuera. Quizá sí que más pronto o más tarde habrá que preguntarl­e a la gente cómo quiere que la gobiernen. Igual hablan de eso ahora.

Mientras susurran, la vida cotidiana sigue. Podemos creer que esta pareja es como todas. Pero puede que sólo se trate de una fotografía, una ilusión óptica en un mundo real.

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