Miley, igual a provocación
La artista lleva a Barcelona y Madrid un espectáculo lleno de contenido sexual que ha escandalizado en Londres
Advertencia: este artículo contiene lenguaje obsceno y un fuerte contenido sexual (lo mismo que la actuación de Miley Cyrus en el O2 de Londres), y es aconsejable que los padres –excepto aquellos extraordinariamente abiertos, modernos y liberales– supervisen su lectura por menores. O si no, que se atengan a las consecuencias (las habrá).
Miley, a los 21 años, se ha convertido en una provocadora nata. Y si se la mide por ese baremo, triunfa por completo. También luce una bonita voz, sobre todo cuando canta baladas. Y sus espectáculos tienen una coreografía en toda regla. Dicho esto, lo más extraordinario de sus shows es ver la cara de los padres de niñas de seis, siete u ocho años cuando se toquetea a sí misma en plan lascivo, le besa el trasero a alguien, saca al escenario un pene hinchable con el que juega, contonea las nalgas, escupe agua a los espectadores de las primeras filas, se acaricia los pezones o sobrevuela el polideportivo a lomos de un perrito caliente aderezado con mostaza. Si la actuación con que comenzó su gira europea en Londres es una referencia, eso es lo que espera a quienes acudan el día 13 al Palau Sant Jordi en Barcelona, o el día 17 al Palacio de los Deportes de Madrid.
Bueno, no sólo eso. También un llamamiento a que los miembros de la audiencia consuman marihuana “porque el tabaco mata pero la maría no”, a que se atiborren de alcohol y pastillas, y a que se morreen (“con mucha lengua”) con el vecino de asiento, al margen de su sexo. Y una orgía a veinte o treinta –personas y animales– en una cama enorme aparecida de repente, que simularon Cyrus y todo su elenco, algunos enfundados en disfraces de muñecos. Una especie de pornodisney, o una introducción al porno para infantes.
Si el listón era mantener el nivel de polémica después de la reacción alérgica a los antibióticos que la tuvo hospitalizada unos días y la obligó a cancelar parte de sus conciertos en Estados Unidos, Miley demostró en Londres estar en plena forma desde el momento en que apareció en el esce-
nario bajando por una lengua gigante convertida en tobogán. En realidad fue premonitorio del uso y abuso de su lengua a lo largo de las tres horas de show, para delirio de los niños, adolescentes y veinteañeros que componían la audiencia, y desesperación de algunos padres que no sabían adónde habían llevado a sus hijos.
Hija del cantante country Billy Ray Cyrus, que le puso de nombre Destino Esperanza (y ella sabiamente se cambió legal - mente a Miley en cuanto pudo), la artista ha efectuado sin ningún tipo de problemas la transición del personaje de Hannah Montana que la dio a conocer a lo que es hoy en día. Pasó su infancia semidesnuda en el rancho de las afueras de Nashville donde vivía la familia, porque no había nadie alrededor en decenas de kilómetros, y parece que le cogió el gusto a ir ligera de ropa, si es que sus vídeos y sus conciertos son una guía. En Londres, desde luego, mostró más chicha que muchas carnicerías, cambiándose de indumentaria casi para cada número, entre ellas un maillot de brillantes con unos labios adosados al pecho, un minivestido forrado de billetes de dólares (haciendo juego con unas gafas verdes en forma de dos hojas de marihuana) y un body con la Union Jack. Entre unas cosas y otras, temas como Love Money Party, 4x4, Fu, My Darling, We can’t stop y Wrecking Balls, y otros que toma prestados a Bob Dylan, los Artic Monkeys y Dolly Parton, mejor cantados que bailados, y con largas introducciones llenas de palabrotas.
Miley Cyrus es una seductora nata. Pero sobre todo quiere ser tomada en serio como artista. Su espectáculo es entretenido, desde luego. También hiperactivo, extravagante, colorista, exuberante, enérgico, obsceno, incongruente, desconcertante, voluptuoso, orgiástico y vulgar.
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