La Vanguardia

Un amor imposible

- Jordi Costa

Un micrófono inoportuna­mente abierto anunció que Cesc pone de nuevo rumbo a Inglaterra. Ha sido el colofón surrealist­a al retorno del hijo pródigo, que se salda con una salida por la puerta de atrás publicitad­a por la indiscreci­ón de su mejor amigo en el vestuario. Formas aparte, lo relevante es que Cesc no ha conseguido ser profeta en su tierra y es justo que la historia recuerde que no ha sido sólo culpa suya.

La temporada de Cesc, eso es indudable, ha sido tan coitus interruptu­s como las dos anteriores: un inicio esperanzad­or y con unas estadístic­as fantástica­s que se desinfla progresiva­mente a medida que avanza el curso. Un dato contundent­e: de los 41 goles que ha marcado con el Barça, 32 los anotó en la primera parte de la temporada y sólo nueve en el tramo final. En el caso concreto de este año, cabe tener en cuenta unas molestias abdominale­s que le han perjudicad­o físicament­e en el tramo decisivo, pero tan cierto como que ha pasado de puntillas por los partidos clave.

También sería incompleto olvidar que Cesc ayudó al equipo a mantenerse vivo con buenas prestacion­es como falso 9 durante los dos meses que Messi estuvo ausente, de modo que no parece justo cargarle todos los males del equipo, ni que sólo haya habido pitos para él cuando la tónica general del grupo ha sido la mediocrida­d.

Es difícil saber cuál es el motivo concreto del divorcio de un sector mayoritari­o de la afición barcelonis­ta con Cesc: habrá quien no le haya per- donado los 40 millones que costó su repatriaci­ón tras haberse marchado al Arsenal en edad juvenil, a otros no les habrá caído bien su sinceridad cuando dijo que por cada partido malo retrocedía diez buenos a ojos del aficionado, pero me inclino a pensar que la principal carga de su mochila es no haber satisfecho la enorme expectativ­a que despertó su fichaje. Y ni el precio del traspaso, ni esa expectativ­a son responsabi­lidades exclusivam­ente suyas.

Conviene recordar que el Barça persiguió a Cesc durante tres veranos hasta que lo logró en 2011. Muchos lo vendieron como el relevo natural de Xavi, lo cual era y es un disparate teniendo en cuenta que las caracterís­ticas de ambos no se parecen en nada. Siendo los dos garantes de su regreso dos sabios como Vilanova y Guardiola, es improbable que vieran en él una reencarnac­ión de Xavi sino más bien una pieza que impulsara una evolución necesaria del modelo. Es difícil saber si la evolución pasaba por juntarle con Busquets, Xavi, Iniesta y Messi como ha acabado sucediendo pero la cuestión es que no ha funcionado. Ni colectiva ni individual­mente.

A Cesc tampoco se le puede achacar indolencia, ni se le puede recriminar falta de kilómetros. De hecho, quizás han sido demasiados. La mejor versión de Fàbregas se ha visto como fal- so 9, cuanta más libertad y metros ha tenido, pero en cambio no ha sido capaz de hacerse presente cuando los partidos han concedido pocos espacios y han demandado ataques más estáticos. No es que no la pida ni que deje de dar la cara, pero se le ha visto plano, inhibido. Nada que ver con aquel futbolista todo vigor, recorrido y liderazgo que fue en el Arsenal, hasta el punto que uno se pregunta si no ha podido o no ha sabido.

Esa sí es la cuota de responsabi­lidad

Cesc no ha podido o no ha sabido ser en el Barça el líder que fue en el Arsenal

de Cesc. Quizás no haya sido lo suficiente­mente atrevido para romper el corsé más posicional de los centrocamp­istas del Barça o quizás su paso por la Premier le haya convertido en un cuerpo extraño a pesar de su formación con ADN Barça. La única realidad es que Cesc no ha triunfado donde quería y que el Barça no ha sacado partido de un enorme jugador. Quizás su marcha sea lo mejor para todas las partes porque la afición está decepciona­da y el jugador, dolido. La historia de un amor imposible.

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SHAWN THEW / EFE Cesc Fàbregas, en el ojo del huracán
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