SOS en el comercio
Más de 5.600 tiendas han cerrado en Catalunya entre el 2008 y el 2013
El comercio minorista es la primera empresa de Catalunya por número de empleados, con más de 300.000, a pesar de que la crisis se ha cebado en este sector, que ha perdido casi 34.000 puestos de trabajo desde el 2008. El
Informe del comerç català es demoledor: la disminución de ventas y el cierre de empresas se mantiene constante desde hace seis años. Según esta radiografía del sector, que elabora anualmente la Confederació del Comerç de Catalunya, una de las escasas alegrías en el 2013 fue que la facturación global, de 37.452 millones de euros, sólo disminuyó un 4,1%, un buen dato en comparación con los descensos del 5,7% del 2012 y del 6,2% del 2011.
Pero en el horizonte se adivinan nubarrones. Los tiempos están cambiando, como cantaba Bob Dylan. Más de dos millones de catalanes hicieron al menos una compra por internet el año pasado. Modernizarse o morir: 5.649 establecimientos han cerrado entre el 2008 y el 2013. Incluso así, Catalunya es medalla de plata en número de tiendas, con 95.777 comercios y 14 millones de m2 de superficie comercial, sólo superada por Andalucía, con 111.573 y 16 millones de m2. Millones de m2... Si se aplica la lupa a las estadísticas, se descubre que la inmensa mayoría de comercios (el 90%) son microempresas, un calificativo que los economistas aplican a
las firmas con menos de diez trabajadores. ¡Diez! Hay tiendas que no tendrán jamás diez empleados por una sencilla razón: no caben. Y diez clientes a la vez, tampoco. Pero paradójicamente estos pequeños comercios donde los compradores no se reciben con los brazos abiertos porque no hay espacio (dos históricos comercios de Ciutat Vella no llegan al metro de ancho) ordeñan en época de vacas flacas mejor que competidores más musculados.
Ricard y Montse, que regentan la única “pescadería de guardia” de Barcelona, un local de apenas 5 m2, con una máquina expendedora en el exterior abierta las 24 horas (hay otras en Sabadell, Granollers y La Garriga), lo explican con ironía: “Con tres personas aquí, ya das sensación de éxito, pero para llenar una pescadería de 50 m2 necesitas diez veces más”. Bromas al margen, de la experiencia de estos pequeños comerciantes se extraen lecciones para un manual de supervivencia que podría titularse Microtiendas, macroesperanzas. Esa es la clave: sobrevivir, no vivir. Sobre- vivir, a la espera de tiempos mejores. El comercio vive una glaciación “por la falta de capacidad consumidora y el paro desbocado”, dice la Confederació del Comerç. ¿Resistirán los dinosaurios esta nueva edad de hielo? La receta de los pequeños seres vivos es: proximidad, especialización, reducción de beneficios y atención exquisita al cliente. Sólo así se en- tienden milagros como el de la guantería Victoriano.
Porque si usted quiere unos guantes puede probar suerte en internet o en unos bazares, pero si quiere los guantes tiene que ir a comercios singulares como este, en el 195 de la calle Mallorca. Fundado en 1963 por Victoriano Salgado, el negocio vive exclusivamente de la confección de guantes a medida. De piel, de tela, de encaje. Deportivos o de ceremonia. Cortos o modelo Gilda, como el que popularizó Rita Hayworth. El hijo del fundador, Luis, y su esposa, Carmen, Carmina, ya tienen preparado el relevo con su hijo Ángel. Guantes Victoriano no tiene correo electrónico, pero recibe correo ordinario de toda España. Los clientes envían car- tas con el contorno de su mano dibujado a boli en una hoja y piden un determinado color. De aquí han salido millares de joyas artesanales para artistas, para el Liceu y para bodas de alcurnia. Carmina, de 65 años, guarda celosamente la identidad de la clientela, pero se le escapa que en breve se oficiará un enlace de alto copete en Andorra la Vella. Y ella, que tuvo trabajo extra con la boda de la Infanta, sabe por qué lo dice.
La papelería y librería Vicky también es un negocio familiar con medio siglo de historia. Abrió el 13 de diciembre de 1967 en la calle Sants, 149, primero como una tienda de ropa para bebés y, en su segunda y definitiva vida, como librería y papelería. Teresa Benimeli dejó su oficio como traductora de alemán, inglés y francés para atender el mostrador. Allí, si cierra los ojos, aún ve a su madre. Los buenos recuerdos y su pasión indomable por la literatura la mantienen a salvo. Teresa se centró en las novelas y dejó de vender libros de texto cuando descubrió que le salía más caro comprarlos en las editoriales que en las grandes superficies. Los antiguos todo a cien son