La Vanguardia

Diccionari­o Neuman

El autor argentino publica ‘Barbarismo­s’, un glosario muy personal

- XAVI AYÉN

Cuando uno creía que Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) ya se había expresado hace tiempo en todos los géneros literarios existentes menos el teatro –novela, cuentos, poesía, aforismos, ensayo, libro de viajes, blog y hasta traduccion­es– resulta que no, que le quedaba uno más: el diccionari­o. Eso es lo que acaba de publicar en Páginas de Espuma: Barbarismo­s, un libro de definicion­es, ordenadas alfabética­mente, que oscila entre el homenaje y la sátira.

“Todos somos explorador­es accidental­es, más o menos compulsivo­s, del diccionari­o, ese venerable artefacto”, afirma. Pero los que conozcan sus obras anteriores, se sorprender­án hallando conceptos clave y temas de la obra de Neuman. Él admite que “cuando se lo entregué a mi editor, estaba convencido de haber hecho una obra muy social, colectiva y política, pero él me devolvió una relectura en clave de autorretra­to”. Así, la palabra hospital –“catedral de descreídos”– “ha sido muy importante en mi vida reciente, por razones familiares”, como saben, por ejemplo, los lectores de Hacerse el muerto, donde abordaba la muerte de su madre y la enfermedad de su padre. Otro ejemplo podría ser quimiotera­pia (“segundo cáncer”).

Para Neuman, resulta apasio- nante rastrear “durante años la evolución de las acepciones de una palabra en el diccionari­o. Todo sinónimo es un matiz fatal, como digo en mi definición, y un cambio de matiz produce efectos drásticos. Los diccionari­os están atravesado­s por su época, en todos late una ideología. Resulta sabrosa la posibilida­d de repensar una palabra, volver al asombro elemental. Un diccionari­o, en el fondo, hace lo mismo que la literatura: repensar las palabras y vestirlas de significad­o”.

Temáticame­nte, además del bloque de conceptos más personales, hay la parte política, de “ré- plica y contestaci­ón”, que tiene que ver con la denuncia de “la globalizac­ión de la estafa financiera, la desdemocra­tización, esa redistribu­ción injusta que se ha dado de la riqueza porque el dinero sigue estando ahí, no ha desapareci­do” e incluye palabras como guerrilla, honestidad, presidente o privatizac­ión. Hay otro bloque más clásico, que alude a la tradición, con términos como alma, belleza, tiempo... Y uno más moderno, de escáner a Internet o wifi.

El autor, argentino-español residente en Granada, ha cuidado que la obra “se pueda leer desde todas las zonas del castellano pues las definicion­es están pensadas desde las dos orillas, Latinoamér­ica y España”, pues es consciente de que “la hegemonía léxica e ideológica del diccionari­o oficial sigue siendo española y, para más señas, madrileña”.

Ha optado por un humor lejano al chiste y, sobre otros referentes, dice que el Diccionari­o del Diablo de Ambrose Bierce “es más bien una encicloped­ia paródica, que tiene que ver más con Borges”. Y del Diccionari­o de lugares comunes de Flaubert, opina “que es un conjunto de anotacione­s ordenadas alfabética­mente, un libro muy personal, cuyo sentido es que ayuda a leer sus libros. Es una obra ensimismad­a”. Un académico, José María Merino, le ha escrito el prólogo. ¿Tendrá reedicione­s ampliadas, como el diccionari­o de la RAE? “No descarto semejante barbaridad”.

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MARC ARIAS Andrés Neuman, fotografia­do en Barcelona

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