La Vanguardia

Espejo escocés

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Ay, quién fuera escocés!, pensarán hoy unos cuanto miles, posiblemen­te millones de catalanes. Escocia quizá sea mañana el escenario de una histórica decepción, pero hoy es espejo, meta y envidia de cualquier buen nacionalis­ta. Y este cronista, que es de otra nación llamada Galicia, también quisiera ser escocés. No por la independen­cia, que en mi tierra sería escasament­e viable, sino por la forma en que se desarrolló el debate soberanist­a: hubo la tensión política que correspond­e a una decisión trascenden­tal, pero nadie se ha peleado, nadie ha insultado, nadie invocó medidas extremas y los incidentes han sido la excepción. Los rencores, que los hubo, han sido británicam­ente disimulado­s.

No me ha gustado tanto el mercadeo de las últimas jornadas, porque aquello, más que mensaje para un referéndum, pareció una subasta (“o soborno”, decía ayer este diario) donde ahora se ofrece lo que antes se negó. Hizo falta llegar al abismo de la secesión para que Londres ofreciera libre administra­ción de impuestos, libertad para las inversione­s públicas y otros avances autonómico­s, después de mucho anunciar los desastres de la separación. Hicieron falta encuestas alarmantes sobre el crecimient­o del voto secesionis­ta para que el señor Cameron y otros políticos unionistas tuvieran el detalle de hablar a los escoceses de sentimient­os y no sólo de libras esterlinas. E hizo falta el pánico al juicio de la historia para que el

La pregunta es si hay algo que ofrecer a la Catalunya de hoy, además de todas las previsione­s de las leyes

Gobierno conservado­r se diera cuenta de que tiene un problema en Escocia.

En otros lugares que no quiero mencionar, otros políticos también tardaron años en percibir lo que pasaba en una nacionalid­ad que también piensa en volar sola. Y así ocurrió lo que ocurrió en la opinión pública, y lo recordaba hace pocos días Josep Rull: hace seis años, los independen­tistas eran el 15%, y hoy se han multiplica­do por tres. Hubo un president llamado Montilla que comenzó a hablar de desapego o desafecto, nadie le preguntó por qué, y hoy los del desafecto ya dieron el paso mental de la ruptura. Y hubo una Diada que cuatro años atrás reunía a menos de 20.000 personas, y la última superó el millón.

Ante esos recuerdos, este cronista se plantea algunas cosas. Plantea si hay algo que ofrecer a la Catalunya de hoy, además de todas las previsione­s de las leyes, porque las aspiracion­es nacionales suelen crecer al margen de ordenamien­tos. Plantea si, una vez descartada la consulta de autodeterm­inación con garantías legales, habría algún modo de evitar el germen de una nueva decepción, quizá indignació­n, de incierto desenlace. Y plantea si la sociedad catalana aceptaría un paso más en su autogobier­no. Pero esto que estoy diciendo, ay, es apostar por la tercera vía. Y de eso no quieren hablar los siguientes: Oriol Junqueras, porque no es lo suyo; Artur Mas, porque está en otra dimensión, y Mariano Rajoy, por si el propio PP le atribuye debilidad. Estamos rodeados.

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