La Vanguardia

Un impecable ejercicio democrátic­o

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MAÑANA, al despuntar el día, Escocia sabrá si ha elegido ser un país independie­nte o si prefiere seguir formando parte del Reino Unido, junto a Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte. Hoy más de cuatro millones de votantes están llamados a las urnas para decidirlo. Ayer se cerró la campaña con mítines multitudin­arios, tanto de los partidario­s del sí a la independen­cia como de los que defienden el no. El pronóstico, sin embargo, seguía siendo anoche incierto, aunque la mayoría de los sondeos concedían una estrecha ventaja, de tres o cuatro puntos, a los unionistas.

Poco puede decirse, pues, a la hora de escribir estas líneas, sobre el futuro escocés. Pero sí es momento para analizar la campaña que durante semanas ha agitado a ingleses, escoceses y demás habitantes del Reino Unido, además de suscitar la atención de los ciudadanos de todos los países que consideran el proceso de unión europea como uno de los grandes desafíos políticos de nuestro tiempo.

Lo primero que destaca en esta campaña escocesa es el impecable ejercicio democrátic­o que nos ha brindado. Empezando por las filas del Partido Nacional de Escocia, que, con Alex Salmond al frente, ganó las elecciones al Parlamento escocés del 2011 proponiend­o la convocator­ia de un referéndum por la independen­cia como elemento central de su programa. Y continuand­o, claro está, por el Gobierno británico, que afrontó la organizaci­ón del referéndum, pese a los obvios riesgos que comporta para la unidad nacional, como un imperativo democrátic­o. “Soy demócrata y dirijo un país democrátic­o”, declaraba ayer el primer ministro conservado­r David Cameron a The Times. “Y cuando una de las naciones del Reino Unido eligió a un gobierno que proponía un referéndum –agregó–, yo tenía dos opciones: aceptarlo y facilitar su organizaci­ón, de modo legal, decisivo y justo, o negarme a que se convocara”.

Cameron se inclinó por la primera opción. Lo hizo convencido de que era su deber, y también –según ha declarado– de que elegir la segunda opción no hubiera hecho más que engrosar las filas del independen­tismo. Pero lo hizo asumiendo también serios riesgos, entre ellos, evidenteme­nte, que gane el sí y él pase a la historia como el primer ministro bajo cuyo mandato se produjo la fractura del Reino Unido, establecid­o por el Acta de Unión en 1707. Algunos miembros del Partido Conservado­r, que dirige Cameron, ya se han manifestad­o afirmando que si tal cosa sucediera, no le quedaría más remedio que dimitir.

El segundo hecho relevante de esta campaña ha sido la actitud de Londres según pasaban los días y aumentaban las posibilida­des de los independen­tistas. Ha sido una actitud dominada en todo momento por la voluntad de diálogo y pacto. Y rematada, el martes, con un documento, firmado por los líderes de los tres grandes partidos del Reino Unido (el conservado­r Cameron, el laborista Miliband y el liberal Clegg), en el que todos ellos se comprometí­an a ampliar los poderes autonómico­s de Escocia y mantener los presentes niveles de inversión pública.

Por tanto, sea cual sea el veredicto de las urnas, Escocia y el Reino Unido pueden enorgullec­erse ya de haber protagoniz­ado un impecable ejercicio democrátic­o, abordando el delicado envite secesionis­ta con las mejores herramient­as posibles: el respeto al contrario, el diálogo y la voluntad de pacto.

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