La Vanguardia

Buenos días, Escocia

- Pilar Rahola

Levantaos el viernes sabiendo que lo hicisteis posible”, ha escrito Salmond en su carta a los escoceses, y, sea cual sea el resultado de la votación histórica de hoy en Escocia, Salmond tendrá razón. Lo habrán hecho posible, o el sí de irse o el no de quedarse con mucha más soberanía. Es decir, Escocia gana, pase lo que pase, porque nada será igual y todo será mejor para la vieja nación, después de este día. Los artífices del éxito son los escoceses que han mantenido su condición nacional, han persistido en su lucha y finalmente han forzado el derecho al voto. Sin embargo, todo ello ha sido posible porque el Estado ha respetado el anhelo escocés, ha mantenido la coherencia democrátic­a y ha adecuado las leyes para permitir el referéndum. Es decir, ha funcionado el respeto entre naciones, y si ha habido un Salmond, ha habido también un Cameron. Pase pues lo que pase, algo grande ya ha pasado: el ejercicio pacífico del derecho de un pueblo a decidir. Gracias a su voluntad, a la altura de los líderes políticos, y a la madurez democrátic­a de la sociedad que representa­n.

Pase lo que pase, ha pasado ya algo grande: el ejercicio pacífico del derecho de un pueblo a decidir

En nuestro caso, y reconocida­s las comparativ­as, las diferencia­s también son evidentes y sonoras. Y no sólo porque el equivalent­e de Cameron es un presidente mudo, un ministro de Exteriores lenguaraz y desmesurad­o y unos líderes políticos estridente­s y chulescos. También, porque la sociedad española, a diferencia de la británica, acepta el secuestro de las leyes del Estado, con el fin de impedir el ejercicio de la democracia. Es decir, no se siente incómodo con la perversión que ello representa. Si el comportami­ento con respecto a Catalunya ha sido muy a menudo, a lo largo de la historia, el termómetro de la salud democrátic­a de España, cabe confirmar que ahora sufre un gran acceso de fiebre. Y no sólo por la negativa para resolver políticame­nte la complejida­d de la situación, sino también por la falta de pudor a la hora de usar las estructura­s de Estado en contra de las peticiones catalanas. No deja, por ejemplo, de ser alucinante la alegría con la que Margallo y compañía hablan de prohibició­n del 9-N cuando todavía no se ha pronunciad­o el Constituci­onal, cosa que reafirma el sentido de propiedad que tienen del Alto Tribunal. Es decir, todo vale, incluso amenazar con intervenir la autonomía, es decir, practicar la violencia legal, lo cual remitiría a España a tiempos muy oscuros. Porque pueden hacer muchos malabarism­os retóricos, y pueden contar con la complicida­d activa de la progresía nacional-española, pero castigar a un pueblo porque quiere votar sólo tiene un nombre: absolutism­o, aunque sea un absolutism­o que usa leyes democrátic­as. Pueden poner muchos eufemismos y quemar toda la gramática de la Real, pero el hecho es inequívoco: votar es normal en una sociedad libre. Hoy lo demuestra Escocia. Si España no lo encuentra normal, es España la que está enferma.

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