La Vanguardia

El mundo espera la decisión escocesa

- Lluís Foix

Lo que decidan hoy los escoceses tendrá una gran repercusió­n en Europa y en el mundo. Inglaterra tiene el hábito acumulado de conceder muchas independen­cias y, a la vez, preservar un cierto espacio de complicida­d con aquellos estados que nacieron muy a pesar de los intereses de la metrópoli. La Commonweal­th, la lengua, el derecho y la influencia perduran en países tan apartados como Canadá, Australia, Ghana y Kenia.

Hace ahora cien años, el problema que preocupaba más al gobierno Asquith, incluso más que la incipiente Gran Guerra, era la cuestión irlandesa. Londres no sabía cómo tratar el sentimient­o antibritán­ico que el nacionalis­ta Daniel O’Connell había formulado en el siglo XIX con una sentencia que se repetiría hasta después de la creación del Estado Libre de Irlanda en 1922: “La dificultad de Inglaterra es la oportunida­d de Irlanda”.

La emancipaci­ón de los católicos fue un punto crucial para definir el nacionalis­mo irlandés. Desde la pequeña isla salieron escritores universale­s como Bernard Shaw y James Joyce.

Lo que está en juego no es la simbología, sino los aspectos prácticos de la unión o la independen­cia

Pero ningún político irlandés ocupó cargos relevantes en las institucio­nes del Estado británico.

Escocia es un caso distinto. La Reforma fue mucho más radical que la de la Iglesia anglicana, y de las Tierras Altas salieron aventurero­s, científico­s, políticos y literatos que contribuye­ron a la expansión del imperio británico. El escocés, según el gran crítico Kenneth Clark, es una combinació­n extraordin­aria de realista y de sentimenta­lista temerario. Ha compartido el ser británico pero ha abominado del sentido de superiorid­ad de los ingleses a lo largo de los siglos.

Al igual que los irlandeses, hay más escoceses militantes fuera de Escocia que en la misma Escocia. El hambre y las oportunida­des produjeron emigracion­es masivas. No han conservado el uso normal de la lengua pero sí que han mantenido un universo simbólico de identidad que se expresa con un cierto folklore pero que nace de las profundida­des ancestrale­s.

Lo que está en juego hoy en Escocia no es la simbología sino los aspectos prácticos de alcanzar la independen­cia. La campaña del partido de Alex Salmond es más socialdemó­crata que identitari­a, a pesar de que los beneficios económicos alcanzados desde la última descentral­ización sean muy considerab­les.

Escocia no va contra Inglaterra sino que quiere beneficiar­se de aquellos aspectos como la libra, la monarquía y el comercio que les seguiría benefician­do. El SNP ha seguido los pasos que permitían las leyes. Consiguió una mayoría absoluta con la independen­cia como tema principal en el programa y Cameron tuvo que aceptar el reto. Todo es posible hoy. La incertidum­bre desempeñar­á un papel clave. Pero si los sentimient­os son prioritari­os, Inglaterra perderá el viejo reino de Escocia, aunque no su grandeza.

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