La obsesión por capturar la naturaleza
Londres muestra el método del rival de Turner ante el paisaje
La rivalidad entre artistas es tan antigua como el arte. Ahí está por ejemplo el caso trágicamente divertido de Zeuxis, pintor realista de la antigua Grecia que murió de un ataque de risa durante un duelo con Parrasios, a quien había desafiado a ver quién lograba la obra más perfecta. Sin necesidad de ir tan atrás, en Londres aún está viva la pugna que siglos atrás mantuvieron dos de sus grandes maestros: William Turner (1775) y John Constable (1776), nacidos con un año de diferencia. Mientras al primero el reconocimiento le acompañó desde sus días de niño prodigio, al segundo el éxito se le mostró mucho más esquivo. En mayo de 1832, con motivo de una exposición de ambos en la Royal Academy, creyó por fin que había llegado el momento de la revancha. Su pintura La apertura del puente de Waterloo, en la que había trabajado intermitentemente durante una década, fue colgada junto a una marina de Turner, que a su lado aparecía fatalmente ensombrecida. Pero este último, al ver el efecto, regresó paleta y pincel en mano y estampó en medio de la tela una mancha en rojo sangre que incendiaba el mar hasta entonces verde. “Ha estado aquí y ha disparado un arma de fuego”, se resignó Constable.
La anécdota se recuerda estos días en Londres a propósito de la exposición que la Tate Britain dedica a los últimos trabajos de Turner. Y ayer cobraba nueva fuerza cuando el Victoria & Albert Museum abrió las puertas de The making of master (La forja de un maestro), una muestra colosal –no tanto por el volumen de obras expuestas, 150, como por las horas de investigación y estudio minucioso por entender y dar a conocer el proceso creativo del artista: su radicalidad y voluntad inquebrantable a la hora de querer capturar la naturaleza tal cual es. “Hasta que no hemos comprendido las cosas verdaderamente, no las vemos”, decía el propio Constable. Un alma revolucionaria que, como recordaba ayer el comisario, Mark Evans, abrió las puertas a los impresionistas.
La comparación entre los dos maestros paisajistas será materia de conversación entre los partidarios de uno y otro en este otoño londinense, que espera también ansioso el estreno de Mr. Turner, biopic de Mike Leigh aplaudida ya por la crítica en el festival de Cannes. Aunque a la postre la disputa entre artistas sea tan estéril como querer enfrentar el realismo con la abstracción. Un cho- que de titanes. “Se puede admirar enormemente a Turner; Constable es mucho más emocionante porque sientes que él quería contar la verdad”, ha dicho en alguna ocasión Lucien Freud, uno de sus máximos valedores.
El reinado de Turner y Constable en la cartelera londinense –la llegada de Rembrandt a la National Gallery a mediados de octubre les pondrá las cosas más difíciles– tiene algo de casual aunque no tanto. Aquí, como en el resto de Europa, los museos echan mano a sus fondos de armario y si la Tate puede presumir de una extraordinaria colección del maestro de los mares embravecidos, fue en el V&A donde Isabel, la última hija viva de Constable, depositó en 1888 un importante legado con todo lo que quedaba en el estudio de su padre: tres pinturas de caballete, 92 bocetos al óleo y 297 dibujos y acuarelas, además de su colección particular, grabados de Rubens, Gainsborough, Richard Wilson, Salvator Rosa, Poussin, Rembrandt y, sobre todo, Claude Lorrain, a los que admiraba y utilizaba como fuente de inspiración. De este último llegó a estar tan obsesionado que escribió a su esposa: “No me extraña que puedas sentir celos de Claude, si algo se puede interponer en nuestro amor es él”. Turner por su parte legó numerosos cuadros a la nación, a condición de que dos fue-
ran colgados junto a un par de Claude en la Galería nacional.
Evans los ha colgado junto a sus propias obras, copias meticulosas a las que no obstante siempre da un toque personal (unos niños vagando por un camino, un rayo de luz aparecido de la nada, nubes que hacen prever tormenta inminente) mostrando hasta qué punto acabaron influyéndole y lo construyeron como artista. Entre los compañeros de viaje hay obras mayores como Paisaje nocturno de Rubens o Paisaje con estanque
RIVALIDAD Turner fue un niño prodigio; a Constable el éxito se le mostró mucho más esquivo
SEDENTARIO Nunca salió de Inglaterra, ni con la imaginación, su paisaje es el de la infancia
de Gainsborough, pero sobre todo es en las salas donde cuelgan los bosquejos al óleo y dibujos que realizaba al aire donde asoma la verdadera naturaleza del artista.
El paisaje es a mediados del siglo XVIII un género humilde frente a la pintura de historia, con sus cualidades didácticas y moralizantes. Joshua Reynolds, uno de los más importantes e influyentes pintores en ese momento, lo despreciaba: “Un simple copiador de la naturaleza no puede producir algo grande”. Pero Constable se entregaba a ello con la determinación de un loco.Vemos cómo compuso sus imágenes, cómo convirtió sus bosquejos –secuencias casi cinematográficas, anhelando capturar el menor cambio perceptible en una nube o una puesta de sol– hasta llegar a las obras terminadas.
Nunca salió de Inglaterra, ni siquiera a través de la imaginación, y sus paisajes son casi siempre sus paisajes de infancia, el pequeño mundo de Suffolk (sureste de Inglaterra), donde su padre poseía un molino, por los que siente un apego casi enfermizo, reconstruyéndolos una y otra vez para el arte. Los molinos, las barcazas, los canales… Seguramente nadie se ha adentrado visualmente en un lugar tan particular de forma tan profunda. Un pintor innovador, y técnicamente audaz, aunque profundamente provinciano y conservador: su mejor amigo y compañero intelectual del alma fue un clérigo anglicano llamado John Fisher, que defendía la esclavitud como algo natural. Última paradoja: al final consiguió ser aceptado por la Royal Academy (tenía ya 53 años y lo logró por un solo voto), pero las obras que despertaron mayor admiración fueron las últimas, mucho menos realistas y un tanto idealizadas. Es decir, cuando dejó de hacer aquello de lo que había hecho su razón de ser.