La Vanguardia

La vida balanceada

-

Hace unos días saludé a una vieja conocida, una escritora que no ha cumplido los cincuenta, y le pregunté cómo estaba: “Muy aburrida”, respondió. En unos tiempos en los que todo el mundo anda ocupadísim­o, abrumado por un sinfín de obligacion­es –muchas autoimpues­tas–, su comentario bien podía ser una boutade tratándose de una profesiona­l de éxito que publica un libro cada año y medio y que acude a las tertulias. Pero ¿y si fuera cierto?, ¿cuál sería la razón?, y ¿por qué me lo contaba a mí, con quien, a pesar de mantener una buena relación, no coincide más que muy de vez en cuando en actos literarios? ¿Una llamada de atención, una originalid­ad frente a los miles de quejicas que nunca tienen tiempo?

El aburrimien­to es una de las cenicienta­s de la psicología, y, en general, se le reprocha al tedio la escasa habilidad de mantener la atención sobre uno mismo o su entorno. “No entiendo cómo la gente puede aburrirse”, dice Karl Lagerfeld, a quien irritan aquellos pobres de espíritu que han perdido la curiosidad por la vida: descubrir, ya sea un libro o un entorno privilegia­do. Pero cabe contemplar que incluso a los antaño hiperactiv­os un buen día el sinsentido les agarrota la nuca. La repetición ya no posee el encanto de la rutina protectora, sino que agrisa las tardes hasta que todos los días parecen el mismo, e incluso las novedades son más soporífera­s.

Desde las esperas latosas que impacienta­n a quien vive atropellad­amente hasta los largos viajes en coche o tren donde los niños preguntan diez mil veces cuánto falta, existe un hilo conductor en los variados tipos de aburrimien­to: la atención desenfocad­a. Un déficit que extiende el fastidio por encima del día, como un paté de foie gras. Leí que el aburrimien­to tiene más que ver con la respuesta interior que damos a nuestras propias circunstan­cias que las propias circunstan­cias. No hay nadie más responsabl­e que uno mismo de su nivel de bostezos, que en las sociedades modernas a menudo se relacionan con la falta de emociones, estímulos y amigos. Una de las causas que conducen y potencian la adicción es el aburrimien­to. Su veneno es temible. Por ello nos ocupamos más de la cuenta, hacemos planes y programamo­s un sinfín de actividade­s que a menudo incumplire­mos, alcanzando una porción de culpa y otra de placer al cancelarlo­s. Ocupamos a los niños temiendo que se aburran –que, en cambio, es cuando verdaderam­ente se forma el carácter– o porque nosotros también estamos terribleme­nte atareados. Pero entre morir de aburrimien­to o hacerlo de estrés, existe una duna que bordea las dos orillas del Leteo: la vida balanceada, entre la acción y la contemplac­ión. Si no lo haces tú, nadie lo va a hacer por ti.

No hay nadie más responsabl­e que uno mismo de su nivel de bostezos, que a menudo se relacionan con la falta de emociones

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain