La Vanguardia

Oficio en la puesta en escena

- Albert Gimeno

Si ustedes sienten un cosquilleo intenso en el estómago no significa que tengan hambre ni que estén enamorados sino que les gusta el fútbol de verdad. Uno se pasa buena parte de la temporada administra­ndo los goles, las alegrías y los sinsabores con cierta cautela porque el plato fuerte recae en un par de semanas de la temporada, como la actual. Ayer se jugó el primer acto de dos citas clave para el futuro del Barça en las dos principale­s competicio­nes que disputa. Prueba superada. Solvencia, determinac­ión, eficacia ofensiva y oficio jalonaron el desempeño culé frente al animoso Manchester City que, una vez más, vio como las hechuras para construir un equipo son más complejas de lo previsto. Inglaterra, no obstante, tiene una paciencia que para sí la querrían los damnificad­os de los banquillos españoles. Pellegrini, en menor medida, y Wenger –como apóstol máximo de la insatisfac­ción permanente– han tenido hasta ahora luz verde para fichar sin que ese esfuerzo pecuniario les haya reportado demasiados títulos. De hecho, en el caso del Arsenal la sequía de galardones empieza a poder inscribirs­e en el libro Guinness.

El Barça no obstante ha fortalecid­o sus piernas de tal manera que ha logrado que los reveses de las lesiones y de los desajustes en el juego puedan solventars­e con una buena puesta en escena. Clasificar­se ayer era imprescind­ible para que la siempre vulnerable afición azulgrana pudiera seguir mirando al equipo con tranquilid­ad en lugar de hacerlo con el reojo de la insatisfac­ción. Estaba en juego prestigio y dinero, mucho dinero, y eso en el fútbol actual, como en casi todos los frentes de la vida, es un oxígeno irrenuncia­ble. El éxito para pasar de ronda en la Cham-

El Barça cumple en el primer acto de su semana grande; ahora le toca rematar sin sobrarse antes de jugar

pions le permite al equipo exhibir un nivel de solvencia superior al mostrado hasta el momento por los otros dos representa­ntes españoles en la competició­n: Real Madrid y Atlético. Uno salvando el pescuezo cuando el agua le llegaba a las orejas frente al Schalke y el otro, el conjunto colchonero, jugándose el tipo en una agónica tanda de penaltis que seguro le hizo echar mano a las pastillas a más de un afamado seguidor del club de la ribera del Manzanares.

Y ahora, a por el segundo acto que no es definitivo pero sí aplastante. Si el Barça derrota al Madrid habrá sentado sus reales en esta Liga pese a que confiarse en exceso no ha sido nunca la mejor receta para el ánimo culé. El barcelonis­ta necesita siempre tener tensionado su organismo para que no haya relajación muscular. De lo contrario, del traspiés pasamos a la espesura, y de ésta al desastre en menos segundos que un Testarrosa pasa de los 0 a los 100 kilómetros por hora. Va en el ADN. Por ello, que los cracks se sientan con hambre y con capacidad para darle un zarpazo al máximo rival es sinónimo de salir al Camp Nou sin dormirse. Y de paso vayan preparándo­le una nueva oleada de piropos a Messi que ha sido capaz de encerrarse bajo ese ceño fruncido que exhibe antes de chutar una falta y que por arte de gracia se convierte en una sinfonía de goles y asistencia­s que agravan el desespero de quienes tienen alergia al astro azulgrana. Y con él el equipo ha crecido y pisa firme.

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