Ocultos en un cuarto de limpieza del museo
Cristina Rubio, embarazada de cuatro meses, y su marido pidieron agua y azúcar al ser rescatados
Quizás nunca ha habido tantos policías ante el museo del Bardo de Túnez como ayer por la mañana, justo el día en que –muy probablemente– eran menos necesarios. Tampoco era apreciable a simple vista una vigilancia extraordinaria ni en el aeropuerto ni en el centro de la ciudad, donde, a lo largo de la avenida Bourguiba, la noche del día de la tragedia fue una velada multitudinaria de protesta y de dolor.
El museo nacional, toda una institución en Túnez, presentaba el miércoles un agujero de seguridad enorme, que permitió a dos yihadistas entrar sin problemas y matar a 23 personas, 20 turistas y tres tunecinos. Otras 47 personas resultaron heridas, varias de ellas de gravedad. Un agujero impensable en un país en el que la guerra contra el terrorismo está declarada, y no desde ayer…
Los dos terroristas han sido identificados: Yasin Abidi y Hatem Jachnaui. El primero es de un barrio popular de Túnez, Ibn Jaldún, y según el primer ministro, Habid Essid, estaba siendo vigilado. El segundo es de Kasserin, en el oeste del país, cerca de la frontera de Argelia, precisamente el lugar donde la policía y el ejército de Túnez combaten desde hace semanas a elementos yihadistas en esta región montañosa. Hay además, nueve detenidos en relación con el atentado.
Tal como era, a estas alturas, bastante previsible, el Estado Islámico –ya presente en la vecina Libia– reivindicó ayer el atentado en un mensaje de audio difundido por sus canales de Internet. El mismo día del ataque, una cuenta de Twitter supuestamente vinculada al EI lo adelantaba, según el observatorio del yihadismo Site. El mensaje califica a los terroristas de “caballeros del Estado Islámico” y formula esta amenaza: “Decimos a los apóstatas que están sentados en el pecho de la Tú- nez musulmana que esperen las felices mareas de lo que les dañará, porque lo que han visto hoy –por el miércoles– es la primera gota de la lluvia”.
El museo del Bardo se encuentra relativamente lejos del centro de la capital, dentro de un recinto que comparte con la Asamblea Nacional, rodeado por un muro con dos entradas, una da acceso al Parlamento tunecino y la otra, al museo. Esta, de hierro forjado, es la llamada Puerta de los Leones, y desde ella hasta el edificio del museo hay una distancia de unos 200 metros. Los autobuses de turistas entran por ahí. La visita al museo en grupo organizado dura unos 45 minutos, y los guías suelen dar al final unos 15 minutos para que la gente acuda al baño o a la tienda. Al parecer, fue en este lapso, cuando algunos ya habían subido a los buses y otros todavía estaban dentro, el que aprovecharon los dos terroristas para irrumpir en el aparcamiento y disparar indiscriminadamente con fusiles kalashnikov.
Hamdi Aledin, vigilante encargado de la sala paleocristiana, en el primer piso, estaba a punto de salir a almorzar. Oyó los disparos y corrió al primer piso, cerrando la puerta de la sala. Con él se quedaron, decía ayer, “19 personas, todos franceses más una familia tunecina”. “Les dije que estuvieran tranquilos, que se agacharan y guardaran silencio para que no les oyeran”. Al cabo de unos 35 minutos, quizá más, bajó y vio a los policías. No llegó a ver a los terroristas. “He salvado a 19 personas, y a mí mismo”, decía ayer.
En el atentado perdieron la vida dos españoles, Antoni Cirera Pérez y Dolors Sánchez Rami, de 75 y 73 años, un matrimonio catalán que estaba haciendo un crucero para celebrar sus bodas de oro. Otro matrimonio de Valencia, Cristina Rubio y Juan Carlos
SIN PROTECCIÓN La entrada al museo carecía prácticamente de vigilancia el día del atentado
Sánchez –estos, recién casados– habían sido dados por desaparecidos hasta que fueron encontrados en un cuarto del museo donde se refugiaron y permanecieron encerrados casi 24 horas.
¿Cuántos guardias de seguridad había en las puertas en el momento en que irrumpieron los asaltantes? Normalmente hay tres o cuatro, o dos o tres, o quizás solo uno en aquel momento, según decían ayer un policía, un empleado del museo, el encargado de la tienda de enfrente o un guía turístico que trabaja con españoles pero que el día del atentado estaba en Cartago. La versión de que sólo había un policía era recogida también por el diario La Presse. Al otro lado del recinto, el acceso al Parlamento sí suele estar más protegido.
El primer ministro, Habib Essid, dijo poco después del atentado que los dos terroristas –muertos por las fuerzas de seguridad– vestían ropas militares. Mucho más tarde, un portavoz de Interior, Mohamed Ali Laroui, reconocía que no era así. Un guía afirmó que, en efecto, iban de paisano –uno de ellos tal vez con un chándal– y que llevaban “un gran saco”, del que habrían extraído los fusiles. Según otro testigo, las armas parecían “de plástico”.
En la sesión extraordinaria del Parlamento, convocada de forma espontánea no por el presidente de la Cámara sino por los diputados, se pedían responsabilidades. El atentado se producía en vísperas del día de la independencia de Túnez, que se celebra hoy viernes. Se producía también en un momento de vacaciones escolares en que se hacen excursiones y visitas, en un momento en que había llegado un contingente importante de turistas.
Dos buques, el Costa Fascinosa, de Costa Cruceros, y el Splendida, de MSC Cruceros, habían amarrado en el puerto de La Goulette. Al menos doce de los turistas muertos –entre ellos los dos españoles, tres japoneses, dos franceses y el hijo y la nuera de un militar colombiano– viajaban en el barco de la MSC. Y al menos cinco –cuatro italianos y un ruso– viajaban en el Costa Fascinosa. También murieron un australiano, un polaco, un belga y un británico.
Costa Cruceros estaba reemprendiendo las escalas en Túnez, después de haberlas cancelado en el 2011 a raíz de la revolución, una suspensión que mantenía hasta ahora. La retirada, ya anunciada, de los cruceros es un golpe durísimo para la economía tunecina, que genera de forma directa e indirecta 400.000 empleos, según decía a La Vanguardia en noviembre pasado la hoy consternada ministra de Turismo, Amel Karbul.
“Sí, tuve miedo –decía Hamdi Aledin–, pero al fin y al cabo vivo en Túnez y tengo una vida muerta, soy como un zombie. Soy joven, y la vida aquí es muy difícil. Yo en el Museo Nacional del Bardo soy empleado de segunda categoría, no soy funcionario. Cobro la mitad, no tengo seguro, no tengo nada... En enero y febrero no he cobrado mi sueldo. ¿Qué le pido al Gobierno? Que salve a la gente, que salve el turismo... Hay que poner a todos los tunecinos y no tener miedo de nada”.
“Vienen de Siria y de Libia”, decía Hamdi, en un tono como rechazando que los terroristas fueran tunecinos. Pero lo son. Además del cerco militar que se desarrolla en Kasserine, el pasado martes el Ministerio del Interior anunció la detención de una célula de siete miembros que vigilaba a “responsables de seguridad” residente en el extrarradio de la capital con fin de atentar contra sus vidas. Algunos miembros de este grupo habían combatido en Siria y se dedicaban al reclutamiento de futuros yihadistas.
El mismo martes se confirmaba la muerte en Libia del tunecino Ahmed Rouissi, sospechoso del asesinato de dos políticos de izquierda meses atrás y supuesto comandante del grupo fiel a Estado Islámico que se ha hecho fuerte en Sirte, la ciudad natal del coronel Gadafi.
Las fuerzas de seguridad de Túnez no están de brazos cruzados y han pagado con decenas de vidas la lucha antiterrorista. Ha habido, afirmaba ayer La Presse en su editorial, “miles de detenciones” preventivas, “decenas de atentados” se han evitado y se han desmantelado “numerosas células durmientes” y de reclutamiento de yihadistas.
“¿Qué podrían haber hecho unos policías a la puerta ante unos tipos armados que no temen a la muerte?”, se preguntaba ayer un hombre ante el museo.
Quizás nada, quizás algo, según los que creen que los 200 metros desde la Puerta de los Leones hasta el edificio hubieran permitido enfrentarlos. Los terroristas lo hicieron porque sabían que podían hacerlo.
BALANCE PROVISIONAL El atentado acabó con la vida de 23 personas: 20 turistas y tres tunecinos
LA VÍSPERA DEL ATAQUE Un jefe tunecino del EI moría en Libia y caía en Túnez una célula yihadista