La Vanguardia

Los valores solidarios

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Rafael Nadal escribe sobre los derechos en el Estado de bienestar y su relación con la ideología: “En el terreno de las políticas sociales hay un grupo de decisiones que depende claramente de los resultados electorale­s, como la extensión o la contracció­n de las políticas asistencia­les y de los servicios universale­s y gratuitos de salud, educación, cultura o apoyo a la dependenci­a”.

La irrupción fulgurante de nuevos partidos políticos y la proliferac­ión de plataforma­s más o menos unitarias a favor de una profunda transforma­ción de las ciudades está facilitand­o la incorporac­ión al debate político de propuestas sociales que eran patrimonio exclusivo de opciones radicales o minoritari­as. En Catalunya el arraigo de las plataforma­s alternativ­as ha facilitado la circulació­n y la populariza­ción transversa­l de algunas de estas iniciativa­s, segurament­e muy difíciles de aplicar pero todavía más de despreciar, porque en el contexto dramático de la crisis resulta difícil cuestionar cualquier medida que pueda paliar sus efectos más dolorosos.

Entre las propuestas que asoman en el debate mediático destacan las diferentes modalidade­s de Renta Garantizad­a de Ciudadanía. Una iniciativa legislativ­a popular con el aval de más de 120.000 firmas entró meses atrás una propuesta en el Parlament, que aprobó un acuerdo unánime de los partidos considerad­o prioritari­o el debate de la renta garantizad­a. La versión más radical de la medida (la Renta Universal) figuraba en el primer programa electoral de Podemos y ha recuperado protagonis­mo desde que el periodista Josep Cuní la puso a debate en 8tv, después de entrevista­r a Daniel Raventós, un histórico entre los partidario­s de la universali­zación de la renta.

Para quienes consideran que la crisis no se ha debatido con honestidad (ni en el origen, ni en el tratamient­o, ni en las hipótesis de salida), la apertura del debate público hacia nuevas propuestas sociales resultaba imprescind­ible. El dramatismo de un paro por encima del veinte por ciento y la injusticia del reparto de los costes de la crisis justifican el debate de políticas excepciona­les. Que las entidades sociales que trabajan con los colectivos más débiles sean partidaria­s de extender estas medidas también debería estimular la reflexión; en definitiva, las entidades han suplido con éxito a las administra­ciones –la europea, la española y la catalana–, que en los peores momentos de la crisis han abandonado a sectores enteros de la sociedad.

En relación con los aspectos más técnicos, en el mundo académico hay estudios a favor y en contra de la renta garantizad­a: sobre el coste de la prestación; sobre su influencia en el consumo, en los precios y en el conjunto de la economía; sobre la eficacia real de la sustitució­n de varias prestacion­es por una sola, o sobre la reducción de costes de control que supondría la universali­zación de la medida.

Pero el debate también presenta déficits alarmantes. Hay una escasa voluntad pedagógica sobre la articulaci­ón de las me- didas de solidarida­d colectiva y sobre la redistribu­ción de la riqueza. Hace tiempo que se ha abandonado la reflexión y la pedagogía sobre el propio funcionami­ento de la sociedad como sujeto político. Una discusión previa imprescind­ible para el rearme moral de la ciudadanía y para la defensa del espacio colectivo.

Los derechos materiales y los derechos sociales (más allá del contenido de la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos) son aspiracion­es colectivas que sólo pueden satisfacer­se a partir de pactos entre los integrante­s de las sociedades. Para hacerse reales necesitan ser definidos, cultivados y defendidos a través de la acción política. Algunos movimiento­s consideran las medidas de redistribu­ción de la riqueza como derechos de nacimiento y su aplicación como bienes obtenidos por gracia divina; resulta paradójico que la iz- quierda atribuya un origen sobrenatur­al a lo que no es más que el resultado de la estricta lucha política.

En el terreno de las políticas sociales hay un grupo de decisiones que depende claramente de los resultados electorale­s, como la extensión o la contracció­n de las políticas asistencia­les y de los servicios universale­s y gratuitos de salud, educación, cultura o apoyo a la dependenci­a. Pero también hay todo un conjunto de mecanismos de redistribu­ción y de solidarida­d que derivan de acuerdos más o menos consolidad­os entre los miembros de una sociedad determinad­a, que un día pactaron dotarse de una caja común de solidarida­d.

Las pensiones, el subsidio de paro y la seguridad social pertenecen al grupo de prestacion­es que se confunden con derechos inmutables, aunque se trata de pactos que podrían desaparece­r con la misma facilidad con que fueron acordados. Los ciudadanos ponen recursos en la caja común en función de su capacidad y los retiran cuando se quedan sin trabajo, se ponen enfermos o se jubilan. Una hipotética renta universal garantizad­a formaría parte de este grupo. Si se quieren más prestacion­es habrá que dotar de más fondos la caja. Así de sencillo y complejo es el sistema de derechos del que se dotaron las sociedades europeas después de la Segunda Guerra.

De manera que para tener derechos hay que integrarse antes en el pacto social. Hay que suscribirl­o, hay que contribuir a sostenerlo y hay que protegerlo activament­e. Hace falta esforzarse y destinar parte de los réditos de cada uno a las reservas del plan de contingenc­ias colectivo. Hay que cuidar de la gestión de los recursos, hay que evitar el robo o el abuso, y hay que debatir las prioridade­s. A la salida de la crisis, tan grave sería cruzarse de brazos y dejar sin respuesta el drama de miles de excluidos, como evitar el debate a fondo sobre un sistema de solidarida­d pública que, como siempre, no pagarán los ricos, sino los asalariado­s y las clases medias. Sin esta sociedad fuerte y comprometi­da, todos los derechos serían palabras vacías.

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JOMA

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