La Vanguardia

Trágicas bodas de oro

La pareja de jubilados de Barcelona asesinada en Túnez estaba celebrando sus 50 años de matrimonio

- LUIS BENVENUTY Barcelona

La octogenari­a vecina abre la puerta de su vivienda, se agarra con una mano el cierre de la bata de andar por casa, cerca del cuello, mira con mucha desconfian­za… “Hable usted más alto, por favor ¡es que estoy muy sorda!”, dice la mujer de un modo muy cansino, harta de repetir esa frase una y otra vez, señalándos­e la oreja izquierda. “¿Qué quiere?”. Son las nueve y media de la mañana, en el número 21 de la calle Conca, en el barrio de Camp de l'Arpa, en Barcelona. “Pues sí. Antoni y Dolors vivían en este mismo edificio, en el segundo primera… ¿qué quiere que yo le diga?”.

Las cámaras de televisión suben y bajan por las escaleras del inmueble, pulsan los timbres de los pisos, buscan vecinos que les cuenten cómo era en su día a día cotidiano el matrimonio de dos jubilados españoles asesinados en el atentado de Túnez, que les cuenten si eran personas amables, cuánto tiempo llevaban en el barrio, cuáles eran sus aficiones ¿tenían hijos? ¿saludaban en el ascensor o se quedaban mirando el teléfono móvil? “¡Yo qué sé! yo no sé qué pasó”, espeta la octogenari­a vecina. “Los acaban de matar ¿qué quiere que yo le diga? Vivían aquí, en el segundo primera, desde hace muchísimo tiempo, ya estaban aquí cuando yo llegué al edificio, hace más de cuarenta años, eran dos personas muy agradables, muy educadas, nunca molestaron a nadie… ¿qué quiere que yo le diga?”.

Sí, Antoni Cirera Pérez y Dolors Sánchez Rami, de 75 y 73 años, siempre saludaban a sus vecinos, a sus vecinos de siempre. En el ascensor, en el rellano, en la escalera. Y a los niños además les hacían carantoñas y regalaban alguna mueca. Los niños pequeños les gustaban mucho. Disfrutaba­n mucho de las visitas de sus nietos. Tenía un par de hijos. Viven fuera de Barcelona, en la provincia de Tarragona. A Antoni y Dolores también les gustaba comprar productos ecológicos, y les encantaba pasear, sobre todo por el campo, muy especialme­nte por la montaña de Collserola. No hace mucho Antoni tuvo que superar unos cuantos padecimien­tos en una pierna para no tener que abandonar su afición. En cuanto el buen tiempo acompañaba un poco, los vecinos los veían salir de su casa muy dispuestos y bien ataviados con sus pantalones cortos y sus puntiagudo­s y largos bastones de senderismo. “Yo creo que trabajó como químico muchos años en la fábrica de cerveza de Moritz”.

Antoni y Dolors estaban muy bien avenidos, se querían mucho, estaban muy enamorados. Al menos ese es otro de los recuerdos que dejan en su barrio. El ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, destacó ayer en su comparecen­cia que Antoni y Dolors estaban en Túnez celebrando sus bodas de oro, que aquel crucero por el Mediterrán­eo era un regalo de los suyos para conmemorar sus cincuenta años de matrimonio. En verdad el matrimonio no acostumbra­ba a realizar largos viajes. La gente lo comentaba ayer en el barrio y se llevaba las mano a la boca para que no se les escapara un lamento, para ahogarlo.

Unos se enteraron de la mala nueva el miércoles por la noche, en el bar de al lado, viendo el partido de fútbol del Barça en la Champions League. Antoni también era muy aficionado al Barça. Otros muchos se enteraron de la desgracia ayer mismo, entre sus recados matutinos, después de preguntar por qué había tantas cámaras de televisión en el barrio. Muchos ni siquiera los conocían, apenas intercambi­aron con ellos unos cuantos holas y adiós, pero el terror los rozó, y de repente se convirtió en algo muy cercano. Fuentes de Exteriores señalaron que esperan que la repatriaci­ón de los cuerpos pueda realizarse “en pocos días”.

El matrimonio llevaba décadas viviendo en el barrio del Camp de l’Arpa, donde era muy querido

 ?? JAVIER LIZÓN / EFE ?? Dolor en Túnez. Los dos hijos de Antoni Cirera y Dolors Sánchez, a la salida del hospital Charles Nicole, tras identifica­r a sus padres
JAVIER LIZÓN / EFE Dolor en Túnez. Los dos hijos de Antoni Cirera y Dolors Sánchez, a la salida del hospital Charles Nicole, tras identifica­r a sus padres

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