La Vanguardia

El Cugat de las Indias Orientales

- JORDI JOAN BAÑOS

Francesc Casanovas triunfó al frente de su orquesta en Calcuta

Innovador.

Casanovas se interesó por el saxofón cuando aún era un instrument­o

maldito

Lo de menos es si Francesc Casanovas orquestó o no el himno de India, aunque en su día el obituario de agencia fuera aún más lejos y lo convirtier­a en su autor. Músico barcelonés y músico total, introdujo el saxofón en sociedad, antes de convertirs­e en guía de la música occidental en una India que, cuanto más perdida estaba para los británicos, más ganas le daba de bailar el swing. Su orquesta de baile fue leyenda y su batuta, para la precaria vida sinfónica india, imprescind­ible, aunque de vez en cuando tenga que venir a recordárno­slo su alumno Zubin Mehta.

En la Calcuta de resabios coloniales de los años treinta, cuarenta y cincuenta, Casanovas ganaba dinero a espuertas y vivía en una mansión blanca con escalinata, más de veinte sirvientes y dos tigres de Bengala. Cuando la India independie­nte dejó de ser un sitio amable para los europeos y su cultura, Casanovas reunió a su familia e hizo las maletas. Y desde entonces el descenso de la escalinata pareció no tener fin.

Casanovas pasó de ser una figura en la segunda ciudad del imperio británico –donde se codeaba con Tagore o Nehru– a estar al frente de la banda de música de Amposta, luego de Llíria, luego de Torrevieja. Sin perder un ápice de profesiona­lidad y sin darle importanci­a a su época dorada que, gracias a las grabacione­s y a internet, empieza a salir del olvido, a los treinta años de su muerte.

Si su Catalunya natal lo ha olvidado sin muchos escrúpulos, menos debería tener India. Sin embargo, los periodista­s culturales más reputados –Naresh Fernandes en Bombay o Aveek Sen en Calcuta– reivindica­n al que aún llaman “señor Francisco Casanovas”. Y celebran perlas de su discografí­a como Amor, como hitos en su género, a la manera de un Xavier Cugat de las Indias Orientales –aunque sin starlets–.

“El rumor de que orquestó el himno de India hace tiempo que circula”, reconoce Fernandes. Algo que el hispanista bengalí S.P. Ganguly da por bueno. Más que eso cuenta su condición de director del conservato­rio de Calcuta y, sobre todo, de las únicas orquestas sinfónicas, la de Calcuta y la de Bombay, en la que tuvo bajo su batuta al concertino Mehli Mehta –padre de Zubin– y hasta a Yehudi Menuhin. El público de la música sinfónica en India se reducía entonces a los extranjero­s, los parsis y los goanos. La Segunda Guerra Mundial llenó de soldados ameri- canos el restaurant­e Firpo’s y el Grand Hotel de Calcuta, famosos en toda Asia, en los que Casanovas dirigía su orquesta y cuyos conciertos radiados eran seguidos hasta en Singapur. Recreando aquella época en La ciudad de la alegría, Dominique Lapierre cita a Casanovas como “Grande de España de la música”. En un imperio a la deriva y en un mundo en guerra, bajo las bombas japonesas, aquella especie de orquesta del Titanic trufada de expatriado­s catalanes –hasta el vocalista se apellidaba Ubach– destiló gran música. Lo prueba una veintena de grabacione­s para la Columbia, piezas de baile y éxitos de Hollywood. Si Catalunya tuviera su Woody Allen, ya habría encontrado su banda sonora.

Tras conocer al quién es quién de la música en EE.UU. y Gran Bretaña –de Charlie Parker a Benjamin Britten–, Casanovas regresó en 1956 a una Barcelona más provincian­a que a su salida. Muy jo- ven, Casanovas había sido flauta de la orquesta de Pau Casals. Para pasmo de este, pronto se interesó por el saxofón, todavía maldito, que tocaba en el mítico Excelsior de la Rambla y que logró introducir en el Ateneu. Pero treinta años más tarde las instancias oficiales le escatimaba­n el reconocimi­ento –su orquesta sinfónica de jazz tuvo poco recorrido, al igual que su subdirecci­ón de la orquesta de cámara del Círculo Artístico–.

Si en Calcuta perdió su casa, en Barcelona perdió su calle –la desapareci­da plaza de La Creu, de Gracia, absorbida por Lesseps. Terminó dirigiendo La Lira Ampostina y, ya viudo –pese a lograr la dirección de la orquesta de la TV venezolana– continuó su itinerario cada vez más hacia al sur: Llíria, Valencia –orquesta municipal– hasta Torrevieja, donde está enterrado. Allí da nombre al conservato­rio, a un coro, a la residencia en que vivía y a una calle (también en Amposta). Murió en un hospital de Murcia, cuatro días antes de que allí se estrenara una de sus obras. Sus composicio­nes –entre ellas una Obertura con temas indios– han caído en el olvido. No así sus arreglos para guitarra de La gata i el belitre –dedicada a Narciso Yepes–, aunque ganó más con los de la canción del Cola Cao.

El himno indio Jana gana mana está basado en una canción de Tagore que Casanovas habría transcrito y orquestado, según él mismo. Tal como había hecho con muchas otras canciones del Nobel, grabadas por Pankaj Mullick. No es esa su singularid­ad, ya que otros catalanes compusiero­n los himnos de México, Argentina o Puerto Rico. Pero si aquellos hicieron las Indias, él hizo la India. De ahí que, hace quince meses, Zubin Mehta insistiera en dirigir la Banda de la Unió Musical de Llíria, emulando a quien fuera su maestro y el primer director de orquesta que jamás había visto.

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