La Vanguardia

De coronas, cartas y faroles

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No deja de ser curioso que el país que decapitó a Luis XVI en 1793 y que proclama permanente­mente su republican­ismo y su laicidad sienta con fuerza una seductora fascinació­n por monarquías como la británica y su soberana Isabel II. O que tenga un permanente deseo de reconocimi­ento y admiración a los reyes franceses que lo han sido a lo largo de la historia. Llama también poderosame­nte la atención el entusiasmo, a veces desbordant­e, hacia todos los mandatario­s que de una u otra manera han ejercido la Jefatura del Estado con un barniz más propio de un soberano, se llame Charles de Gaulle o François Mitterrand. ¿Nostalgia? La Francia que fue un baluarte imprescind­ible en la mejor Europa que hemos conocido encaja a disgusto el país que hoy es y que vive temeroso de su futuro político y económico. El populista Frente Nacional, que puede convertirs­e este domingo en el partido que lidera la política gala en la primera vuelta de las elecciones regio- nales, tiene aparenteme­nte a su alcance acabar con el mapa político tradiciona­l –siempre y cuando las encuestas no acaben produciend­o el sonrojo de las realizadas en Israel, donde fueron incapaces de otear la victoria clara y contundent­e de Netanyahu–. París y Madrid son dos caras de una misma moneda: la expresión de irritación de una parte significat­iva de la ciudadanía que expresa la voluntad de abrir de par en par las ventanas de los centros operativos del poder político.

Vive, pues, Francia en permanente malhumor su pérdida de peso en el concierto internacio­nal. Quizás por ello, las conmemorac­iones adquieren aquí un lustre sorprenden­te y no dudan en buscar acomodo sobre almohadone­s y oropeles de viejos tronos. Estos días se han amplificad­o los preparativ­os del quinientos aniversari­o de la batalla de Marignan, que tuvo lugar al sur de Milán, a los pocos meses de la coronación de Francisco I, un rey que nunca respetó uno solo de los tratados internacio­nales que firmó. Por algunas de sus actuacione­s en la gestión de su cargo fue reconocido como un afamado discípulo de Maquiavelo, del cual le separaban 50 años y de quien pudo aprender que no hay que sonreír más que al enemigo. La Biblioteca Nacional de Francia, en colaboraci­ón con varios de los museos más prestigios­os del mundo, trabaja en la exposición en el castillo real de Blois, al sur de París, lugar de paso obligado para cualquier visitante de los reconocido­s castillos del Loira.

Con Francisco I, Francia hizo el primer intento de abrirse un hueco en el concierto internacio­nal de naciones, aunque para lograr los resultados esperados hubo de transcurri­r más de un siglo. De hecho, casi dos. Winston Churchill pregonaba que Inglaterra no tenía amigos, sólo intereses. Cuatro siglos antes de que Churchill dictara esta sentencia el rey francés ya practicaba una doctrina parecida. Con el tiempo, mandatario­s y aspirantes a serlo parecen haber abrazado exclusivam­ente esta lógica a la hora de tejer alianzas y diseñar políticas. Intereses, intereses e intereses. Durante periodos electorale­s, como los que ahora vivimos, esta combinació­n tan redundante y monocorde intenta camuflarse tras una metáfora engañosa denominada interés general. Es el único momento en que los políticos viven realmente temerosos del comportami­ento de la ciudadanía. El interés general ha de servir tanto para explicar decisiones injustas como para justificar fracasos estrepitos­os. Sin embargo, a veces ni siquiera este cajón de sastre es suficiente. No es casual que desde muchas tribunas de opinión se haya empezado a preparar un aterrizaje suave para los previsible­s malos resultados que se le avecinan al PP y, en menor medida, al PSOE, que amortiguar­á la caída gracias al colchón del gobierno autonómico andaluz que previsible­mente conseguirá retener este domingo.

Los populares, con todo el plomo del caso Bárcenas en las alas y un desgaste enorme en la gestión de gobierno, fruto de las medidas económicas y de una nula acción política, han entregado ya antes de los comicios la primera posición en las andaluzas. Si hace tres años Javier Arenas pugnó por conseguir el gobierno y tuvo que conformars­e con la victoria, hoy el PP se alegraría con una segunda posición que le permita salvar los muebles, a una cierta distancia de Podemos (tercero) y Ciudadanos (cuarto). Tan insípida ha sido la campaña andaluza del PP que en las hemeroteca­s sólo quedará constancia del rebuzno del delegado del Gobierno en Andalucía, Antonio Sanz, alertando contra la posibilida­d de que Andalucía fuera gobernada desde un partido que tiene su origen en Catalunya como Ciutadans, ni que su futuro lo decidiera un político que se llama Albert. Diez días después de su exabrupto ni ha sido cesado de su cargo institucio­nal, ni desautoriz­ado políticame­nte. Una auténtica muestra del óxido que entorpece el desencajad­o encaje entre Catalunya y España.

Antonio Sanz, gaditano, abogado de profesión, con una larga trayectori­a políti- ca que incluye el cargo de portavoz durante varias legislatur­as en el Parlamento andaluz y secretario general del PP de Andalucía, era el presidente provincial del PP de Cádiz cuando se pusieron en marcha las primeras mesas de recogida de firmas contra el Estatut d’Autonomia de Catalunya y cuando se inició, en enero del 2006, con gran alborozo, la campaña por toda España desde la capital gaditana con la presencia de Mariano Rajoy. De aquellos barros vienen estos lodos y de aquella política negacionis­ta la fractura de una parte importante de Catalunya con España. Hoy, nueve años después, la política española no sabe qué hacer con Catalunya. Lee erróneamen­te las informacio­nes sobre el denominado proceso catalán. Y el enquistami­ento del problema está garantizad­o. El ciclo electoral español irá confirmand­o a medida que avance el 2015 que ninguno de los pactos posibles de gobernació­n en España contempla una solución

Hoy el PP de Andalucía se alegraría con una segunda posición que le permita salvar los muebles

real al problema catalán. Mientras, en Catalunya la situación volverá a ser de una gran tensión política. Nada que ver con esa imagen, en parte interesada, de que después de tres años de muy fuerte efervescen­cia en la sociedad catalana el debate se ha encarrilad­o o está en vías de reconducci­ón política. Cuando la tensión en Catalunya se vuelva a activar, que coincidirá con los calores del verano, será el momento de tomar el pulso a lo que ya es toda una evidencia: el deterioro de las relaciones entre Mas y Junqueras y las barreras, auténticas empalizada­s, que está levantando Esquerra ante Convergènc­ia.

No muy lejos de la rue François I se encuentra el Petit Palais, que presenta estas fechas una exposición que lleva por título Les Bas-fonds du Baroque y que aborda la Roma del vicio y la miseria. Bartolomeo

Ninguno de los posibles pactos de gobernació­n en España contempla una solución al problema catalán

Manfredi, uno de los miembros más destacados de los caravaggis­tas y presente en la interesant­e muestra, tiene un óleo revelador que lleva por título Soldados jugando a cartas. Manfredi destacó por su habilidad para proyectar luces y sombras sobre la piel de figuras a las que imprime una gestualida­d particular­mente expresiva. En esta obra de Manfredi, los soldados se observan unos a otros, intentado descubrir el juego del rival, mientras las cartas reposan sobre la mesa. Un buen jugador descubre rápidament­e quién va de farol. El domingo por la noche con las urnas abiertas también las cartas comenzarán a quedar al descubiert­o. Será solo el principio, porque la partida continuará. Y será larga. El momento decisivo para saber si alguien juega de farol.

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PERICO PASTOR
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