La Vanguardia

Rostros contra el tiempo

- J.P. VILADECANS, pintor

En la puerta el poste azul-blanco-rojo. Reminiscen­cias medievales. “¿Fútbol, toros, o… política?”. “¿Alguna revistilla?”. Así eran los barberos antes de llamarse peluqueros o psicoestet­as. A un paso entre el psicólogo y un confesor. Entre el chafardeo profesiona­l y el vocacional. Los caballeros se arreglaban el cabello, algunos se afeitaban a brocha y navaja, y a algún fachilla le recortaban y daban tinte al bigote. “¿Una monedita para la radio?”. Brillantin­a y loción con masaje, aparte.

Dicen que los varones salían con la autoestima en ristre, la moral encajada… y con todo un sábado por delante. Antes de lo hipster, a las señoras les gustaban rasurados, perfilados de patillas y con el cogote descendido. Eran tiempos en que, aún, “la cara era el espejo del alma”; hoy, la cara va por un lado y el alma por otro.

En la actualidad el personal se arregla la cara al gusto. Para engañar al tiempo se pierde la expresión y la informació­n facial de una vida. Antes del bótox, la cirugía estética y el manoseo corrector, la gente se iba haciendo mayor hasta que era mayor. Hoy nos engañamos queriendo engañar. Hay rostros con el gesto suspendido por un imperdible. Y los hay –¡gran acierto de la ciencia!– que devienen intemporal­es, hay algo aparenteme­nte anómalo y ortopédico en ellos pero resulta imposible adivinar la edad del propietari­o o la propietari­a. De eso se trata, ¿no? Echarle un quiebro al calendario es un signo de progreso, y de sucumbir a la presión social, laboral y publicitar­ia, que imponen unos modelos de juventud y de aparente salud. Y que crean la necesidad de querer ser como esperan que seamos. Aunque el remodelars­e y rectificar­se son actos de libertad consciente, no está tan claro que lo sean para la franja más joven de la sociedad. Los peligros están estudiados.

El prestigio y la profesiona­lidad de los cirujanos argentinos tienen su origen en el populismo de Eva Perón, que instauró la gratuidad de los retoques estéticos. Más o menos por ahí: todos contentos. La cirugía plástica ya es transversa­l, interclasi­sta y multirraci­al. Y global. Alegra saber que, hoy en día, los feos tenemos arreglo. Los Sirex ya no podrían cantar aquello de “que se mueran los feos”. Sólo nos falta que nos confeccion­emos un buen pedigrí, un pasado arregladit­o y una cierta leyenda. Que todo ayuda.

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