Rostros contra el tiempo
En la puerta el poste azul-blanco-rojo. Reminiscencias medievales. “¿Fútbol, toros, o… política?”. “¿Alguna revistilla?”. Así eran los barberos antes de llamarse peluqueros o psicoestetas. A un paso entre el psicólogo y un confesor. Entre el chafardeo profesional y el vocacional. Los caballeros se arreglaban el cabello, algunos se afeitaban a brocha y navaja, y a algún fachilla le recortaban y daban tinte al bigote. “¿Una monedita para la radio?”. Brillantina y loción con masaje, aparte.
Dicen que los varones salían con la autoestima en ristre, la moral encajada… y con todo un sábado por delante. Antes de lo hipster, a las señoras les gustaban rasurados, perfilados de patillas y con el cogote descendido. Eran tiempos en que, aún, “la cara era el espejo del alma”; hoy, la cara va por un lado y el alma por otro.
En la actualidad el personal se arregla la cara al gusto. Para engañar al tiempo se pierde la expresión y la información facial de una vida. Antes del bótox, la cirugía estética y el manoseo corrector, la gente se iba haciendo mayor hasta que era mayor. Hoy nos engañamos queriendo engañar. Hay rostros con el gesto suspendido por un imperdible. Y los hay –¡gran acierto de la ciencia!– que devienen intemporales, hay algo aparentemente anómalo y ortopédico en ellos pero resulta imposible adivinar la edad del propietario o la propietaria. De eso se trata, ¿no? Echarle un quiebro al calendario es un signo de progreso, y de sucumbir a la presión social, laboral y publicitaria, que imponen unos modelos de juventud y de aparente salud. Y que crean la necesidad de querer ser como esperan que seamos. Aunque el remodelarse y rectificarse son actos de libertad consciente, no está tan claro que lo sean para la franja más joven de la sociedad. Los peligros están estudiados.
El prestigio y la profesionalidad de los cirujanos argentinos tienen su origen en el populismo de Eva Perón, que instauró la gratuidad de los retoques estéticos. Más o menos por ahí: todos contentos. La cirugía plástica ya es transversal, interclasista y multirracial. Y global. Alegra saber que, hoy en día, los feos tenemos arreglo. Los Sirex ya no podrían cantar aquello de “que se mueran los feos”. Sólo nos falta que nos confeccionemos un buen pedigrí, un pasado arregladito y una cierta leyenda. Que todo ayuda.