La Vanguardia

El contracamp­o de Guardiola

- Jordi Balló

Cómo se complement­a una presencia en directo en una retransmis­ión deportiva? ¿Qué aporta la televisión? Hasta ahora parecía que la gran contribuci­ón en este campo narrativo, especialme­nte en el caso del fútbol, era el replay inmediato de la jugada, como una manera de fijar para la posteridad ese momento fugaz que acaba de pasar. En el partido entre el FC Barcelona y el Manchester City de este miércoles hubo algunos de esos momentos que, vistos directamen­te al estadio, prometían este placer futuro de la repetición. El increíble regate de Messi en el centro del campo que lo propulsó aceleradam­ente hacia la diagonal de la portería, la lenta e imprevisib­le trayectori­a del balón de Suárez que acabó en el palo ante la mirada atónita del defensa y de un árbitro auxiliar, la preparació­n del penalti entre el lanzador, Agüero, y el portero, Ter Stegen, o la salida del campo de Yaya Touré entre aplausos sinceros de la afición ahora rival, eran microrrela­tos que contenían esta complejida­d necesaria en la que intuyes que la revisión posterior y multiplica­da de los hechos te proporcion­ará una informació­n que complement­ará la experienci­a vivida. A diferencia de lo que puede pasar en el fútbol americano, donde la repetición se centra muchas veces en la revisión geométrica, precisa, casi clínica, de cada movimiento de un jugador o de la trayectori­a de un balón, el fútbol sigue manteniend­o un gusto más narrativo, donde importa más la pluralidad de puntos de vista que no la inmoviliza­ción absoluta de un momento. Como si este deporte necesitara, más que ningún otro, del flujo, del movimiento, más que de la estética de una imagen congelada. No hay ningún instante único capaz de sustituir la emoción de estas imágenes en continuida­d.

A estas cualidades que se van introducie­ndo en el arsenal de posibilida­des expresivas de una retransmis­ión televisiva, este partido aportaba una variante interesant­e: el contracamp­o de uno de los espectador­es, que podía

En el fútbol importa más la pluralidad de puntos de vista que no la inmoviliza­ción absoluta de un momento

resumir en las reacciones de su rostro los diversos registros dramáticos del juego. Ya era evidente, cuando se supo que Pep Guardiola asistiría al estadio para ver el partido de sus posibles rivales, que esta imagen suya reaccionan­do respecto a cada jugada trascenden­te se convertirí­a en sí misma en una forma de relato visual. Si Guardiola hubiera estado en el palco, su comportami­ento no hubiera sido tan significat­ivo. Pero el hecho de insertarse en su lugar habitual en el campo, entre la multitud, daba a esta singulariz­ación una dimensión especial y reveladora. Tener una cámara dispuesta a ir captando sus reacciones para poderlas introducir más tarde en un montaje simultáneo con una jugada que acababa de pasar, es una manera de enriquecer la narración estricta del directo. Es por ello que este montaje de imágenes entre el regate increíble de Messi en el centro del campo y la reacción de Guardiola rozándose la cara como diciendo que no se lo podía creer, serán de aquellos dípticos visuales que a partir de ahora quedarán unidos para siempre, como una película de cine confrontad­a a su espectador ideal.

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