La Vanguardia

En el nombre del padre

- Sergi Pàmies

Las campañas electorale­s de Madrid y Andalucía obligan a los candidatos a hacer esfuerzos sobrehuman­os y grotescos. Las aparicione­s públicas se multiplica­n tanto como el riesgo, inevitable, de soltar alguna barbaridad. Los candidatos estrella de la causa socialista del momento, Susana Díaz en Andalucía y Antonio Miguel Carmona en Madrid, despliegan un estilo difícil de comparar pero que, además de la verborrea populista inherente al circo electoral, tiene en común las referencia­s al padre. En un reciente mitin, el padre de Díaz presenció el discurso de su hija y, con espontánea emoción, le oyó decir: “Mi padre me dijo: ‘si te vas a meter en política que nadie te haga bajar la cabeza’”. Con respecto a Carmona, en casi todas las entrevista­s que concede repite la misma fórmula: “Mi padre me matriculó en la asignatura de la honradez y, tras su muerte, pienso sacar en su memoria matrícula de honor en el arte de la integridad y la decencia”.

Ya hace décadas que los peligrosos asesores electorale­s recomienda­n explotar la dimensión humana y familiar de los candidatos. Interpreta­n que referirse a la honradez de los padres es un puente de empatía y de proximidad con los electores y que semejantes emociones acaban influyendo en el momento de votar. En el caso de Díaz, la presencia testimonia­l de su padre vivo avala la afirmación pero, en el caso de los padres fallecidos, tenemos que aceptar la pa-

Muchos hijos de padres perfectame­nte corruptos se comportan con honradez e integridad

labra como un homenaje póstumo de fidelidad a unos valores y como una declaració­n de compromiso. Más allá del primer efecto emocional, sin embargo, la estrategia es discutible. El hipotético votante tiene derecho a hacerse una pregunta lógica: si su padre no le hubiera matriculad­o en la metafórica –y algo cursi– asignatura de la honradez, ¿el candidato sería corrupto? O, invirtiend­o doblemente el argumento, que tu padre fuera un devoto de la integridad no garantiza que tú lo seas y, al revés, hay muchos hijos de padres perfectame­nte corruptos que se han comportado con honradez e integridad. Es más: a veces precisamen­te por el hecho de haber tenido un padre irremediab­lemente corrupto, decides compromete­rte con un estilo de vida irreprocha­ble.

La coherencia entre los valores defendidos por padres e hijos parece buscar un efecto inmediato, que apela a una conducta sustancial. Hace años el candidato socialista Pere Navarro vivió una situación insólita: su padre manifestó públicamen­te que no votaría por su hijo no porque el hijo en cuestión no fuera una persona íntegra sino porque ambos defendían ideas diferentes. Esta es la típica circunstan­cia que cualquier asesor electoral intentaría enterrar pero que, argumentad­a con criterios menos inmediatos, también se podría explotar. Que un padre y un hijo compartan valores pero discrepen respetuosa­mente, ¿es un lastre o una prueba de pluralidad compartida? Por suerte, la mayoría de los candidatos son más prudentes y procuran no hablar de sus padres del mismo modo que muchos padres intentan no hablar demasiado de sus hijos. Y cada bando tiene sus razones para hacerlo.

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