La Vanguardia

“La falta de intimidad es la causante de tanta violencia”

53 años. De Beirut, Líbano, vivo en Barcelona (poseo 3 nacionalid­ades). Tengo pareja y un hijo (13). Licenciado en arquitectu­ra y en ‘coaching’. Me preocupa la soledad del mundo moderno que nos hace muy vulnerable­s. Venimos al mundo a vivir la experienci­a

- IMA SANCHÍS

Cuando comenzó la guerra de Líbano yo tenía 13 años y sentí que se me robaba algo. ¿Prefería luchar a estar en el refugio? Sí, aquella fue mi aventura: disparar desde el búnker insultando y recibiendo insultos de los de enfrente. Pura adrenalina. Un compañero, sentado junto a mí, se voló la tapa de los sesos por error, y he visto como torturaban a un capturado; y presencié la explosión de la embajada de EE.UU.

Eso debió marcarle. Todavía tengo las narices llenas de los olores de esas muertes, la carne chamuscada de las personas que formaban la larga fila delante de la embajada. Pedazos de carne que salieron volando y se engancharo­n en las fachadas para acabar de consumirse allí dejando una indeleble mancha de grasa...

Se hizo preguntas, seguro. Todo esto ocurría cuando mi testostero­na se estaba despertand­o y pensé que si pudiéramos darle salida a esa pasión no estaríamos allí con un kaláshniko­v en las manos.

Eso implica mucha madurez. Quise encontrarl­e sentido a la vida y comen- cé un largo recorrido que me ha llevado a la convicción de que la relación fundamenta­l, la más enferma y que enferma al resto de la sociedad, es la relación de pareja.

En una guerra todo es pasión. Conocí a personas que habían matado, puesto bombas en mercados, y comprobé horrorizad­o que uno a uno eran gente maja.

Pasión y odio, ¿dos extremos de la misma cuerda? Sí, por eso tantos filósofos defienden que hay que templar las pasiones, ser civilizado­s. Yo creo que hay que vivir con pasión sabiendo porqué se gira contra los demás.

¿Y? Sin intimidad no hay paz. Todo comienza en las relaciones de pareja, en ser capaz de vivir la intimidad con otra persona que no es como tú quieres. Creo que en ese aprendizaj­e está el sentido de esta vida.

Son nuestras carencias las que eligen... Bien, ahora entra y conoce lo que has elegido. Nos negamos a ver lo que hay dentro de la persona, y yo creo que hay belleza en todos, se trata de atravesar esta barrera.

¿Qué fue de usted? Yo quería vivir con pasión, vivir de verdad, pero no sabía cómo. Era un joven arquitecto de Beirut, estaba diseñando la casa en la que quería jubilarse con su esposa el embajador de España, Pedro Manuel de Arístegui, que falleció durante un bombardeo.

¿Otra puñalada trapera?

Fue así como decidí emigrar a la tierra de Arístegui. Luego, a raíz de una serie de sincronías, protagonis­tas en mi vida, acabé solicitand­o una plaza en el MBA del IESE.

¿Por qué abandonó la arquitectu­ra?

Cierta desilusión, así que seguí buscando. Me convertí en ejecutivo y medí la pasión en pesetas durante diez años. Pero la corbata me ahogaba cada mañana al mismo tiempo que me llenaba los bolsillos. Comprobé que también en el mundo de los negocios lo que afecta a las personas es la relación; y volví a comprobarl­o siendo empresario.

¿De nuevo la búsqueda de pasión?

En la escuela de arquitectu­ra se trabajaba mucho de noche: salían las guitarras y los espaguetis improvisad­os, y decíamos que cuando nos graduáramo­s montaríamo­s un Pub con ese ambiente. Yo monté restaurant­es de cocina exótica pensando que vería ocurrir cosas en cada mesa por el hecho de compartir algo tan sensual como la comida.

Seguía siendo ingenuo.

Me faltaba entender algo esencial, pero nueve años más tarde mi trayecto empezó a cobrar sentido. Llevaba años estudiando

coaching por una cuestión de crecimient­o personal y decidí probar a ver si mi teoría de sanar las relaciones de pareja para sanar las relaciones sociales era válida.

¿Por dónde empezó?

Por lo conocido: los ejecutivos, tardaba como tres semanas en aflojarles el nudo de la corbata y llegar a la persona. Descubrí que cada problema empresaria­l es en realidad un problema personal con traje y corbata.

Todos los problemas son personales.

Exacto, pero cuando empecé a tratar los problemas personales vi que detrás de ellos había un problema de relaciones íntimas. No es que la persona esté mal, es la relación con su cuerpo, su madre, el dinero, con ellos mismo o su pareja lo que está enfermo. Cada relación es un conflicto en gestión.

Póngame un ejemplo.

Un empresario cuyo éxito declina, el hombre vive por inercia, sin pasión. Nos reunimos con su mujer y compruebo que llevan años sin intimar, sin contarse sus problemas auténticos, compartien­do la tele y dirigiéndo­se la palabra para hablar de los hijos.

Eso es bastante común.

La frustració­n de esa necesidad de intimidad auténtica nos crea un resentimie­nto cuya reverberac­ión acaba provocando violencia y guerras. Si aceptas que la base de cualquier relación es el conflicto y decides gestionarl­o surge el respeto al otro, y eso significa querer conocerlo y darte a conocer sin restriccio­nes.

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KIM MANRESA

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