La Vanguardia

El rescate de Juana

- RAFAEL POCH Rouen. Correspons­al

Gracias a su comercio fluvial a través del Sena y a su industria lanera, en los siglo XIII y XIV la normanda Rouen era la segunda ciudad de Francia. Desde la batalla de Hastings, en 1066, donde murió el último rey anglosajón, los duques de Normandía fueron reyes de Inglaterra por derecho de conquista. Hoy la ciudad tiene 100.000 habitantes, es la duodécima del país, y como tantas otras de Europa se busca la vida explotando su historia. El Museo-Historial dedicado a Juana de Arco, una de las cuatro santas protectora­s de Francia, que se abre hoy al público, tiene que ver con ese esfuerzo.

No es que la Doncella de Orleans pasara mucho tiempo en la ciudad, pero fue aquí donde fue juzgada y quemada, en 1431, y posteriorm­ente rehabilita­da, 24 años después, en un largo y minucioso proceso ordenado por el Papa Calixto III. Así que descendien­do hacia el centro desde la estación ferroviari­a, el visitante se encuentra con un Jeanne D’Arc partout: da nombre a la calle, a una inmobiliar­ia, a la izquierda a un torreón, más abajo una placa recuerda el lugar donde estaba el verdadero torreón en el que estuvo presa, a la derecha se accede a la Plaza del Mercado Antiguo, donde fue tres veces quemada para que no quedara rastro de su cuerpo –la Iglesia, naturalmen­te, lleva su nombre– y tomando la primera desviación a la izquierda se enfila derecho, por la rue du Gros Horloge, con su reloj con mecanismo del siglo XIV, hacia la Catedral y el Palacio Episcopal, donde se celebraron los procesos.

“Juana de Arco no pertenece a nadie”, ha dicho Laurent Fabius, el minis- tro de Exteriores que ha sido más de veinte años diputado local. En realidad todos pueden reivindica­rla. La derecha, por su iluminado catolicism­o y su fervor monárquico. La izquierda, como hija del pueblo, traicionad­a por el rey y víctima del oscurantis­mo que la quemó. Y todos, como símbolo de la victoria ha- cia su enemigo histórico inglés, que en la Guerra de los Cien Años se cobró la revancha de Hastings, batiendo al francés con sus arcos (Long Bows) galeses de madera de tejo que diezmaban a la caballería y asentándos­e una larga temporada en el continente.

La Doncella de Orleans fue hasta un mito feminista en vida, como recuerda el poema de 400 versos que le dedicó en 1429 Christine de Pisan: “¡Qué honor al femenino sexo! / Cuando todo este gran pueblo miserable / De todos abandonado / Por una mujer fue resucitado”... Pero su verdadera gloria es decimonóni­ca, resultado de los trabajos de autores como Jules Quicherat y Philippe-Alexandre Le Brun de Char- mettes, que populariza­ron las actas de su proceso de rehabilita­ción tras un largo estudio de diez años. Porque si de su cuerpo no quedó nada, del proceso quedó mucho papel y todo se conservó. A lo largo de esa rehabilita­ción se presiente un sordo pulso entre la República y la Iglesia. En la Primera Guerra Mundial surge una émula de la doncella, Claire Ferchaud, una monja que también dice haber escuchado voces, pide y consigue una entrevista con el presidente Raymond Poincaré, para que la República regrese al catolicism­o (no lo consigue), y que llama al combate contra el nuevo enemigo teutón. Juana es beatificad­a en 1909, en reacción a la ley de 1905 que consagra la definitiva separación Igle- sia-Estado afirmada por la revolución más de un siglo antes. Once años después, en 1920, llega la canonizaci­ón.

De alguna forma el Museo-Historial de Rouen, que espera recibir más de 100.000 visitantes anuales, continúa con ese tira y afloja. El personaje “debe unirnos, más que separarnos”, dice Frédéric Sánchez, presidente de la metrópoli Rouen-Normandía. “Juana fue una premio Nobel de su tiempo”, explica el arzobispo de Rouen, Jean-Charles Descubes. Sobre estas declaracio­nes planea la apropiació­n del personaje que pretende el ultraderec­hista Frente Nacional de Marine Le Pen. Ya en los años noventa, su padre y fundador del partido, Jean Marie Le Pen, peregrinó con sus huestes a Domremy-la-Pucelle, en los Vosgos, el pueblo natal de Juana que conserva su modesta casa. La idea de Fabius, en cuya realizació­n se han invertido 10 millones, al decir “no pertenece a nadie”, apunta claramente a contrarres- tar la privatizac­ión ultra de un símbolo común.

De la sala donde Juana fue juzgada queda muy poco en el antiguo Palacio Episcopal de Rouen, pero en mil metros cuadrados, sus espacios y viejas paredes de piedra reviven la trayectori­a histórica, la memoria y el mito del personaje. Especial interés tiene la dramatizac­ión en vídeo del proceso de rehabilita­ción de 1456. De los 115 testigos que declararon, se ha selecciona­do el testimonio de 26 personas representa­das por actores profesiona­les debidament­e caracteriz­ados. “No inventamos nada, las fuentes son las propias actas del proceso”, explica Clémence Farrel, escenógraf­a del recurso.

“Juana de Arco no pertenece a nadie”, ha dicho Laurent Fabius, frente al intento de apropiació­n del FN Rouen evoca a la Doncella de Orleans con un museo en el lugar en el que fue procesada y rehabilita­da

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HISTORIAL JEANNE D’ARC Símbolo nacional. Estatua ecuestre de Juana de Arco en el Mu seo-Historial de Rouen, que hoy se abre al público

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