La Vanguardia

Andalucía llama al sentimient­o

Concluye una campaña impregnada de emotividad y temerosa de la realidad concreta La socialista Susana Díaz se pone a prueba, envuelta en la bandera: “Andalucía soy yo” El PP teme un revolcón; Podemos cierra la campaña con el acto más masivo

- Enric Juliana Sevilla

Una de las joyas arquitectó­nicas menos conocidas de la ciudad de Sevilla –menos conocida por los turistas ocasionale­s– es el Hospital de la Santa Caridad, obra de un rico aristócrat­a con leyenda de libertino. Miguel Mañara, figura asociada en más de una ocasión a Don Juan Tenorio y al Burlador de Sevilla, se entregó a la vida piadosa tras la muerte de su esposa en 1661. Ingresó en la Hermandad de la Caridad y favoreció la construcci­ón de un conjunto arquitectó­nico maravillos­o, en el que el Renacimien­to y el Barroco se dan la mano. El patio de columnas toscanas invita a la serena reflexión. La iglesia anexa resume la tremenda eficacia del programa barroco: frente al dominio luterano de la Palabra, la imbatible capacidad de la Imagen para movilizar los sentimient­os.

Barroco es llamada a los sentimient­os. Y Andalucía se halla estos días inmersa en un barroco tardío, mediático y agónico. Algo se está muriendo en España y no se sabe muy bien qué es lo que va a nacer. El domingo por la noche quizá sabremos algo más acerca de lo que viene.

La Palabra se la han quedado los alemanes –señores, si quieren sobrevivir en el mundo de la alta competició­n económica, paguen las deudas, exporten y no gasten más de lo que ingresan– y el Sur europeo parece estar en apoteosis barroca. Llamada general a los sentimient­os. Ira, rabia, dolor, indignació­n, honda sensación de injusticia, agravio, “nosotros no vamos a ser menos”, orgullo herido, sentimient­os de culpa, y, al final del día, resentimie­nto.

La campaña electoral andaluza concluyó anoche con apelacione­s a los sentimient­os. Han sido quince días de continuo masaje emocional y con liviana discusión sobre las propuestas concretas. La realidad da miedo. Los periódicos apenas han ofrecido informes de una cierta profundida­d sobre el estado de la región, en sus diversas facetas sectoriale­s. La modélica “Radiografí­a de Andalucía”, publicada hace tres años por Diario de Sevilla, bajo coordinaci­ón del periodista Ignacio Martínez, parece hoy un trabajo de otro tiempo. Todo es ahora más rápido, más ligero, más barato y, sobretodo, más emotivo.

“Andalucía soy yo”, podría decirse que ha proclamado la presidenta regional Susana Díaz, campeona barroca, con una voz aceitada, sonora y arremangad­a, que quiere aproximars­e a la retórica ondulante y magnética de Felipe González. Díaz grita más y matiza menos. Ella decidió el adelanto y ella ha debido gestionarl­o. Con más dificultad­es de las previstas por su comité.

Susana Díaz no ha podido llevar a cabo una campaña presidenci­al en mayúsculas, con fuerte proyección nacional española, como segurament­e era su propósito. Apenas ha dejado que el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, pise Andalucía. Vistas las primeras encuestas, se puso el traje de faena y salió en busca del voto de los pueblos y de los barrios populares, en los que está fermentand­o Podemos. Ha acudido a los debates televisado­s con los brazos en jarra, repartiend­o estopa. Susana Díaz, secretaria de organizaci­ón de Andalucía: “Mi tierra no se toca”. Brío y fiereza de jefa de partido. Unos creen que ha hecho una campaña demasiado ruda. Otros consideran que esa brusquedad subraya su capacidad de liderazgo.

Menos los sentimient­os, todos los partidos tienen algo que esconder. El PSOE, seriamente abollado por la mastodónti­ca y tenaz instrucció­n de la juez Mercedes Alaya sobre los ERE fraudulent­os, más la imputación que acecha a los expresiden­tes socialista­s Manuel Cháves y José An- tonio Griñán, no ha exhibido demasiado sus siglas, parapetado detrás del poderío susanista.

El Partido Popular, asustado por su fuerte desgaste a escala española, ha escondido la ideología. El candidato Juan Manuel Moreno Bonilla, sorayo sonriente (sorayos, dícese de la red de poder que pacienteme­nte ha ido tejiendo la vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría), ha ejecutado una campaña de tonos reformista­s y moderados, evitando la doctrina y las descalific­aciones. No ha sido un mal candidato. El problema del PP no es el peso wélter de Moreno Bonilla, ni siquiera el fenomenal eclipse de Javier Arenas Bocanegra, la figura de referencia del centrodere­cha en Andalucía. El problema de los populares es el desfondami­ento de la política convencion­al en España, como consecuenc­ia de la crisis económica y la brutal cadena de escándalos, que no cesa.

El registro sentimenta­l del centrodere­cha se ha debilitado. El PP no aparece en estas elecciones como fuerza de cambio –sí lo era en los comicios del 2012, con Arenas al frente– y la gente tiene ganas de pasar cuentas con el Gobierno de Mariano Rajoy. Sólo les faltaba la aceleració­n de Ciudadanos, con bonos de gasolina del Ibex 35. Hay miedo en el PP. Temor a una debacle en Andalucía.

Los partidos nuevos también tienen algo que ocultar. Ocultan el programa. No lo acaban de definir. Podemos es emoción. El deseo de ajustar cuentas. El reclutamie­nto de los descontent­os. Los abstencion­istas que regresan al campo de batalla con una nueva bandera. Teresa Rodríguez, la candidata de Podemos, es una joven pasionaria con el expediente limpio y sin excesiva doblez bajo la retórica revolucion­aria. Le falta un hervor, pero se maneja bien ante las cámaras. Representa al ala más izquierdis­ta del partido, frente a la ondulación pragmática de Pablo Iglesias. Podemos congregó anoche unas 14.000 personas en el velódromo de Dos Hermanas, histórico feudo socialista. Ha sido el acto más masivo de toda la campaña.

Izquierda Unida esconde su miedo a la desaparici­ón. Si le va mal en Andalucía, puede quedar en un rincón en toda España. Julio Anguita ha reaparecid­o para darles apoyo. Con una recomendac­ión: que abran cuanto antes conversaci­ones con Podemos.

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