El suicida con sal en las venas
De una muerte que sacudió a la burguesía catalana del siglo XIX a la fiesta de mañana en el Poblenou: las tres vidas de la Torre de les Aigües
Tres líneas de La Vanguardia informaban el 13 de febrero de 1890 del funeral de Javier Camps. Apenas tres líneas. Ni rastro del empresario visionario que había hecho correr ríos de tinta. Esta es la historia que no se contó hace 125 años. “Tengo agua salada en las venas”, cuenta la leyenda que escribió el personaje de la esquela antes de saltar al vacío desde la Torre de les Aigües, entonces la principal atalaya del Poblenou.
Esta imponente construcción de ladrillo, con 311 escalones y 63 metros de altura. fue testigo no sólo de la desesperación de un industrial arruinado, sino de la metamorfosis de una ciudad fabril y que vivía de espaldas al mar. Ahora aspira a convertirse en un reclamo turístico, en un mirador inigualable y sede de un futuro museo. Una fiesta popular reivindicará mañana la torre y la edificación anexa, la Casa de Vàlvules, de titularidad municipal y rehabilitadas con fondos privados.
Son dos joyas poco conocidas, aunque 1.600 barceloneses recorrieron sus entrañas el año pasado, cuando se hizo cargo de su gestión el Arxiu Històric del Poblenou, que organiza las visitas guiadas. Dos de los cicerones, el arquitecto Jordi Fossas y el aparejador Lluís Civit, hablan de “viaje en el tiempo”, y no de visitas guiadas. Gracias a sus apasionadas explicaciones reaparece el trasfondo de la ciudad de los prodigios. A finales del siglo XIX Barcelona era una capital en expansión. Y tenía sed. Cada barce- lonés disponía de una media de 19 litros de agua al día, cuando lo recomendable eran 200. Javier Camps se propuso remediarlo con su finca del Poblenou, en Sant Martí de Provençals, un municipio que acabaría anexionado como un distrito más. El terreno, en la zona del Taulat (de taulats, campos de cultivo), era muy rico en aguas freáticas. El químico José Canudas Salada (apellido profético) certificó la pureza de este caudal subterráneo del río Besòs.
Javier Camps, durante un tiempo el socio capitalista del cervecero alsaciano August Kuentzmann Damm, ya utilizó esta agua en las primeras cervezas Damm. Para extraerla del subsuelo y bombearla hasta Barcelona encargó una torre al arquitecto Pere Falqués, el mismo de las farolas modernistas del paseo de Gràcia. La obra concluyó en 1882. Ocho años después, la empresa quebró: el agua ya no era apta ni para el riego. Se había salinizado por la sobreexplotación del acuífero y la proximidad del mar. Sal en las venas. A eso aludía aquella nota de despedida que convulsionó a la burguesía catalana.
Aguas de Barcelona, el embrión de Agbar, compró la torre en 1895, pero nunca la usó. En 1922 la vendió a la siderúrgica Macosa. que transformó una herrería, Can Girona, en un gigante de 17 hectáreas en lo que hoy Diagonal Mar y el Front Marítim. A Macosa no le importaba que el agua fuera salada para refrigerar sus hornos. En 1994, la firma, absorbida por Alstom, se fue a Santa Perpètua de Mogoda, y cedió a la ciudad los últimos vestigios de sus campos de hierro: la Torre de les Aigües, en la plaza Ramon Calsina, y la chimenea industrial de Llull, 328, la última de Barcelona y la única de hormigón, no de ladrillo, también restaurada.
La maledicencia popular dijo que Agbar compró la Torre de les Aigües sólo para certificar el entierro de un competidor. Cierto o no, la compañía ha sufragado los tres millones de euros de la rehabilitación de esta seña de identidad del Poblenou, que primero fue el sueño de un empresario, luego la fuente de los dragones de Macosa y que hoy emprende su tercera vida como monumento a la grandeza del error humano. Ahí está la torre, inmune al paso del tiempo y más orgullosa que nunca, para recordar que el peor fracaso, el único imperdonable, es no atreverse a soñar.
Agbar ha invertido tres millones de euros en rehabilitar esta joya arquitectónica de propiedad municipal