La máquina, enemigo íntimo
El cine de anticipación refleja el temor que despierta la inteligencia artificial
El robot es el enemigo. O mejor, el verdadero enemigo de la humanidad es la inteligencia artificial (IA) que anima y guía al robot. Esa inteligencia que tiene su origen en los algoritmos matemáticos; inteligencia inhumana que surge de circuitos eléctricos. El robot es el enemigo, pues. O lo ha sido en el cine de anticipación durante las últimas décadas.
En el serie de Terminator la IA desencadena la guerra total y en Matrix, reduce la humanidad a la categoría de pilas alcalinas. “Son películas que no sólo buscan un enemigo fácil con unos guiones efectistas sino que expresan, en realidad, el miedo frente a un futuro cambiante”, decía hace poco más de diez años el Dr. Enric Plaza, especialista en IA.
Aquel diagnóstico, recogido en el boletín de la Associació Catalana d’Inteligencia Artificial (ACIA), marcaba la constatación de un cambio en la mal llamada ciencia ficción de entonces –sería mucho mejor hablar de cine de anticipación o ficción especu- lativa– frente a la herencia del siglo pasado. Cuando el enemigo por antonomasia había estado representado por el científico loco.
El famoso mad doctor, efectivamente. Y las diferentes formas del terror que genera su figura. El símbolo de todos los miedos –la guerra nuclear, la destrucción total– hacía la ciencia cuando es perversa: una ciencia al servicio de la destruccción del mundo.
En el siglo XXI el miedo, sin embargo, se ha desplazado del mad doctor hacía las máquinas. “Es el mito de Frankenstein, que vuelve”, afirma Joss Whedon, director de la inminente y muy esperada Los vengadores: la era de Ultrón, cuyo estreno está previsto para el próximo 30 de abril.
Un filme protagonizado por los habituales superhéroes de la factoría Marvel, enfrentados a un robot (Ultrón) de ilimitada inteligencia e inagotables recursos. Una máquina que ha decretado, como la IA de Terminator, que el mal son los humanos.
“Es como si hubiéramos creado algo a nuestra imagen y semejanza y esa cosa metálica y sin sentimientos se volviera en nuestra contra. ¿Por qué he sido creado?, se pregunta el monstruo. ¿Cuál es mi destino? Y al final ya no tiene duda: ¡Voy a matar a mi padre!”, reflexiona Whedon desde las páginas del semanario Entertainment, donde confirma que el destinatario de ese odio que surge de un complejo de Edipo de la máquina no será otro que Tony Stark, el famoso Hombre de hierro, el creador de Ultrón.
Estamos entonces frente al mismo temor que reflejan con tenacidad muchas películas de anticipación desde el estreno de Blade runner, un filme que este fin de semana vuelve a los cines con categoría de estreno. De alguna forma lo es: es la denominada versión definitiva, o eso dice Ridley Scott, su director, que lleva realizadas por lo menos tres versiones del director anteriores: tres versiones casi definitivas cada una de ellas, que se han ido estrenado sucesivamente desde que el filme protagonizado por Harrison Ford se estrenó en 1982.
Vuelve Blade runner, pues. Título seminal sobre el miedo a la máquina que piensa por su cuenta. Con Nexus 6, aquel robot
“Es el mito de Frankenstein que vuelve”, afirma el director
“No hay que olvidar la sensación de ser dios en la creación de vida”, reflexiona el escritor
idéntico al hombre pero superior en muchos aspectos. En fuerza, en agilidad y también en dudas metafísicas. ¿Por qué tengo que morir?, se preguntaba el jefe de aquellos replicantes, encarnado por Rutger Hauer. Un ser superior, incluso en comprensión de su destino. Perseguidos con saña por el Blade runner, encarnado por Harrison Ford. Personaje que volverá en la anunciada continuación de la historia – Blade
runner 2– que dirigirá el canadiense Denis Villeneuve, y que tiene su estreno previsto para el próximo año.
Lo cierto es que el miedo a la IA se ha hecho más complejo y ambiguo desde entonces, desde el estreno de la primera Blade Run
ner de Ridley Scott. ¿Es la IA tan sólo el enemigo? ¿O es algo más? ¿Es también una forma de cuestionar los límites de nuestra humanidad?
No es una coincidencia que, en el momento en que el mundo digital se confunde –y se fusiona– con el mundo real, el cine indague sobre las consecuencias de la virtualización acompañada de máquinas que sienten como hombres, y que dejan a los hombres arrumbados como máquinas inútiles. Un estudio, recogido por New
York Review of Books, sobre el futuro de los hombres y las máquinas asegura que en veinte años el 50 por ciento de los trabajos serán responsabilidad de los robots.
Mecanización que alcanzará también a los mismos programadores informáticos, con máquinas capaces de programarse a sí mismas. Es la inteligencia artificial que se alimenta a sí misma. Con robots para el hogar y robots para la guerra; robots en la oficina y robots en todos lados. ¿Robots políticos, también? ¿Gobernando el mundo? Niños robots y máquinas para el placer: ¿Qué es? ¿Qué será en realidad el ser humano? ¿Qué nos distinguirá de la maquina? Quizá nada, en realidad.
Tal inquietud ha estado en el centro de películas españolas como Eva (2011), de Kike Maillo, o la más reciente Autómata (2014), de Gabe Ibáñez. Y en títulos más recientes como Ex machina, el brillante debut en la dirección del escritor Alex Garland. Una compleja y estilizada reflexión sobre tales cuestiones, cercana por momentos al drama.
“No hay que olvidar el complejo de Dios que acompaña la posibilidad de creación de vida”, afirma Garland. Ex machina tiene por protagonista una hermosa máquina, que no oculta este hecho en ningún momento. Pero que uno olvida con gran facilidad. Las fronteras se difuminan, las diferencias desaparecen entre hombre y máquina.
Turing afirmó que una máquina sería igual al hombre cuando tuviera humor: la ironía como la última frontera. Hasta que no veamos a un robot en el club de la comedia, entonces, no vale la pena pensar más en ello.