Populismos
El grueso del capitalismo español son las grandes corporaciones. Muchas, surgidas de procesos de privatización que quedan lejos en el tiempo, pero no tanto: dos décadas a lo sumo. Hay también un tejido empresarial pequeño y mediano, y alguna empresa grande nacida sin el amparo del Estado. Pero, por lo general, el español es un capitalismo de empresas reguladas, como también un capitalismo en el que el sector financiero tiene un peso mayor de lo habitual. Sería naif afirmar que en esta economía no se juega al Monopoly. Se juega y mucho.
Tampoco es la española una sociedad muy sensibilizada con los impuestos. El fraude fiscal está instalado de forma transversal. En los trapicheos. De un modo mucho más sofisticado –a través de la llamada planificación fiscal– en las grandes corporaciones. Y de manera general –y según cómo se mire, masiva– en el espeso mundo de las relaciones entre poder económico y poder político.
Por eso, cualquier avance en ese terreno debe ser motivo de felicidad. Aunque, en ocasiones, las razones de esos avances sean menos confesables.
Estos días, la proximidad de las elecciones y la irrupción de Podemos como alternativa política han creado un campo de juego dominado por los mensajes fáciles. De buenos y malos. De casta y anticasta. Y el Gobierno no es ajeno a ello.
Hay dos ministerios que han experimentado una súbita voluntad para demostrar que son los que ponen más énfasis en la lucha contra la maldad. Hacienda ha dejado caer hace una semana que va tras la pista de 700 políticos y altos funcionarios incluidos en la amnistía fiscal de los que se sospecha de cohecho. Días después ha sido el Ministerio de Economía el que ha contraatacado al difundir una lista de 23 casos sospechosos
Coinciden el partido de los abogados del Estado (PP) y el de los universitarios (Podemos)
de blanqueo en Banco Madrid. Lástima que no se hubieran percibido de ello un día, ¡sólo un día antes!, de que el Tesoro estadounidense lo hubiera anunciado. (es de suponer que tras un trabajo que ha durado meses).
Pero el organismo que últimamente demuestra más celo en la persecución de las malas prácticas es la Comisión Nacional del Mercado de las Competencia. (CNMC), que también depende del ministerio de Luis de Guindos. En los países cercanos, hay un regulador para cada actividad, sean telecomunicaciones, energía… Aquí no. Aquí sólo hay uno. Quizás por eso, José María Marín Quemada sale día sí día también la prensa. Hoy la emprende con las cementeras, mañana con las petroleras, las operadoras de telecomunicaciones, los concesionarios de automóviles, los fabricantes de lácteos… Hay que elogiar la desatada capacidad de trabajo de la CNMC. Aunque pueda parecer atropellada en el tiempo.
Pero no deja de ser curioso, y sintomático de los límites de este capitalismo, que el partido de los profesores universitarios (Podemos) comparta muchas veces la misma visión distante y alejada de la actividad empresarial que en ocasiones utiliza el partido de los abogados del Estado (Partido Popular).