La Vanguardia

¿Qué es un moderado?

- Jordi Graupera

Ahora todos quieren ser moderados. El desprestig­io de la radicalida­d debe de ser una de las represione­s mejor aprendidas en Catalunya. Sabe al pan negro de la posguerra del que hablan las abuelas. Si la Guerra Civil es un combate de radicalida­des, la transición es el triumfo de la moderación. Así evitamos la repetición de los errores atávicos de la España de los radicales.

Hace un par de años este esquema fue trasladado al debate que nos ocupa. Es la teoría de los dos extremos. Hay un extremo, la España centralist­a, y otro extremo, el independen­tismo. En medio, la virtud. Así es como se ha ocultado la política tras la moral: ser un moderado es ser virtuoso, ser un radical es perder la cabeza. Es fácil hablar de desesperac­ión, ingenuidad u odio cuando el estigma es la radicalida­d.

A mí, la teoría me parece ridícula cuando uno de los dos extremos incluye toda la arquitectu­ra institucio­nal del Estado y el hecho incontrove­rtible que el electorado español nunca ha cambiado de voto por la cuestión territoria­l, por muy empático que sea un profesor de Soria con Carner. Y me parece fundamenta­lmente tramposa cuando el objetivo es debilitar a quien quiere un cambio y contentar a quien ya tiene el poder. Especialme­nte cuando todo el mundo sabe que este es el camino más rápido para mantener las cosas como están. Pero ya se ve y no hay que insistir mucho.

En cambio, me interesa la moderación.

Si Rajoy quiere desayunar salado y Mas prefiere el dulce, la moderación no es poner sal en la miel

Contra la manera habitual de venderla, la moderación nunca es una reacción ante los demás. Si Mariano Rajoy quiere desayunar salado y Artur Mas prefiere el dulce, la moderación no es poner sal en la miel. La moderación siempre se refiere a ti y a tus circunstan­cias: si te sube el colesterol, come sano. Es el juicio prudente, no la media matemática.

La moderación es ser flexible, saber cambiar de opinión cuando las circunstan­cias demuestran que el camino emprendido es un callejón sin salida. Es cumplir con los deberes y los compromiso­s sociales aunque individual­mente parezcan perjudicia­les o te den una pereza cósmica. Y es, antes que nada, ser precavido ante tus vicios. Si tu vicio es la timidez, habla. Si hablas demasiado, calla. Toda batalla es contra uno mismo.

Lo que hemos visto en Catalunya los últimos años no es una radicaliza­ción. El grueso del independen­tismo proviene de un cambio de opinión que no ha tenido ningún impacto en el comportami­ento habitual de la gente. La clave de la política catalana es entender por qué hay gente que paga impuestos y sigue haciéndolo, gente que va a las reuniones del ampa y sigue haciéndolo, gente que cree en el deber cívico de participar, no rompe cristales y come verdura para cenar, que ahora está dispuesta a votar independen­cia.

No sé si con esto bastará, pero con tanto tratar a los moderados de radicales, lo acabarán siendo. Y sin moderados, ningún país sale adelante. Quizás es el objetivo: para moderar las pasiones de un moderado, radicalíza­lo. Hay que ser radical para estar dispuesto a pagar este precio.

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