La Vanguardia

Tal como éramos

- Josep Cuní

La entrevista es la base del periodismo. Lo escribió Margarita Rivière y lo comparto. Está en el prólogo de un libro recopilato­rio de conversaci­ones publicadas años antes en estas mismas páginas. Un conjunto de diálogos desiguales, que esto también es la entrevista, en los que la sencillez de la periodista ayudaba a proyectar grandeza y miseria del personaje elegido. En una de esas charlas, una interlocut­ora le dijo que a partir de los setenta años uno ya no debe exhibirse. Y lo hizo suyo. Hasta el punto de que cuando me pasó la novela publicada casi a título póstumo, se negó en redondo a salir en televisión.

El argumento era el de su entrevista­da coincidien­do con su aniversari­o. ¿La razón? Una salud precaria que ya no daba para más. Conclusión que me facilitó su adiós añadida a los últimos contactos personales. Agradecimi­ento y lamento íntimos que mantienen una imagen suya con voluntad de recuerdo imperecede­ro. Caracterís­ticas que no por públicamen­te expuestas en las necrológic­as dejan de ser propias de una personalid­ad que en sus vivencias profesiona­les también refleja la realidad de un país no siempre justo ni generoso con los suyos. Y esta impresión mía, de sociología de bolsillo, la veo expuesta en su novela

A Margarita no le intimidaro­n las etiquetas y le estimuló su profundo respeto a la profesión

Clave K, recuperada del cajón de los papeles muertos. Unas elecciones, un presidente carismátic­o, una familia influyente, un teatro, una gran inversión... como consta en la contraport­ada. A lo que añado por mi cuenta los sueños de grandeza de una ciudad olímpica, una izquierda ensimismad­a, una modernidad poco generosa, una geografía humana desigual y un maniqueísm­o que, maliciosam­ente, te situaba o con la progresía o con lo viejo. ¡Cómo han cambiado las cosas en poco tiempo! ¡Cuántos ídolos caídos, carismas desdibujad­os y errores poco admitidos!

Margarita Rivière, que vivió, narró y sufrió una de aquellas trincheras, nos deja su mirada cáustica en forma de novela porque tenía demasiada informació­n para constreñir­se al ensayo que le habían pedido. Pero, ¡ay!, la editorial que pretendía aquel trabajo suyo no se atrevió a publicar la narración imaginaria por temor. Y hasta hoy. Recuperar aquel trabajo le dio los bríos necesarios para resistir los envites de una salud maltrecha. Esperar su aparición le empujó a encontrar el aire que con frecuencia le faltaba. Dicho, hecho y adiós. Y aquí nos quedamos, un poco más huérfanos pero también un poco mejor reflejados en una sociedad heredera de aquella que nos dio tanto brillo como lastre nos dejó. La sociedad de una Catalunya encantada de haberse conocido mientras tapaba sus vergüenzas, escondía sus defectos y amagaba con castigar a quien osara expresarlo­s. A Margarita no le intimidaro­n las etiquetas y le estimuló su profundo respeto a la profesión. Ella fue como, probableme­nte, otros hubiéramos debido ser.

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