Tal como éramos
La entrevista es la base del periodismo. Lo escribió Margarita Rivière y lo comparto. Está en el prólogo de un libro recopilatorio de conversaciones publicadas años antes en estas mismas páginas. Un conjunto de diálogos desiguales, que esto también es la entrevista, en los que la sencillez de la periodista ayudaba a proyectar grandeza y miseria del personaje elegido. En una de esas charlas, una interlocutora le dijo que a partir de los setenta años uno ya no debe exhibirse. Y lo hizo suyo. Hasta el punto de que cuando me pasó la novela publicada casi a título póstumo, se negó en redondo a salir en televisión.
El argumento era el de su entrevistada coincidiendo con su aniversario. ¿La razón? Una salud precaria que ya no daba para más. Conclusión que me facilitó su adiós añadida a los últimos contactos personales. Agradecimiento y lamento íntimos que mantienen una imagen suya con voluntad de recuerdo imperecedero. Características que no por públicamente expuestas en las necrológicas dejan de ser propias de una personalidad que en sus vivencias profesionales también refleja la realidad de un país no siempre justo ni generoso con los suyos. Y esta impresión mía, de sociología de bolsillo, la veo expuesta en su novela
A Margarita no le intimidaron las etiquetas y le estimuló su profundo respeto a la profesión
Clave K, recuperada del cajón de los papeles muertos. Unas elecciones, un presidente carismático, una familia influyente, un teatro, una gran inversión... como consta en la contraportada. A lo que añado por mi cuenta los sueños de grandeza de una ciudad olímpica, una izquierda ensimismada, una modernidad poco generosa, una geografía humana desigual y un maniqueísmo que, maliciosamente, te situaba o con la progresía o con lo viejo. ¡Cómo han cambiado las cosas en poco tiempo! ¡Cuántos ídolos caídos, carismas desdibujados y errores poco admitidos!
Margarita Rivière, que vivió, narró y sufrió una de aquellas trincheras, nos deja su mirada cáustica en forma de novela porque tenía demasiada información para constreñirse al ensayo que le habían pedido. Pero, ¡ay!, la editorial que pretendía aquel trabajo suyo no se atrevió a publicar la narración imaginaria por temor. Y hasta hoy. Recuperar aquel trabajo le dio los bríos necesarios para resistir los envites de una salud maltrecha. Esperar su aparición le empujó a encontrar el aire que con frecuencia le faltaba. Dicho, hecho y adiós. Y aquí nos quedamos, un poco más huérfanos pero también un poco mejor reflejados en una sociedad heredera de aquella que nos dio tanto brillo como lastre nos dejó. La sociedad de una Catalunya encantada de haberse conocido mientras tapaba sus vergüenzas, escondía sus defectos y amagaba con castigar a quien osara expresarlos. A Margarita no le intimidaron las etiquetas y le estimuló su profundo respeto a la profesión. Ella fue como, probablemente, otros hubiéramos debido ser.