La Vanguardia

Enric Rovira, un maestro del diseño en el chocolate de calidad

Su ciudad, pionera del chocolate artístico, inspira al nuevo Ciutat de Barcelona

- CRISTINA JOLONCH Barcelona

Pocos premios podían llegarle al alma como el Ciutat de Barcelona, que el pasado febrero recibió de manos del alcalde Trias. Aunque nació en 1977, Enric Rovira se considera hijo del 92 y de la fiebre por el diseño de la Barcelona olímpica. Mucho antes de convertirs­e en chocolater­o, por la inercia del negocio familiar, le apasionaba la imagen y las artes gráficas –la fotografía, el cine, el diseño...–. Pero haber nacido en casa de un pastelero que amaba

Su padre, que había trabajado con los grandes pasteleros de Mora, le inoculó la pasión chocolater­a

su ciudad y su oficio y que había trabajado al lado de los grandes maestros de Mora, o Can Mora, como llama Enric Rovira a la que fue la catedral de los artistas del cacao, en la Diagonal –se emociona cuando pronuncia los nombres de Vilardell y Jornet, autores de aquel viejo manual práctico del pastelero que sigue vivo–, acabó inoculándo­le la fiebre del cacao. De su oficio, cuenta, pronto conoció lo mejor y lo peor. “Lo mejor era observar con los ojos de un niño ese mundo maravillo- so de figuras, piezas impresiona­ntes que hacía mi padre o que creaban algunos de los maestros para los que trabajó antes de montar su propia pastelería. Lo peor, la parte trágica, que mis padres (es hijo único) no cerraran la tienda ni un solo día de la semana. Trabajaban de lunes a domingo. Y había momentos de gritos, con el agobio de las monas, las cocas, la época de los lotes navideños, días en que trabajaba toda la familia”.

La mejor obra de su padre no llegó a tocarla ni a olerla: “Era un Don Quijote y Sancho Panza que hizo antes de que yo naciera, cuando trabajaba en La Lionesa de Manresa. Luego, con el ritmo frenético de la tienda, siempre había la excusa para no liarse con piezas tan laboriosas como aquellas”.

Cuando en el 93 abrió su propia empresa, porque su padre no le dejó imponer su criterio para modernizar la pastelería Rovira, llegó a plantearse poner un nombre francés al negocio para que tuviera más glamur. Pero finalmente apostó por su ciudad y estampó el sello Xocolates Barcelo-

na bajo su propio nombre inspirándo­se en su ciudad para crear las piezas con las que triunfa en medio mundo. Rovira ha estudiado la historia y no le queda ninguna duda de que Barcelona ejerce la capitalida­d del chocolate artístico. “Los chocolater­os de los años 30, 40, 50 fueron los pioneros. Joan Giner, maestro del obrador de Mora, fue el mejor de la historia en cuanto a perfección, y su amigo Antoni Escribà, un gran creativo”.

Muchos años después, el gran revolucion­ario ha sido él mismo. Aquella pasión por el diseño de ese hijo del 92 le llevó a transforma­r el mundo de los bombones, que “entonces iban en cajas forradas con flores y adornadas con grandes lazos”. Él cambió las formas del bombón, introdujo ingredient­es que antes eran impensable­s, redujo los tamaños de algunas cajas para defender el consumo individual y estilizó el propio bombón en una colección singular, en la que obligaba a comer en dos bocados (“Me gusta comer siempre el bombón así para ver lo que hay dentro”). Su fuente de inspiració­n, asegura, seguirá siendo esa ciudad de la que se reconoce un enamorado.

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MARC VERGÉS
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