Adiós a Manoel de Oliveira
El director luso, que se inició en el cine mudo, fallece en Oporto a los 106 años
Ha muerto Manoel de Oliveira a la temprana edad de 106 años. Siempre es demasiado pronto cuando queda ilusión para crear y curiosidad para conocer, y de eso don Manoel andaba sobrado.
Oliveira había empezado a dirigir en la época del cine mudo, y don Manoel conservaba de aquellos tiempos pioneros el deseo de mirar como si mirara por primera vez. Don Manoel se ha mantenido activo hasta el final.
En Cannes del 2014 presentó el corto O Velho do Restelo (El viejo de Belén), aunque ya sin su habitual y alegre presencia en la alfombra roja del certamen, en la que Don Manoel se había movido como por su casa: en realidad, Cannes era su casa.
Erguido, el bastón como si fuera una batuta o cogido del brazo de su esposa –la señora– Doña María Isabel, que lo sobrevive, parecía el director más joven del mundo. Porque su eterna juventud no tenía nada que ver con la cronología y el calendario.
“Mi querido Manoel ha muerto, y me quedo huérfano”, comentó ayer Gilles Jacob, el pa
trón del festival de Cannes. “Pasados cien años, nos habíamos acostumbrado a la idea de que Manoel de Oliveira era inmortal”, comentó Jacob, que añadía: “Era un señor”.
La original mirada de Oliveira queda plasmada en su vasta filmografía, en la que nadie se puede considerar un especialista. Por lo vasta y dilatada en el tiempo. En el recuerdo de la cinefilia europea quedarán películas como
Francisca (1981), El convento (1995) y Viaje al principio del
mundo (1997), sin olvidar La divina comedia (1991), o la celebrada
Una película hablada (2003). Son títulos que convirtieron a don Manoel en un personaje habitual en los grandes festivales, a los que don Manoel acudía con gusto.
Su estilo siempre fue muy suyo, liberado de cualquier atadura o necesidad comercial. Planos largos, movimientos de cámara lentos; capaz de detener la acción para introducir una reflexión his-
REPUTACIÓN El cineasta ganó los premios de festivales grandes como Cannes, Venecia y Berlín
FAMA
“Intento fijarme en las cosas... mi cine es de resistencia”, decía el director portugués
tórica o cultural. Tampoco le importaba que sus personajes hablaran en diferentes idiomas, como en la citada Una película
hablada. Así acentuaba la voluntad de entendimiento y su inalterable fe en Europa y su cultura.
Director de actores, John Malkovich, Catherine Deneuve o Marcello Mastroiani repetían en sus películas una y otra vez. Trabajó varias veces con Marisa Paredes y Pilar López de Ayala fue la musa de El extraño caso de An
gélica (2010), su película catalana. Fue producida por Lluís Miñarro. Una deliciosa fábula con aire de cine mudo y efectos especiales dignos de Méliès.
De hecho su momento de mayor productividad –una película al año, o dos– no lo alcanzó hasta pasados los ochenta años.
Oliveira nació en Oporto en 1908, en el seno de una familia vi- tivinícola. Durante su juventud realizó varios documentales, entre los que destaca Douro, faina
fluvial (1931). Aunque como actor había aparecido en una película de su compatriota Rino Lupo. Su primer largometraje Aniki
Bóbó (1942) se adelantaba a lo que traería el neorrealismo. La dictadura de Salazar lo condenó al ostracismo, y su carrera realmente no empezó hasta 1963, cuando adaptó O acto da prima
vera, una película sobre el calvario de Cristo. Pero no fue hasta 1972, cuatro años después de la muerte de Salazar, cuando Oliveira empezó a construir su propio estilo, donde el deseo, el miedo y la culpa ocupan el centro de su universo creativo.
Director de directores, no desentona junto a Godard, Fellini o su admirado Buñuel. Pero, para el gran público, Oliveira es un desconocido. “Intento fijarme en la complejidad de las cosas, aún cuando ello no me reporte beneficios”, había comentado al respecto, para añadir: “Mi cine es de resistencia”.
Francia lo reconoció con la insignia de la Legión de Oro en noviembre del 2014, con una solemne ceremonia que tuvo lugar en Oporto, la ciudad natal del cineasta. Su muerte se ha recibido como una conmoción en Portugal, que está de luto. “Hemos perdido uno de los mayores exponentes de la cultura portuguesa, que tanto ha contribuido al reconocimiento de nuestro país”, comentó Aníbal Cavaco Silva, el jefe del estado portugués. El primer ministro luso, Pedro Passos Coelho, destacó, por su parte, la influencia del cineasta en las nuevas generaciones. En España su muerte desató ayer una auténtica tormenta en las redes sociales, especialmente entre los cineastas, como J.A. Bayona. Pero frente a los honores públicos y los premios –como el León de Oro conseguido en Venecia de 1985 por El
zapato de raso– recordaremos a Oliveria por su alegría. “La última vez que hablé con el maestro -en la presentación de El extraño caso
de Angélica–, bajó unas escaleras dando unos pasitos de claqué; luego me miró con carita de niño malo y me dijo: Bueno, y qué...”, recuerda Emilo Mayorga, periodista de Variety.