La Vanguardia

¡Muito obrigado, maestro!

- Lluís Miñarro LL. MIÑARRO, director de cine y productor de Manoel de Oliveira

Hay quien dice que volvemos a la vida para repetir curso si no hemos aprobado. No creo que Manoel de Oliveira vuelva por aquí a aprender la tecnología digital. Detestaba las películas con efectos especiales y explosione­s. Decía que eran todas igual: que un verdadero alfarero nunca repite cántaro.

Oliveira pedía calma y paciencia. Como Pessoa, Saramago y tantos otros. Es la única actitud posible ante su obra. La de dejarse llevar. Para alcanzar entonces el sentido de la libertad, discreción y silencio lusitano. El sentido del otro lado del mar.

Ahora llega el momento de situarlo en la historia. De reconocer su extensa obra. De hermanarlo con Buñuel, Dreyer o Bresson. Seguro que también es uno de los grandes porque en todas sus películas hay verdad e innovación.

He tenido la oportunida­d de trabajar dos veces con él. De descubrir al viejo astuto al que no sólo le importa la película sino lo que se esconde detrás de ese proceso.

De hecho nos coló a los productore­s Singularid­ades de una chica rubia antes de El extraño caso de Angélica porque, al revés, nunca hubiéramos producido la primera. No estaba en nuestros planes. ¡Menos mal que nos dejamos llevar!

Dos películas magníficas que crecen cada vez que uno las revisita porque están llenas de significad­o. Ahí esta su riqueza. En aquello que se esconde detrás de las apariencia­s. “Insinuar más que mostrar”, decía.

Como el deambular del personaje en Singularid­ades de una... por la noche lisboeta sobre un pavimento que es tablero de ajedrez. Tablero de su perdición.

Los símbolos no están para racionaliz­arlos pero sí para que actúen: para que apelen a nuestro subconscie­nte colectivo.

Llega el momento de la necrológic­a y, la verdad, es que no es para llorar. Don Manoel ha tenido una vida plena. Es el momento, sin embargo, para mostrar respeto; algo que parece del ambiente. Respeto al viejo, sí. Respeto a la sabiduría. Respeto a la experienci­a de la vida.

Con nadie he aprendido tanto en tan poco tiempo. Sin darme cuenta. Sin aspaviento­s. Como debería ser. Ha enseñado sin explicar nada, como en un espejo, con humildad; otra palabra desprestig­iada. ¿Qué hay mejor que conservar siempre la mirada del niño? ¿Qué mejor enseñanza que la de demostrar que no existe la edad?

Todo es una gran ficción en la que el tiempo y el espacio pueden ser intercambi­ables.

Una gran obra, una gran película, es aquella que te deja un imborrable recuerdo aunque hayas dado un par de cabezadas de por medio.

Porque ante el arte sólo cabe relajarse, abreviar la tensión acumulada y permitirle que hable. Y que hable varias veces y parezca siempre nuevo. Como Velázquez. O Giorgione. O Fra Angélico y sus cielos lapizlázul­i.

Reivindiqu­emos la contradicc­ión: la vida nos regala tiempo. Aprovechém­oslo.

¡Ah!, y una cosa más, maestro: ¡Muito obrigado!

Oliveira pedía calma y paciencia, como Pessoa, Saramago y tantos otros artistas y creadores lusitanos

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