Pasar a la historia
De todas las maneras posibles que el hombre imagina para pasar a la historia, la más radical es diluir su propio nombre entre los nombres comunes que componen la lengua de sus descendientes. Es decir, ser sujeto de eponimia. Como los grandes Maquiavelo, Kafka o el rey Salomón, que no sólo figuran en todas las enciclopedias sino que incluso han llegado a los diccionarios generales de la lengua. Epónimos como maquiavélico, kafkiano o salomónico son tan transparentes que nadie duda del personaje que los genera. Pero, ¿qué me dicen de los mecenas, los leotardos o los algoritmos? Caius Cilnius Maecenas (ca 69 aC-8 dC) fue un político romano que se erigió en protector de poetas como Horacio o Virgilio, Jules Léotard (1838-1870) un acróbata nacido en Tolosa famoso por su peculiar forma de vestir y Al-Hwarizmi el sobrenombre con el que se conocía al matemático iraní arabizado Muhammad ibn Musà (ca. 780-850). En el mundo anglosajón los diccionarios de epónimos son comunes, pero por estos lares costaba un poco localizar alguno fiable. Ahora Barcanova lo remedia con la publicación de Personatges convertits en paraules, de David Paloma. Un título explícito ilustrado con las caras de tres epónimos transparentes: un Marx barbudo para la palabra marxisme, el Dante circunspecto para dantesc y un fotograma emblemático de Chaplin para xarlotada. Más difícil hubiera resultado reconocer a Louis de Béchameil, Louis-Antoine de Bougainville o Vittore Carpaccio.
Se agradece el esfuerzo de Paloma por trabajarse epónimos de proximidad que no constan en la bibliografía habitual. Un ejemplo es canyardo. Quan yo era niño, en los Salesianos de Horta teníamos unas cuantas palabras para denominar un chut potente en el patio. Una de ellas era canyardo. Influía, seguramente, la proximidad con caña, pero tal como Paloma documenta, el origen nos lleva a Mariano Cañardo Lacasta (1906-1987), un ciclista de gran nivel que ganó siete veces la Volta a Catalunya. Cañardo, navarro que corrió sobre todo en la Unió Esportiva Sant Andreu, fue muy popular antes de la guerra. Mi padre fue coequipier suyo (hoy diríamos gregario) en un par de las Voltes que ganó y luego lo tratamos en el almacén de materiales de la construcció que regentaba su yerno, el exnadador Martí Rigau, en el paseo de Fabra i Puig. Una vez mi padre me hizo explicarle que decíamos su nombre cuando chutábamos fuerte y aún recuerdo su sonrisa. El diccionario de Paloma fija los cañardos junto a otros (pocos) epónimos nacidos en el siglo XX. Está muy bien que, finalmente, el gran Cañardo coexista en un diccionario con los que conducen como fittipaldis (Emerson) antes de ir a pilates (Joseph Hubertus) para combatir los michelines (André y Edouard), comer de un táper (Earl Silas Tupper) e ir al jacuzzi (Candido) con una lolita (el personaje de Nabokov Dolores Haze) y demostrar que pueden pegar un cañardo (Mariano) y ganar el pichichi (Rafael Moreno Aranzadi).