Reporteros de guerrillas
ARMADOS CON MICRÓFONOS , LOS REPORTEROS DISPARAN A DAR CON PREGUNTAS INCÓMODAS , QUE LOS POLÍTICOS RECIBEN COMO BALAS
Siguiendo la máxima de la veterana comunicadora Barbara Walters, los periodistas salen a la calle a preguntar aquello que sus madres les pidieron que nunca preguntaran. En España, esa indiscreción periodística, leitmotiv de la profesión, no va exenta de riesgos; los reporteros de preguntas incómodas son repelidos aquí por los séquitos políticos con placajes y zarandeos.
A escasos días de diferencia, se han dado dos casos de mala praxis. Primero fue en la colocación de la primera piedra del Colegio de Abogados de Ciudad Real, cuando el reportero de la agencia de noticias Atlas, Santiago Malagón, probó sin éxito preguntar a la presidenta de Castilla-La Mancha María Dolores de Cospedal sobre Esperanza Aguirre e Ignacio González. Miembros de su gabinete abortaron el intento interponiéndose entre el periodista y Cospedal, agarrándole del brazo, persiguiéndole e incluso arrebatándole el micrófono. Tres días después del incidente, en la inauguración en Toledo de la II Cumbre Internacional del Vino, la comitiva de la presidenta Cospedal arrolló a otro periodista, en esta ocasión de Las mañanas de Cua
tro. El reportero acabó arrinconado contra la pared.
Los periodistas se han acostumbrado en España a que Cospedal y otros tantos políticos esquiven sus preguntas como si de balas se tratara. No siempre son tratados con la contundencia ex- puesta, pero casi siempre les dan la callada por respuesta. Ese ninguneo político no sabe de rangos periodísticos, y si no que se lo pregunten a Jordi Évole. El afamado periodista de La Sexta se las vio con el hasta hace poco presidente de las Cortes valencianas, Juan Cotino.
Célebres son ya las imágenes de Évole persiguiendo y preguntando y repreguntando sin desmayo sobre el accidente del metro de Valencia del 2006, y a Cotino huyendo sin dar satisfacción a ninguna de las preguntas. No es la primera vez que Évole embiste políticos en plena calle; en la etapa inicial de Salvados, se ganó a pulso el sobrenombre de follone
ro e hizo inevitable que se le comparara, entre otros, con el cineasta norteamericano Michael Moore, que, gracias a sus documentales de denuncia, se convirtió en su época en el azote del expresidente Bush.
Perseguir políticos y lanzarles preguntas incómodas no es un invento ni nuevo ni de Évole. Recordadas son las carreras de los reporteros del programa Caiga quien caiga. En la mente de unos muchos se almacenan intactas las imágenes del humorista Pablo Carbonell, metido a reportero, importunando semana tras semana a Esperanza Aguirre. Entre otros, al cantante de los Toreros Muertos le siguió con no menos éxito la modelo y presentadora Pilar Rubio, que reporteó para el laureado programa Sé lo que
hicisteis… También Marta Nebot hizo lo propio en el programa No
che Hache; se la recuerda de manera especial por el feo gesto del expresidente José María Aznar, que le introdujo un bolígrafo en el escote.
Cada vez hay menos reporteros que utilizan un tono cómico para la denuncia, aunque en una de las etapas más recientes del
Caiga quien caiga también adquirió fama el periodista Fernando González, más conocido como 'Gonzo'. El periodista gallego se ha convertido ahora en todo un referente del periodismo incómodo en el equipo de El intermedio del Gran Wyoming.
Pero en tiempos de plasmas y de ruedas de prensa sin preguntas, los que tienen que lidiar con las estrecheces de la libertad de prensa no son los cómicos, son los periodistas. Cristina Pardo es quien cubre la información del PP para la Sexta Noticias, también presenta el programa Al rojo
vivo en ausencia de Antonio García Ferreras.
Sin pelos en el micrófono, la
pamplonica se ha convertido en una auténtica china en el zapato de los políticos. En su libro Los años que vivimos PPeligrosamen
te apostilla: “Todo lo que siempre quisiste saber sobre el PP y sólo algunos se atreven a preguntar”. Ella es una de esos ‘algunos’, pero para atreverse a preguntar antes necesita que le dejen, y rara vez lo consigue.
Especialmente rácana se mues- tra Soraya Sáenz de Santamaría: en dos años y medio le dejó preguntar sólo cuatro veces, y una por error porque un compañero le cedió la palabra. Salvando las distancias, a la joven Pardo le toca el papel que durante años (de Kennedy a Obama) asumió la decana de los periodistas de la Casa Blanca, Helen Thomas. De las entrevistas de Thomas se dijo que eran un auténtico interrogatorio y toda una tortura para los presidentes.
Fue ella quien sentenció: “Respeto la presidencia, pero nunca trato a los funcionarios públicos como un objeto de adoración. Nos deben la verdad”.