tal como éramos
A base de dar zapatazos en las impolutas mesas de las Naciones Unidas, Nikita Jruschov fue el primer comunista que conquistó las pantallas televisivas occidentales. Humanizó a los diablos comunistas con su rústica llaneza, llevada hasta los límites no sólo en los sacrosantos templos de la diplomacia internacional, sino en su propio país. En 1964 dijo que las gallinas soviéticas ponían menos huevos que las americanas (90 contra 200 al año) y que engordar un cerdo de cien kilos les llevaba a los yanquis la mitad de tiempo. Estas advertencias, que pretendían dar brío a un país aletargado bajo el peso de la omnipresente burocracia del Kremlin, que todo lo planificaba, no le hicieron nada popular. La granja soviética se rebeló –siguiendo a su manera la novela de Orwell– y unos meses después el Sóviet Supremo decidió que aceptaría su retiro “voluntario”. Porque se puede uno quitar el mocasín en la ONU sin que pase nada, pero los huevos, mejor no tocarlos.
En los bares españoles hay quien pensó que a Nikita lo destituían por el gol de Marcelino, con el que España se llevó la Eurocopa de 1964 derrotando 2-1 a la URSS. Era una victoria incruenta, pero con una fuerte carga simbólica para el régimen, empeñado en culpar a los malvados sóviets de todas las desgracias hispánicas. El nodo multiplicaría la imagen del tanto hasta la saciedad. Era necesario agregar épica al momento y, muchos años después, nos enteramos de que incluso se aplicó el montaje cinematográfico para poder engañar a la vista de los espectadores con una falsa escena del pase (se carecían de imágenes originales). Hoy se sabe que la decisiva asistencia la dio el barcelonista Chus Pereda y no el madridista Amancio. Exigencias del guión. El resultado sí cuadró a la perfección en las superproducciones propagandísticas de Fraga ese año, que había preparado la campaña de los “25 años de paz”, muy moderna y que evitaba la épica de la “cruzada”. Aunque el subtexto no dejaba de ser un poco amenazador, teniendo en cuenta quién era el pacificador. La rebelión no salía a cuenta, al menos en esta granja.