La Vanguardia

Una activista en las altas esferas

LA EMBAJADORA ESTADOUNID­ENSE EN LA ONU MÁS JOVEN DE LA HISTORIA TIENE 44 AÑOS, UN PREMIO PULITZER Y ES UNA FÉRREA DEFENSORA DE LOS DERECHOS HUMANOS

- EVA MILLET

Llamar “monstruo” a Hillary Clinton fue su primera gran metedura de pata en la política Vive en un ático del hotel Waldorf Astoria donde cuida de sus dos hijos con un móvil en cada mano

Está considerad­a como una de las mujeres más poderosas del mundo. El presidente Obama confía en su criterio y, desde 2013, representa a Estados Unidos en las Naciones Unidas. Samantha Power, sin embargo, es poco conocida más allá de los círculos académicos y políticos de su país, donde es una figura admirada y polémica a la vez.

Antes de convertirs­e en la embajadora ante la ONU más joven de la historia, Power era conocida por un libro titulado Problema infernal: Estados Unidos en la era del genocidio, donde analizó la reacción de los gobiernos de su país antes los distintos genocidios del siglo XX. La conclusión de la autora, con fama de no tener pelos en la lengua, fue contundent­e: EE.UU. se ha negado a actuar e, incluso, a usar la palabra genocidio, escudándos­e en el mantra de la falta de intereses en los países involucrad­os.

Power tardó siete años en escribir el libro, que empezó mientras estudiaba en la prestigios­a Harvard School of Law. Ya había vivido de primera mano los horrores de la guerra porque a los 22 años se marchó a Sarajevo como freelance para cubrir el conflicto en la antigua Yugoslavia. Sus colegas la recuerdan como alguien dispuesto siempre a decir la última palabra y a denunciar las atrocidade­s cometidas. Power se sintió consternad­a ante la inacción internacio­nal frente al horror del que fue testimonio por lo que se alegró cuando, en 1995, la OTAN bombardeó a las fuerzas serbias: “¡Por fin iban a parar a esos tipos que habían estado aterroriza­ndo a la gente!”, le explicó, satisfecha, al periodista Evan Osnos.

Problema infernal se publicó en 2002 y obtuvo el premio Pulitzer. Su autora se convirtió en una celebridad dentro del mundo académico y empezó a escribir para medios como The New Yorker. Para esta revista viajó a zonas conflictiv­as y olvidadas como Darfur, en Sudán. El libro también llamó la atención del entonces senador Barack Obama, que quiso cono- cerla. Después de un primer encuentro, en 2005, le ofreció incorporar­se a su oficina.

De este modo, Power pasó a formar parte del equipo que llevaría a Obama a la Casa Blanca en 2009. Allí, la nueva asesora de política exterior pronto llamó a atención, no solo por su altura (mide 1,75) y su larga cabellera pelirroja, sino por su activismo, sus ideas claras y su coraje a la hora de decir lo que pensaba (en su mano siempre lleva un brazalete con la palabra “valentía” inscrita). Sin embargo, esta falta de reparos le jugó su primera gran mala pasada en su vida política: en una entrevista dijo que Hillary Clinton (entonces oponente de Obama en las primarias del partido Demócrata) era “un monstruo”. El comentario, que ella pensaba era off the record, fue debidament­e recogido por el periodista y provocó su dimisión. Tras aquella metedura de pata, Power pasó cuatro años relegada como miembro del Consejo Nacional de Seguridad, asesorando en asuntos multilater­ales y derechos humanos. Allí, como describe el periodista del Washington Post Manuel Roig-Franzoa: “Aprendió los ritos del silencio” que tan útiles le serían en su actual puesto.

En aquella etapa contrajo ma- trimonio con el prestigios­o académico Cass Sunstein, amigo personal de Obama y asesor legal de la campaña. La boda se celebró en Irlanda, país de origen de la novia, y desde donde ella, su hermano y su madre (nefróloga) emigraron cuando tenía nueve años. Su padre se quedó en Irlanda y murió poco después, debido a sus problemas con la bebida.

Como regalo de boda, el mentor de Power, Richard Hoolbroke (diplomátic­o ya fallecido, uno de los artífices de la paz en la ex Yugoslavia), le regaló un encuentro con Hillary Clinton. Así, Power pudo disculpars­e en persona ante la flamante secretaria de Estado: “Fue muy emotivo para mí”, ex- plicó en la cadena NBC, “y le estuve muy agradecida por haberme dado la oportunida­d de decirle lo que siempre he dicho de ella en público: que es una mujer excepciona­l, una rock star que ha cambiado el mundo de mil maneras”.

Porque desde que está en la órbita del poder, Power se ha dado cuenta de que cambiar el mundo no es fácil. Incluso cuando una goza del beneplácit­o del presidente. Muchas de sus propuestas, como la prohibició­n por parte de Estados Unidos de las minas antiperson­a, quedaron en papel mojado. También ha insistido, hasta la saciedad y sin éxito, en que su país tome medidas más contundent­es en Siria. Sin embargo, siempre ha contado con el respeto de Obama, a quien ha ayudado a redactar algunos de sus discursos clave, como el del Nobel de la Paz.

Su nombramien­to, en 2013, como embajadora ante la ONU, dio nuevas alas a su apodo de acti

vista-en-jefe. Su primera misión diplomátic­a fue viajar a la República Centroafri­cana, país sin ningún valor estratégic­o para Estados Unidos y al borde de una guerra civil. Consiguió, sin embargo, organizar una fuerza internacio­nal de paz en la zona y alertar de un posible genocidio. Otros de sus logros más recientes ha sido una gira por los países más afectados por el ébola, para llamar la atención internacio­nal.

Mientras aprende el arte de la diplomacia, Power reside, como todos los embajadore­s previos ante la ONU, en un lujoso ático del mítico hotel neoyorquin­o Waldorf Astoria. Allí ha criado a sus dos hijos, Declan (5 años) y Rian (dos), “con una BlackBerry en cada mano”. Asegura que ha dado el pecho mientras conversaba por teléfono con Ban Ki Mun y ha hecho esperar a diplomátic­os mientras les contaba un cuento antes de acostarse. Sin embargo, no presume de ser una superwoman. El secreto de combinar maternidad y una brillante carrera, explica, tiene un nombre: “Nanny María”.

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GETTY IMAGES Samantha Power cruza la calle ante el edificio de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York

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