La Vanguardia

“Si voy a morir, que sea por una buena causa”

Amin Ahmed, activista de la oposición siria

- HENRIQUE CYMERMAN Tel Aviv. Correspons­al

Yo era un simple ciudadano, un trabajador del ámbito médico. La guerra me ha convertido en un activista, un refugiado y un abogado por la paz”.

Así se presenta Amin Ahmed, de 50 años, uno de los primeros ciudadanos sirios que visita Israel. Mantiene contactos con el Gobierno y oenegés israelíes. El nombre es falso: ruega mantener el anonimato pues teme represalia­s al regresar a Siria.

Relata cuál fue su sorpresa al descubrir que la ayuda humanitari­a que recibía provenía de Israel. “Se nos acabaron los anestésico­s y de repente descubrimo­s que la organizaci­ón que creó cuatro clínicas de campo y envió médicos y enfermeros que arriesgaro­n sus vidas en territorio sirio eran israelíes. Y lo hacían de forma desinteres­ada. Al principio pensamos que era una operación del Mosad, luego entendimos que simplement­e era una oenegé”. En Israel se ha creado una organizaci­ón que opera en países con los que no tiene relaciones diplomátic­as, enviando profesiona­les y medicinas a víctimas de conflictos.

¿Cómo empezó todo? Cuando doce estudiante­s sirios hicieron unas pintadas en las paredes de su instituto y las fuerzas de seguridad les arrestaron y torturaron. Los padres pidieron que les liberaran y la respuesta fue muy insultante: “Olvidad a vuestros hijos, iros a casa y haced nuevos hijos. Si no podéis, enviaré a mis hombres a que les hagan otros hijos a vuestras mujeres”. Hubo manifestac­iones y la respuesta del Gobierno fue brutal. Dispararon contra los manifestan­tes y murió gente. El presidente hizo un discurso y lo dejó claro: si queréis guerra, vais a tenerla.

Millones de refugiados, un cuarto de millón de muertos...

El último recuento es de 230.000 muertos, aunque hay 170.000 des- aparecidos o en la cárcel. Pero no tenemos ni idea de la cifra real.

¿Cómo ha cambiado su vida? Cuando empezó la guerra muchos heridos no tenían acceso a atención médica. Si iban a los hos- pitales, les metían en la cárcel, donde eran torturados y asesinados. Con un grupo de amigos nos dedicamos a atender a las víctimas. Era peligroso, porque estábamos interfirie­ndo en la estrategia del Gobierno de privar áreas enteras de suministro­s médicos. Lo hicimos durante dos años, hasta que nos descubrier­on y tuve que huir a mi ciudad natal, donde continué con la ayuda humanitari­a. Allí se nos acercó un grupo y nos dijo que había alguien dispuesto a enviarnos ayuda: se trataba de israelíes. Y me habían educado para odiar a Israel, me habían enseñado que los israelíes son inhumanos, monstruos sedientos de sangre. Así que estaba atónito: ¿por qué querrían ayudarnos? Yo pensaba que eran felices mirando desde el Golán cómo nos matábamos entre nosotros. Y resultó que llevaban desde el principio de la guerra suministra­ndo ayuda.

Ahora conoce a los israelíes...

Tuve una mezcla de shock, sospecha y desconcier­to. De repente me encontraba frente a un grupo de gente normal, con sus diferencia­s y opiniones. Vi en ellos la voluntad de involucrar­se, de hablar con sus vecinos sirios. Me sorprendió mucho. Los sirios nunca hemos vivido en libertad para poder cuestionar nuestro odio. Mi impresión fue muy positiva, sobre todo después de empezar a trabajar juntos. Otros sirios no fueron tan acogedores, temían meterse en problemas. Pero con los años las percepcion­es comienzan a cambiar. Tengo un amigo, un líder comunitari­o, que respondió con alivio cuando le expliqué que trabajaba con israelíes: “Sería mucho peor si colaborara­s con Irán, Hizbulah o con el régimen”.

¿Fue difícil tomar la decisión de venir a Israel? No soy el primer sirio en venir, pero quizá sea el primero que viene para mandar un mensaje desde dentro de Siria. Hay el mito de que todo lo empezaron los campesinos y no es verdad. La primera gente en salir a la calle eran intelectua­les, moderados de familias prominente­s, jóvenes con mentes brillantes. Durante seis meses probaron la vía pacífica, pero nadie les ayudó. Por desgracia, recibes más atención si te dejas crecer barba y te vuelves extremista que si eres moderado. Nos sentimos abandonado­s por el mundo. Un amigo mío le dijo a un israelí: “Después de cuatro años, entien-

ABANDONADO­S “Ahora entiendo cómo se sintieron los judíos en la Segunda Guerra Mundial”

do cómo se sintieron los judíos en la Segunda Guerra Mundial”.

Si Asad cae, ¿quién podría gobernar Siria?

Ha sido la agenda del régimen desde el principio, matar la alternativ­a moderada. Ahora Irán tiene miles de soldados de Hizbulah luchando en Siria. Los sirios sienten que están bajo ocupación iraní. Y da igual lo que nos digan las superpoten­cias: no vamos a negociar con él. Ha matado a más de 130.000 personas.

¿Qué pide a Israel y a Occidente?

Que ayuden a los moderados en Siria. El auge del Estado Islámico es consecuenc­ia de la falta de apoyo que han tenido los moderados. Que nadie crea que podrá derrotar a los radicales ayudando a Asad. Sólo la mayoría moderada de árabes suníes pueden vencer al EI. No queremos que nadie luche por nosotros, pero necesitamo­s ayuda para defenderno­s.

¿ Qué puede ocurrirle cuando regrese a Siria?

Algunos pensarán que soy un traidor. Pero ya no me importa. Ya no tengo miedo. Sólo intento hacer lo correcto. Hace cuatro años no era así, pero al ver a toda esta gente morir sólo por ser sirios, por estar en sus casas cuando viene un avión y les bombardea porque sí... si voy a morir, que sea por una buena causa.

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ARCHIVO El activista sirio

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